domingo, 30 de abril de 2017

00471 Los Tulipanes

AMOR SINCERO


Hace algunos años que no planto bulbos de tulipanes. Los últimos me los trajeron de Holanda. No les debió gustar el viaje,  la tierra con la que los cubrí o que los planté en momento poco oportuno. No salieron ni las hojas. Todo un fiasco.

Siempre me ha gustado tener tulipanes. Es de las flores que llenan a pesar de su corta vida. Su recogida forma, sus intensos colores y su rectitud me cautivan. Esto y uno de mis múltiples sueños todavía por cumplir: visitar el pólder Noordoostpolder, en la provincia holandesa de Flevoland o los campos de tulipanes que se extienden por la costa de La Haya y Leiden hasta Alkmaar. De momento me conformo con verlos en jardines y parterres, y en los reportajes fotográficos que caen en mis manos. Cuando los observo, no veo mis ojos, pero me da la sensación que hacen chiribitas.

Los tulipanes fueron cultivados originariamente en el Imperio Otomano, la actual Turquía, para ser importados a Holanda en el siglo XVI. Se cuenta que cuando el botánico flamenco Carolus Clusius escribrió el primer libro científico sobre tulipanes en el año 1592, su popularidad aumentó de tal manera que la gente entraba continuamente en su jardín para robar los bulbos.

Leo que en la Edad de Oro holandesa se convirtieron en tema obligado de cuadros y festivales. A mediados del siglo XVII su popularidad alcanzó tal grado que provocaron la primera burbuja económica, conocida como "tulipomanía". Conforme se adquirían más y más bulbos, su precio aumentó de tal manera que terminaron utilizándose como si fueran dinero, hasta causar una crisis del mercado.

En el Kop van Noord-Holland, cada año se plantan millones de tulipanes y otras flores que se encargan de transformar el paisaje en un mar de colores. En el Noordoostpoldder, cada año tiene lugar el Tulip Festival. Se celebra en medio de campos de tulipanes entre los últimos días de abril y primeros de mayo.

En el lenguaje de las flores el tulipán simboliza una declaración de amor sincera.



jueves, 27 de abril de 2017

00470 Sabores Viajados

DE GRATA REMEMORANZA

Resulta curioso comprobar cómo determinados sabores invitan a recordar no solo situaciones y aparcadas sensaciones, sino también paisajes y enclaves de grata rememoranza. Son sabores viajados, ligeros de equipaje,  cuyo contacto con el paladar o su simple visión desencadenan un listado de imágenes dispuestas en forma de acordeón a semejanza de  aquellas pequeñas colecciones de postales, que en su momento fueron adquiridas en alguna tienda de recuerdos para pasar sus postreros años en algún lugar de no se sabe donde.

Me dispongo a presenciar uno de los muchos derbys y encuentros de fútbol del año. No es que me interese mucho el asunto del balompié. Digamos que me entretiene y distrae. Me gusta ver este tipo de enfrentamientos deportivos con algo que distraiga también a mi estómago. Algo también sencillo y distraído. Un pica pica compartido, rebanadas de pan con algún sustento o cualquier combinación de alimentos de esos de toda la vida, de esos que el paladar, al mínimo contacto, se predispone para escanear  fotogramas de tu vida. Hoy, la sencillez y distracción vienen de la mano de una cebolla, unas piparras y unos trozos de bonito con el simple aderezo de aceite y sal.

No me entero muy bien de lo que sucede en el terreno de juego. Los vecinos, a los que ya les tengo pillados los colores de sus camisetas, me informarán con sus gritos y alegrías sobre el desarrollo del encuentro. Mi mente se muda de estancia para visitar otros lares atraída y provocada por un sabor viajado. Un día de campo de verde explanada, un aperitivo imprevisto bajo una monumental y señera montaña, una inolvidable tarde de pintxos, un día de calor y alforja, un horizonte de mar con su brisa de paso, noches de hogar con balcón abierto... La algarabía de los vecinos de abajo interrumpen mi viaje. Los de blanco han debido de marcar un gol. Sí, han marcado un tanto. Sobre el plato apenas queda el recuerdo de un sabor viajado.






lunes, 24 de abril de 2017

00469 Hay Imágenes

QUE UN DÍA LLEGARON


Hay imágenes que hurgan en los sentidos de forma precisa y delicada. Imágenes que juegan a evocar respiros sin miedo a quedarse sin aire. Representaciones de un ensueño soñado al alcance de la mano. Nada sobra, nada falta, ni siquiera su olor a pasto en un despertar apacible entre cálidas sombras que buscan refugio tras los curtidos árboles.

