miércoles, 19 de septiembre de 2018

00805 Las Uvas

CON ALGÚN PERO...


Mi gusto por este fruto comienza ya por su estética en la vid y la vistosidad de sus racimos. Llama la atención. No pasa desapercibido.

Si no fuera por mi tortuosa y desesperante relación con la uva, comería más. Me gusta, además de ser un momento entretenido. Solo la consumo llegado el mes de septiembre y el día de Noche Vieja con sus tradicionales doce unidades.

Me explicaré. Hay algunos alimentos de los que me encanta su sabor pero que por algún motivo tengo dificultad para que me pasen por el gaznate. Por ejemplo, la chufa o el coco. Los mastico todo lo que puedo, les saco toda la esencia y al final acabo sacando el resto de mi boca. No es plan.

Con la uva me sucede algo parecido. No puedo ni con sus pepitas ni con sus hollejos. Y mira que lo intento. Así,  que cuando me dispongo a comer uva necesito una preparación preliminar que es casi como un castigo. Tengo que coger grano a grano, partirlo por la mitad, desvestirlo de su hollejo y quitarle las pepitas. Tampoco es plan. Si alguna vez he hecho la hombrada de obviar la operación mencionada, y dicho lo dicho, os podéis imaginar el caos que se forma en mi boca.

Cuando tengo la oportunidad como ahora de coger las uvas de la propia parra me resulta más sencillo y no necesito tanto ceremonial. Se trata de una parra de confianza y  libre de pesticidas. Es una parra "brava". En este caso, cojo el grano, lo limpio con las yemas de los dedos y absorbo su pulpa. El resto, a una bolsa de basura. Disfruto lo que no está escrito. Una maravilla. Incluso me entreno a tragar granos, pero no hay manera. En fin, ¡viva la uva!





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