martes, 11 de septiembre de 2018

00797 Los Pimientos de Padrón

UNOS PICAN Y OTROS NO


Me gusta el pimiento en general y el denominado de Padrón, en particular, a pesar de tener con él una mala experiencia en una ocasión.

Tengo que remontarme a los gloriosos años en los que el Club Baloncesto Peñas Recreativas de Huesca, el añorado Huesca la Magia, militaba en la ACB. Cuando jugaba en casa, teníamos por costumbre, tras el partido, cerrar la velada en el Mesón Doña Taberna y darnos un capricho: una ración de sepia con pimientos de Padrón, unas madejas con pimientos de Padrón, unos choquitos o pulpitos con pimientos de Padrón... lo que fuese, pero siempre acompañado de  pimientos con apellido de esa población gallega,  aunque dudo mucho que de allí fueran.


Ese día al que me refiero,  no jugaba el "Peñas", pero sí actuaba en la plaza de toros oscense el aclamado y tarareado grupo "Mecano". Todo un acontecimiento en Huesca. ¡Qué tiempos aquellos! El caso es que para no perder la costumbre de los "grandes acontecimientos",  nos citamos antes del concierto en el citado mesón. Me acuerdo perfectamente que en esa ocasión acompañamos a los pimientos de Padrón con una ración de sepia. En amable conversación y unas cañas comenzamos a dar buena cuenta de la apetitosa combinación gastronómica.

Se decía por aquel entonces, no sé si ahora se utiliza el dicho, que "el pimiento de Padrón, uno pica y cien no". Esa memorable velada comenzó de lujo hasta que dí con el pimiento que picaba. Y cuando digo que picaba,  no me refiero a ese ligero picante que te puede dejar este tipo de pimiento y que hasta parece un tanto atrevido, no. Me refiero que picaba a rabiar. Si hubiese podido me habría quitado lengua y boca. ¡Horroroso! Me tomé la caña de un solo trago y creo que aún fue peor. No sabía qué hacer ni cómo combatir el ardor que había dejado en todo mi ser tan pequeño vegetal. Mientras intentaba pasar como podía el soponcio, solo escuchaba "¿estás bien? ¿Otra caña? ¿Seguro que estás bien?" No, no estaba bien. Me encontraba fatal y por momentos hasta pensé que mis días habían llegado a su fin.

Ya, un tanto repuesto, salimos a la calle en dirección al concierto. No es que me encontrara mal, sino peor. Ni la apacible noche conseguía calmar mi malestar. El camino hacia la plaza de toros transcurrió entre náuseas, escalofríos y una debilidad infinita. De asustar. Para ir al coso taurino teníamos que pasar por mi casa. Esa era mi meta, si llegaba. Cuando llegamos al portal, saqué del bolsillo mi entrada, la deposité en la mano de mi acompañante y solo pude decir un sencillo "que disfrutéis del concierto". Subí los dos pisos de escaleras como pude, entré en casa, balbuceé un escueto buenas noches y me tiré literalmente en la cama sin estar muy convencido de amanecer al día siguiente. Ese pimiento valía por mil sin picar.

Estuve un tiempo sin probarlos. Su mera presencia y olor me horrorizaban. El paso del tiempo puso de nuevo las cosas en su sitio y todo volvió a la normalidad. Desde aquel entonces, cuando los como, nunca lo ingiero de un solo bocado. Primero muerdo la punta del pimiento, me cercioro de que no pica, y luego ya sí, de un solo bocado.

Desde aquel señalado día, algún que otro pimiento traidor me he llevado a la boca, pero como ese, no ha habido, afortunadamente, otro igual. Y dicho lo cual, solo me resta decir que los pimientos de Padrón, me encantan y que se me van los ojos tras ellos. Los que ilustran esta entrada son de mi huerto donde lucen una docena de hermosas matas. Como más me gustan son ligeramente fritos en aceite de oliva y sazonados con sal gorda.

El pimiento de Padrón es una variedad de pimiento originaria del cultivo agrícola del convento de San Francisco de Herbón, parroquia de Padrón, en la provincia de La Coruña, donde habrían adaptado su cultivo los monjes franciscanos regresados de América en el siglo XVI.



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