Hay imágenes que hablan y otras que entrelazan palabras perdidas entre la espesura del bosque. Estampa de asombro e impacto. De cada mil, una. Y en el mientras tanto, una espera ilusionada entre caminos de arraigado aposento.

Hay imágenes que acercan la distancia y arropan los recuerdos de los días en los que el transitar se hace una necesidad desmedida,  que aproximan una luz que parecía inventada. Imágenes de recreo y entretenimiento, de esparcimiento y largo recorrido para una tarde hambrienta de color y paisaje viajado.

Hay imágenes que un día llegaron para hacerse un hueco en mi imaginario.

Castillo de Acher desde la Selva de Oza. Fotografía de Antonio Herce.


jueves, 20 de abril de 2017

00468 Los Mejillones al Estilo de Bruselas

CON PATATAS FRITAS


Sabía de su existencia y de su arraigada tradición en Bruselas por alguna lectura o programa de viajes televisivo, pero nunca me había interesado por ellos hasta hace unos pocos meses. Recuerdo que fue un sábado. No es que tenga una gran memoria, tal y como ya he dejado constancia en alguna que otra entrada de este blog. Localizo ese día de la semana porque es en el que habitualmente tomamos mejillones para cenar de forma calmada y distendida. Solos al vapor y en ocasiones, acompañados de alguna salsa. Recuerdo también que por esos días rondaba por la cocina un ramillete de apio. Me extrañó. Nunca tomamos apio, ni tan siquiera lo echamos al cocido o a los caldos.

El caso es que ese sábado le pregunté a Gloria por el destino y razón de ser de la mencionada hortaliza en casa. "Esta noche voy a hacer unos mejillones al estilo de Bruselas con patatas fritas", fue la descriptiva respuesta. Y así sucedió como esa noche degusté con deleite, regocijo y alborozo los "mosselen met friet", considerado como el plato nacional belga. ¡Qué cosa más buena! ¡Qué delicia! ¡Qué inolvidable sabor! ¡Qué festín! Hasta entablé amistad con el apio. Desde aquel entonces, es un plato que nos viene acompañando con relativa asiduidad. Un plato de chuparse los dedos, y no es una forma de hablar. Y qué decir del caldito sobrante. Se me saltan las lágrimas de la emoción.

Me interesé por el origen de esta preparación y leí que los "mosselen met friet" es un plato simple compuesto por mejillones cocidos con apio, cebolla y pimienta al vapor,  que se suele comer con patatas fritas y que se acompaña tradicionalmente con una cerveza. La ración de mejillones que se sirve en los restaurantes belgas es generalmente de un kilo o kilo y medio, con cáscara, por persona y es ofrecida al comensal en el recipiente de cocción.

Curiosamente, el cultivo del mejillón o fruto de mar como allí se denomina, no es habitual en la costa de este país. Según pude leer, "desde hace siglos los mejillones eran recolectados por los habitantes de la costa holandesa de Zelanda. Hacia el siglo XV se descubrió que una vez pescados y puestos en remojo, los mejillones seguían creciendo y desarrollaban un gusto aún más sabroso, lo que facilitó su transporte por los ríos y canales de Bélgica. El comercio de mejillones era tan próspero, que se libraron varias batallas para tener acceso a los bancos en los que se recogían. En el siglo XIX estas guerras llegaron a su fin con la instauración de parcelas adjudicadas a los pescadores, que pudieron por primera vez dedicarse a su cultivo en ellas".

Desde aquel entonces, en Flandes y Bruselas surgieron numerosos restaurantes de mejillones en la ruta que seguían los barcos que los transportaban por el río Escalda. En Sint Anneke, por ejemplo, de las 80 casas que componían el pueblo, 40 eran restaurantes.

En un principio, los mejillones se acompañaban de una rebanada de pan con mantequilla. Fue a finales del siglo XIX cuando los puestos de patatas fritas de Bruselas y Amberes popularizaron el consumo de los mejillones con las patatas. El plato inspiró a los más ilustres restauradores de la zona que lo incorporaron a sus menús.

De las recetas y variantes existentes al respecto, la que transcribo a continuación es la que ponemos en práctica en casa.

Ingredientes para cuatro personas: 2 kilos de mejillones, 4 patatas grandes, una rama de apio, una cebolla, una cucharada de mantequilla, una copa de vino blanco, 150 ml de leche evaporada, aceite de oliva virgen, sal y pimienta.

Elaboración: Fundimos la mantequilla en una olla con unas gotas de aceite y añadimos el apio y la cebolla picada. Rehogamos unos minutos y añadimos un poco de pimienta. Vertemos el vino blanco y dejamos reducir. Finalmente, añadimos la leche evaporada o nata líquida y removemos a fuego lento.

Una vez limpios los mejillones, los incorporamos a la olla, la tapamos y dejamos cocer hasta que se abran. Removemos bien y a la mesa.  Acompañamos, para ir picando, en un plato aparte, con unas patatas que freiremos en un buen y abundante aceite de oliva.

Y lo dicho, de chuparse los dedos.










miércoles, 19 de abril de 2017

00467 La Ensalada Campestre

ENSALADA EMOTICONO 10


Hacía tiempo que no dedicaba mi atención a las "ensaladas emoticonos". Es lo que tiene el invierno, las ensaladas apetecen poco por no decir, nada. Los primeros "calores" primaverales han hecho que retome este particular entretenimiento. Como todas sus hermanas, la denominada ensalada campestre o ensalada emoticono número 10,  es de lo más sencilla y socorrida. La utilizaremos para hacer notar a nuestro interlocutor que estamos pasando el día en el campo sin más pretensión que respirar aire puro, alejar nefastos pensamientos y disfrutar del paisaje y sus colores. Un día de campo normal, de los de pic nic y si se tercia, una buena siesta. Que las horas pasen sin hacer demasiado ruido y sin necesidad de prestarles atención alguna.

Un día sencillo, de sencillo respiro, al que le corresponde una sencilla ensalada a base de cebolla dulce, huevo duro, campestre alimento por excelencia, y para darle color y alegría, unas piparras. Con esta ensalada solo demostraremos nuestra ubicación campestre. Se nos puede llamar. No nos molestará e incluso hasta, llegado el caso, se agradecerá una llamada mientras dejamos que nuestro cuerpo se acomode entre unas piedras cercanas al río.

Ingredientes: cebolla dulce de Fuentes, huevos duros, piparras, aceite y sal.

Elaboración: cortar la cebolla fina y longitudinalmente y hacer con ella una cama en el plato. Cortar los huevos duros por sus mitades y añadir unas piparras. Aliñar al gusto.

lunes, 17 de abril de 2017

00466 Las Fresias

INOCENCIA Y AMISTAD


Llegaron sin saber nada acerca de ellas. Ni siquiera sabía su nombre, ni qué forma tendrían. Si serían hermosas, si desprenderían fragancias, si me acompañarían en el tiempo o serían apenas un suspiro como tantas otras. Sólo sabía que llegaban en tiempo de espera.

Ocuparon un transitorio lugar bajo la tierra para que la naturaleza, con la complicidad de la primavera, hiciera lo que considerara oportuno. No tardó en actuar. Pronto surgirían unas hojas que parecían dar la bienvenida. Y seguí en la espera. Las hojas crecían a buen ritmo, al mismo que mi curiosidad por saber de qué se trataba. Un buen día, de entre las hojas, comenzaron a aparecer unos tallos dispuestos a alcanzar el cielo. Al poco, empezaron a asomar del tallo diminutos capullos en una formación que se me antojó como si quisieran tenderme la mano en un momento de precaria necesidad. Manos abiertas, cóncavas y generosas. Seguía sin saber su nombre por más que intenté su búsqueda cuando la flor alba se regaló a la vida con un dulce perfume de aire limpio y seductor. La llamé, "la flor que tiende la mano" antes de que alguien me hiciera saber su nombre.

Pasó su tiempo y el de su disfrute llegada la noche. Cuando ya solo fue un recuerdo, guardé los cormos en una caja de zapatos junto a otros bulbos a la espera de una nueva oportunidad, de un nuevo ciclo de vida y ocupar de nuevo un transitorio lugar bajo la tierra.

Ya han surgido unas hojas con el mismo lenguaje de bienvenida. Pronto aparecerán entre el follaje unos tallos dispuestos a alcanzar el cielo. Pronto asomarán unos diminutos capullos verdes que me tenderán la mano siempre necesitada. No habrá entonces sorpresa ni asombro, sí ilusión por un esperado y deseado encuentro en la noche con un dulce perfume de aire limpio y seductor,  que me hará recordar que siempre habrá un mañana y una flor que tiende la mano para hablar de inocencia y amistad.


sábado, 8 de abril de 2017

00465 La Cocina Socorrida

CUANDO EL TIEMPO APREMIA


Hay días en los que el tiempo va por delante de ti y por más que corres no hay forma de alcanzarlo. Además, si vives en tierra de "capazos callejeros", la misión se hace del todo imposible. Hoy es de esos días en los que se ha juntado todo. El tiempo llevaba puestas las zapatillas de correr y los "capazos" se han ido cediendo el relevo de manera inesperada. Ha hecho un día formidable, de los cogidos con ganas, y parece que nos hemos puesto todos de acuerdo para salir a la calle. Cuando amanecen estos días cualquier excusa es buena para caminar por el asfalto.

El caso es que acabo de llegar a casa y en apenas quince minutos mi unidad familiar querrá comer. No he preparado absolutamente nada. Me gustan los retos. De primero, una
ensalada César. Les encanta. Nos encanta. Y de segundo, merluza. Quería haberla hecho en salsa verde pero carecía de tiempo, así que he recurrido al Lekue, más conocido en casa como el "sarcófago". ¡Qué grandes y sencillos momentos me ha regalado!

Sobre el fondo del "sarcófago" una cebolla cortada a láminas junto con unas gotas de aceite y sal. Cinco minutos al microondas. En otras ocasiones, incluso unos pimientos verdes cortados longitudinalmente. A continuación, la merluza sobre la cama de cebolla,  con unas gotas de aceite, ajos picados, sal y pimienta. Diez minutos más de microondas. Ya está. Suave, ligera y sabrosa elaboración. Prueba superada. Quince minutos. La comida está en la mesa gracias a la cocina socorrida en estado puro.


jueves, 6 de abril de 2017

00464 El Salmorrejo

DE REENCUENTRO Y BIENVENIDA


Plato de encuentro y reencuentro con sabor a antiguo fogón y a nueva bienvenida. Ninguno sabe igual a otro. Como tantas otras elaboraciones de raíz y subsistencia, cada factura tiene su peculiaridad. Algo tendrá que ver la particular costumbre, la carne de cerdo, el aceite, la longaniza, la torteta... y la mano hacedora. Pero al fin y a la postre, salmorrejo con un inconfundible sabor a tradición.

De nuevo mis recuerdos me devuelven a la cocina de mi abuela en Alcalá de Gurrea. Cuando en casa hacemos salmorrejo, siempre por algún motivo de encuentro y reencuentro, se me hacen presentes la tinajas de barro donde mi abuela guardaba en adobo los despieces de la última matacía y como,  en un visto y no visto, nos obsequiaba a los "huéspedes" con un espléndido salmorrejo cuyo sabor, por más que lo he intentado, nunca lo he vuelto a recuperar. Sí,  una aproximación a su olor.

Al no ser menú acostumbrado, cuando la abuela lo cocinaba, se me antojaba como un plato de ceremonial, de los de comer poco a poco, pacientemente, y con el deseo de que nunca llegara el final. Ahora un trozo de la "tajadica" de lomo. Después un mordisco a la torteta. Luego a la longaniza y la costilla. Y entre medio, un bocado a la "tortilla de trampa",que no es otra cosa que una tortilla de huevo, pan, ajo y perejil, bien empapada con los jugos del guiso. ¡Por Dios, qué deleite me produce solo su mero recuerdo!

No siempre el citado salmorrejo contenía todos los ingredientes. Todo dependía de cómo estuviera la despensa. Si faltaba alguno,  tampoco se le echaba de menos. Lo importante era el sabor, siempre el sabor, y la cara de satisfacción de la abuela viéndonos comer. De hecho, al último salmorrejo elaborado en casa recientemente, por una  falta de previsión, no le añadimos la "tortilla de trampa". Tengo que reconocer que a esta, sí que la encontré a faltar.

Como he señalado al inicio, hay varias formas de cocinar el salmorrejo. Hay quien le incorpora espárragos o huevos y descarta la tortilla. Hay quien lo hace solo con lomo, longaniza y torteta.... Yo soy fiel al hacer aprendido de mi abuela y de mi madre en esos días de reencuentro y bienvenida.

Ingredientes mínimos para cuatro personas: 8 trozos de costilla de cerdo, 8 rodajas de lomo de cerdo, 1 longaniza, 2 tortetas, 4 huevos, ajo, perejil, miga de pan, aceite, sal y agua.

Elaboración: Freímos en aceite de oliva y  por separado el lomo, la costilla, la longaniza y la torteta. A continuación, colocamos el lomo, la costilla y la longaniza en una tartera de barro o en una cacerola y ponemos los ingredientes a cocer cubiertos de agua y con el aceite que nos ha sobrado de freír. Cuando veamos que están cocidos, añadimos la torteta y dejamos hervir unos minutos. Tostamos un poco de harina para ligar el caldo de la cocción y añadimos una picada de ajo y perejil. Hacemos una majada con ajo y perejil para mezclarla posteriormente con la miga de pan y añadimos los cuatro huevos para hacer una tortilla redonda que incorporaremos sobre el guiso cortada en triángulos.  Dejamos cocer unos minutos para que la tortilla se impregne del caldo y servimos caliente.






miércoles, 5 de abril de 2017

00463 Los Kiwis

SÚPER FRUTA


Cada vez que veo esta original fruta, no puedo dejar de rememorar cuando supe de su existencia. Fue en Barcelona, en una casa de comidas para llevar ubicada en  la calle Balmes. Eran tiempos en los que cada mirar era un asombro y cada paso una curiosidad. Recuerdo un suculento escaparate donde se exponían albóndigas, calamares en su tinta, pollo guisado de varias guisas, canelones, espaguetis, redondos de carne, escalibada, redondos de carne, esqueixada, croquetas... todo muy aparente y apetitoso. Pero sobre todas las cosas, algo me llamó poderosamente la atención por su alegre y vistoso colorido. Se trataba de un alargado pastel de hojaldre relleno de crema y sobre el que se disponían, en perfecta y alineada formación, finos trozos de fresa, melocotón, naranja y "cosas verdes con puntitos negros", como así los referencié en aquel momento cuando pregunté a mi hermana por su identidad. Eran de un verde intenso y brillante. Muy atractivas y seductoras. Mi hermana me dijo que eran kiwis. Me hizo gracia. Como las aves.

Todavía tardaría algunos años en probar tan curiosa fruta. Donde yo vivía no se "estilaba" en las fruterías y si alguna vez hacían acto de presencia, su precio no invitaba a su consumo. Cuando probé este fruto por primera vez, me gustó. Maduro y con un sabor muy personal. Incluso la forma de comerlo me pareció divertida y original; con cucharilla. Desde aquel entonces la incorporé a mi dieta habitual.

Conocido en la antigua China como Yang Tao, el kiwi se popularizó en esta cultura no solo por su sabor, sino también por sus propiedades medicinales. Este fruto fue introducido por los misioneros en Nueva Zelanda a principios del siglo XX, y posteriormente en los Estados Unidos a finales de la década de 1960. A partir de estos años, el cultivo del kiwi creció con intensidad en todo el mundo. Hoy en día, Italia, Chile, Francia, Japón y Estados Unidos son los mayores productores de dos variedades: el kiwi verde y dorado.

El kiwi proporciona un 273% de la cantidad diaria recomendada de vitamina C y es un estimulante natural del sistema inmune que evita los resfriados y la gripe. Además, contienen buenas cantidades de vitamina A y vitamina E y limita tanto la hipertensión como la presión arterial alta. El kiwi es uno de los pocos alimentos ricos en vitamina B6 que ayuda al sistema inmunológico. El folato en el kiwi protege contra los defectos congénitos, enfermedades del corazón y cáncer. Las cantidades saludables de fibra mantienen al sistema funcionando sin problemas, lo que reduce el riesgo de diverticulitis y carcinógenos en el cuerpo. Su poder antioxidante proporciona efectos similares cuando se trata de neutralizar los radicales libres que pueden dañar las células, causar inflamación y el cáncer.

Solo una advertencia, el kiwi debe consumirse con moderación, ya que contiene fructosa, que puede ser perjudicial en cantidades excesivas.











martes, 4 de abril de 2017

00462 Los Colores en la Cocina

PINCELADAS DE ABSTRACCIÓN


Hay colores que pintan paisajes viajados. Un amanecer en oro con su atardecer de plata. Un campo en la distancia con apuntes de terciopelo que da lástima pisarlo. De amapolas y madroños, de tulipanes y lavandas, de cálido aposento donde dormitar el alma. Hay colores que visten el mar de fiesta y de siesta, con el recuerdo de una húmeda caricia sobre el agua. También hay quienes lo tizna de improvisada melancolía.

