lunes, 17 de septiembre de 2018

00801 La Flor de la Calabaza

LA FLOR DE LA SORPRESA

Ya apunta maneras al asomar y cuando se abre a la vida, corta vida, sabe atraer mi mirar. Ha sido este verano una grata compañera en mis días de sol y huerta. Incluso hemos tenido una curiosa relación que ahora paso a describir.

En los primeros días de junio, cuando tenía repleta de esperanzadas plantas la pequeña parcela de huerto e inicié los primeros riegos, comenzaron a brotar, como no podía ser de otra manera, un buen número de hierbas que fui quitando pacientemente. Me he convertido en todo un experto. Un día observé que junto a las tomateras, borrajas, acelgas y calabacines, asomaban unas pequeñas hojas verdes bien distintas al resto de hierbajos. No sé qué me dio que se trataba de algo más que incómodas hierbas. Crecían con cierta soltura y celeridad. No las arranqué. Dejé que siguieran creciendo bajo la intuición de que pudiera tratarse de melones cuyas semillas hubiesen despertado del año anterior.

Estas desconocidas plantas comenzaron a adueñarse de todo el huerto invadiéndolo todo y "molestando" al resto de variedades. Seguía sin saber de qué planta se trataba. Al poco tiempo comenzaron a ornamentase con unas grandes flores amarillas; decenas y decenas de flores de un amarillo intenso. Era espectacular. Duraban poco, pero por cada una que se cerraba, nacían tres más.

Fueron pasando los días y esta para mí desconocida planta se había adueñado definitivamente de toda la parcela hasta el punto de convertirse en una especie de planta invasora. Observaba que mientras las plantas que no tenían cerca a este anónimo ejemplar iban creciendo, aquellas a las que les había tocado en "suerte" su compañía se mostraban acobardadas por su presencia. A todo esto, tras la flor amarilla ni un atisbo de fruto.

Un día de los que me tocaba limpiar a fondo de hierbas el huerto y ante la nula productividad de las flores amarillas, decidí arrancarlas para aliviar al resto de plantas que sí querían producir. No obstante, antes de deshacerme de ellas me aseguré de qué planta se trataba: eran calabazas.

Quité todas salvo cuatro plantas que se encontraban en una de las lindes de la parcela y que solo molestaban al perejil, media docena de esqueléticas lechugas y unas incipientes acelgas.

Los días se fueron sucediendo, el huerto empezó a dar sus primeros frutos y las plantas de calabaza continuaron adornándolo con sus espectaculares flores.

Una mañana, a punto de abandonar el huerto para regresar a casa, recordé que me hacía falta perejil. Así que me acerqué hasta el rincón donde en su día lo planté y cuando me disponía a arrancar unos tallos..... ¡oh, sorpresa! Sí,  una de las amarillas y ya anaranjadas flores iba acompañada de un pequeño y redondo fruto del tamaño de una pelota de ping pong. Animado por la ilusión del hallazgo pasé lista al resto de flores, contabilizando tres pelotas más. ¡Qué bueno!

Ahora, las pelotas de ping pong se han convertido en anaranjados balones de baloncesto. Ahora solo pienso en los empanadicos de calabaza que de aquí saldrán.




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