jueves, 15 de octubre de 2020

00929 Las Cebollitas en Vinagre

 CEBOLLETAS

Con lo que me gustan los encurtidos, mucho han tardado en llegar a este caleidoscopio vital las cebollitas en vinagre. Espero que esta humilde hortaliza no me lo tenga en cuenta.

Me gusta cualquier tipo de encurtido o vinagrillo: pepinillos, pimientos verdes, piparras, tomates verdes... si bien, a las cebollitas en vinagre les tengo un aprecio especial y máxime desde que las cultivo y posteriormente las pongo en conserva en casa. Me resultan deliciosas y me ofrecen grandes momentos en la cocina cuando están ya en su punto de salazón, no exento de impaciencia.

Si bien hay un buen paquete de recetas a cual más curiosa para encurtir las cebollitas, de momento vengo optando por la más sencilla y tradicional y que alguien que sabe de esto me ilustró. A saber. 

Comenzaremos por pelar bien las cebollitas. A continuación, ponemos en el fuego un recipiente con el vinagre y dos cucharaditas de sal. El tipo de vinagre es opcional, según el gusto particular. Hay quien mezcla tres cuartos de litro de vinagre con un cuarto de litro de agua. Cuando rompa a hervir retiramos del fuego y dejamos enfriar. Introducimos las cebollitas en un bote y las cubrimos con el vinagre. Por último, cerramos el bote y lo introducimos en una cazuela llena de agua hirviendo por espacio de veinte minutos para esterilizar la conserva. Solo restará dejar la conserva en algún lugar oscuro donde dejaremos macerar por espacio de un par de meses.

Una vez sazonadas comienza mi particular festín y anda que no me evitan viajes al frigorífico. Son una pequeña delicia que para mí se convierte en grande cuando partidas por la mitad las "pinto" por encima con crema de aceite balsámico de Módena. Solo con escribirlo se me hace la boca agua.













martes, 6 de octubre de 2020

00928 Las Ensaladas Variadas

 COMO LA VIDA MISMA

Hoy, no sé por qué, me he levando un tanto gastronómico filosófico de andar por casa. Cuando me dispongo a preparar una ensalada variada, algo que acostumbro hacer con frecuencia y que me encanta, se me antoja como la vida misma. El resultado final para que sean unas ensaladas más agradables que otras y más sustanciosas, dependerá de los ingredientes que contengan y el aliño adecuado. Así también entiendo que es la vida. El devenir de los días estribará también en la disposición de los ingredientes en forma de actitudes, exigencias, aficiones, relaciones humanas, puntos de vista, sentimientos, comprensión, aceptación y el sinfín de componentes que queramos utilizar.

No hay una ensalada variada universal como tampoco hay un modelo de vida común para todos. Es algo muy personal. Es cuestión de gustos. Hay a quien con unas hojas de lechuga y un tomate partido le resulta más que suficiente para su disfrute. En en lado opuesto se sitúan quienes necesitan que su ensalada, su vida, sea rica en ingredientes y más compleja en su factura. También todo depende del momento. Hay instantes, periodos, en los que uno no quiere complicaciones y apuesta por lo básicamente seguro, frente a otros en los que se buscan nuevos ingredientes, otros riesgos o nuevas experiencias.


 Mientras estas cosas me digo, he preparado una ensalada sencilla y muy acorde al tiempo al que últimamente estoy suscrito bajo el lema "que la vida fluya". Nada premeditada y con ingredientes aleatorios que he visto por el frigorífico: lechuga, palitos de cangrejo y melón. El resultado, colorista, ligera, dulce y atractiva. Vamos, como debería ser la vida.
 


viernes, 2 de octubre de 2020

00927 Ortilla

PLACENTERA VISITA


Mi empeño por conocer todas y cada una de las localidades de la provincia oscense me lleva hoy hasta Ortilla. Como sucede siempre en estos casos, voy provisto de mi cámara fotográfica, mi cuaderno de sensaciones y con los ojos de reconocer y admirar.

No sé cuántas veces habré pasado a su vera sin llegar a detenerme para prestarle la debida atención. Nunca hasta hoy había sido destino, interesante y grato destino, y que gracias al objetivo que un día me marqué, el olvido se convierte ya en recuerdo.

La pequeña localidad, que comparte municipalidad con la vecina población de Lupiñén,  se encuentra a unos veinte kilómetros de la capital oscense, en la vega del río Sotón y próxima al embalse de La Sotonera. 


  


Antes de adentrarme en su casco urbano, mis ojos fijan su atención en una preciosa iglesia que se me antoja como una amable bienvenida. Uno de los bancos apostados a la entrada del edificio invita a sentarme en él y a sacar el teléfono del bolsillo para conocer algo sobre la atractiva y bien conservada construcción. Para ello acudo a la siempre recomendable web de Antonio García Omedes www.romanicoaragones.com. Comienzo a leer: "A pié de carretera se halla su templo parroquial dedicado a San Gil Abad. Su datación original se remonta a finales del XII. Fue diseñada en principio como iglesia de nave única, seguramente rematada en ábside semicircular. En el siglo XVII se sustituyó su cabecera por otra que le confiere planta de cruz latina a base de testero plano y dos capillas laterales con elevación en el transepto de linterna sobre pechinas edificada con ladrillo, todo ello en mampostería salvo los pilares, más cuidados, que sustentan arcos torales y formeros. Al mismo tiempo que se remodelaba la cabecera, se recreció el tempo con una "falsa" corrida circundada con ventanales al estilo de los edificios nobles aragoneses".


                 


La mañana es cálida y el sol parece querer aliarse con mi lectura. Continuo leyendo mientras mis ojos comparten conocimiento con su traslación de lo leído a las centenarias piedras. Me parece fascinante. "La portada del templo se halla a los pies del muro sur en un cuerpo ligeramente adelantado. Se compone de cuatro arquivoltas doveladas alternativamente de arista y bocel enmarcadas al exterior por guardapolvo. Apean mediante imposta corrida en tres pilastras y dos capiteles con sus columnas. Dichos capiteles son de motivos geométricos de estilo ya tardío. Son curiosos los del lado este con su mitad superior -labrada- de mayor diámetro que la inferior como si fuese un segundo ábaco. En el más exterior quedan vestigios de dos deterioradas caritas. La zona interior de la cesta, de menor diámetro, tiene una sencilla decoración geométrica a base de sucesivos círculos secantes"

Por un momento me siento dueño y señor del lugar a falta de paisanaje. En el tiempo que llevo sentado a los pies de la iglesia no he visto alma alguna. No sé la hora que es y tampoco me importa demasiado. Estos pequeños instantes hay que vivirlos y disfrutarlos sin marcajes, ni tan siquiera horarios. "Muchos de los sillares del templo románico, tanto al interior como al exterior, lucen las habituales marcas de cantero, pero hay uno hacia la mitad del muro sur, a la altura de los ojos, que llama mi atención al haber en él una firma en su ángulo inferior izquierdo. Parece leerse 'donamxho'. Es interesante porque acaso pudiera ser una firma de autoría del templo, a pesar de que no se acompaña del habitual 'me fecit'".



Se está bien, estoy bien, pero es momento de proseguir con la visita. Mis pasos se dirigen ahora hacia un gran edificio de aparente abandono y que bien pudiera hablar de días de esplendor. Resulta ser la casa del General Felipe Perena, un destacado militar oscense que tuvo un importante protagonismo en las contiendas bélicas acaecidas por estas tierras entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. En la fachada de la señorial casa hay una placa en la que se puede leer: "El Instituto de Estudios Oscense, en homenaje al Excmo, Sr. D. Felipe Perena, Teniente General de los Reales Ejércitos de España, héroe de la Independencia Patria e ilustre hijo de Huesca. 2-11-MCMLIX".

Mi siguiente destino antes de adentrarme en las calles de Ortilla es un curioso muro de sillares de piedra y que según se lee en un panel informativo ubicado a la entrada de la localidad, es un frontón del siglo XVII. Toda una sorpresa.

El trazado urbano de la pequeña localidad es de calles anchas, rectas y limpias. Sus casas presentan buena sillería y algunas muestran piedras armeras en sus fachadas. El silencio acompaña mi pausado caminar. Sigo sin saber qué hora es, pero algo me dice que es el momento de atender mis obligaciones familiares. Me hubiese gustado concluir el recorrido con la visita, por razones obvias, a la ermita de Nuestra Señora de la Garganta. Desde una cruz de término, respirando tranquilidad y con la mirada puesta en el horizonte al pico de Gratal, me comprometo a una próxima y pronta visita para completar el circuito. Me he sentido muy a gusto.