Hay colores que acompañan y que en el caminar susurran alientos de necesitada compañía. Pigmentos que impactan en el tránsito de una mirada y que se resisten pertinaces al olvido. Todo lo agrandan, todo lo hacen más magnífico y confiable.

Hay colores de diario que más tarde serán sustento. Entran rotundos por la vista con provocadora intención, con sugerente impresión. Pinceladas de abstracción antes de ser sabor y gusto. Colores que incitan y tamizan sensaciones traídas de la huerta, del mar y de la tierra para transmitir su seductor color.

domingo, 2 de abril de 2017

00461 Las Salchichas

DE CARNE DE CERDO

Posiblemente no tengan demasiado recorrido. Tan anónimas, tan sencillas y humildes. Es casi un alimento amigo, de esos que te acompañan toda la vida. Un producto socorrido, de apaño, como el que no quiere la cosa. Siempre están allí para un apremio, para una desgana, para un con cualquier tontería me conformo. De tan escasa impronta que pasan desapercibidas, sin apenas importancia. Será por todo esto que me gustan. Por esto y porque son excepcionales, máxime cuando das con la chacinería que se alía en la elaboración con tus preferencias y gustos. Y hace muchos años que la encontré. Bueno, para no faltar a la verdad, me vino heredada.

Hace ya algunas fechas traje a este blog mi gusto por las salchichas de cerdo bañadas en un simple y sencillo sofrito de tomate, cebolla y un par de cayenas. Es una de mis muchas debilidades. Además, es un plato capaz de aguantar en el frigorífico varias jornadas a la espera de la más mínima oportunidad.

Las salchichas de cerdo se llevan bien creo que con casi todo. Admite muchos compañeros en el viaje gastronómico. Así, a bote pronto, estoy recordando socorridas elaboraciones con cebolla, con setas, al vino blanco, con salsa de mostaza o de queso azul, nadando entre macarrones o como aderezo a unos espaguetis, al horno con puré de patatas...

En este particular reconocimiento a las salchichas de cerdo, no puedo olvidarme de los grandes momentos que me regaló "mi bocadillo" de salchichas y pimientos verdes fritos que se arropaban entre dos rebanadas de pan con tomate. Hace muchos años que no me doy semejante capricho. Lamentablemente, el apartado bocadillos, para mí, casi ha pasado a la historia. Solo su recuerdo hace que "se me salten las lágrimas de la emoción". Cualquier día de estos que la báscula me lo permita, me haré un bocadillo de esta nostalgia.

Ay, salchichas! Tan anónimas, tan sencillas,  tan humildes y sabrosas.














sábado, 1 de abril de 2017

00460 Los Huevos Nido

CON ANCHOAS

Una conversación telefónica de recuerdos y besos en la distancia me ha regresado al cuaderno de los "Sabores de mi madre". Mi interlocutora se disponía a comprar unos panecillos para poner en práctica una receta que había visto elaborar recientemente en un canal de cocina. No le he prestado mucho atención a sus ingredientes. Mis pensamientos se han escaqueado para traerme del reposado recuerdo unos "huevos nido" que hacía mi madre de tiempo en tiempo en tiempo, de capricho en capricho.

No los había vuelto a probar desde aquellos entonces. En el preciado cuaderno apenas media docena de líneas en las que se explica su elaboración. "Huevos nido con anchoas. Un panecillo de corteza fina. Uno o dos huevos y dos o tres lomos de anchoas de lata en aceite por panecillo. Se abre el panecillo por la parte superior y se le quita la miga. A continuación se introduce dentro del panecillo la yema o yemas de huevo sin la clara y sobre ellas, las anchoas. Batimos las claras a punto de nieve con un poco de sal y cubrimos el panecillo. Introducimos el panecillo en el horno pre calentado a unos 150 grados y lo sacamos cuando veamos que la clara montada comienza a dorarse. Servir caliente".

Esto es todo con su sencillez y la untuosidad de una yema que sin permiso impregna el panecillo con su vivo color al primer corte. El sabor de la anchoa hará el resto.

No los había vuelto a probar desde aquellos ya lejanos entonces. Una vez más, un aletargado sabor ha reactivado la maquinaria de los recuerdos con apuntes de necesitada felicidad.