Lleva varios años conmigo. Es pequeña. No consigo que se haga grande a pesar de llevar dos trasplantes de maceta. Tampoco me importa. El hecho de seguir haciéndome compañía y regalarme cada año sus blancas y atractivas flores es más que suficiente. Con lo pequeña que es ha sabido ganarse el protagonismo en la terraza.
Esta primavera no las tenía todas conmigo. Debí descuidarme en algún momento, no recuerdo, porque cuando le quité, como al resto de plantas su envoltorio de plástico, había desaparecido. En la despedida había dejado un pequeño montón de hojas secas y un tallo podrido. Me dio lástima a la par que rabia. Mis cuidados habían sido insuficientes.
Parecía evidente que nada se podía hacer ya, así que arrinconé la maceta en la terraza junto a otros dos tiestos donde antes hubo geranios, con la intención de bajarlos al contenedor de la basura en cualquier momento.
Con los días, la pequeña planta fue tomando forma con hojas y más hojas, y más tarde se adornó con un rosario de espectaculares flores blancas. Y aquí sigue mi pequeña superviviente, hermosa y lozana, y me imagino que aterrorizada con la llegada de un nuevo invierno. Esta mañana creo que la he tranquilizado algo. Le he dicho que me identifico mucho con ella, porque los dos somos auténticos supervivientes. Cuando parece que todo se derrumba y desvanece, cuando parece que ya no podemos más, una hoja verde vuelve a brotar, una nueva esperanza emerge, aunque solo sea para seguir tirando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario