lunes, 31 de agosto de 2015

00099 Las Albóndigas de Atún

DELICADO BOCADO

Las albóndigas, tradicional factura y guiso de madre, son otra de mis debilidades. Algún día de estos le dedicaré una entrada a tan humilde y socorrido manjar. Hoy quiero traer hasta este blog unas albóndigas de reciente catadura: las albóndigas de atún. Al probar el primer bocado pensé, sin ninguna duda, que tenían que formar parte de este reto en el que ando metido.

Las hizo Gloria. Le gusta la cocina y cuando tiene tiempo nos sorprende con alguna elaboración no acostumbrada en nuestro menú. Al inicio de nuestras recientes vacaciones en Huelva, en el Nuevo Portil, cerca de Punta Umbría, acudimos, como solemos hacer siempre al día siguiente de nuestra llegada,  al mercado central onubense para hacer provisión de alimentos. En la cesta de la compra gana por goleada el pescado y dentro de las especies marinas, el atún, una de sus debilidades. En la pescadería le llamó la atención unos envases de plástico transparente que se disponían en primera fila del gélido mostrador y que contenían una carne picada roja. Preguntó por su contenido y el simpático pescatero le respondió: "atún picado para hacer albóndigas. Las puede hacer en salsa, con tomate..., salen buenísimas. Llévese una y ya me contará". Y así lo hicimos, aunque no cumplimos con todo el  mandato. Nos llevamos un envase pero nos volvimos a casa sin contarle cual fue el resultado. Lo dejaremos como excusa para volver el próximo año.
Un día Gloria se levantó con ganas de hacer las albóndigas. Siempre he pensado que hay elaboraciones culinarias que para su ejecución hay que tener cierta predisposición. Sirvan como ejemplo las albóndigas o las croquetas. El caso es que me fui a dar mi habitual paseo matinal mientras ella se dedicó a la albóndiga. Sólo vi el inicio de la elaboración. El momento de desmigar el pan para añadírselo a la carne picada de atún.

Tras mi paseo y sus albóndigas nos vimos en la playa. Le pregunté por su creación gastronómica y me contestó con un escueto "en la cocina he estado toda la mañana con ellas". 

De vuelta a casa y ya en la mesa, aparecieron los redondos manjares acompañados por unas tiras de pimiento rojo asado. Silencio. El olor que se desprendía del perol no podía ser más atractivo. Miradas. Ya en el plato las albóndigas en cantidad de cinco. Un suspiro. Pinché una con un tenedor mientras el cuchillo la partía en dos mitades. Como la mantequilla. Monté una tira de pimiento sobre una de las partes cortadas y me llevé a la boca el combinado. Inenarrable. Suave, sabrosa, en su punto. El mar había entrado a mi boca. ¡Qué placer! ¡Qué exquisitez! Y así se lo hice saber. Su dedicación a la albóndiga en una mañana vacacional había merecido la pena. Ya lo creo. Igual que ocurriera con otras que hizo de choco hace unos años. Pero eso será otra historia.








sábado, 29 de agosto de 2015

00098 El Santuario de la Virgen de la Peña de Aniés

DEVOCIÓN FAMILIAR


Muchas cosas, por cercanas, nos pasan desapercibidas o no les prestamos la merecida atención.  En mi caso, el Santuario de la Virgen de la Peña de Aniés es un claro ejemplo. Tan cercano y tan tardíamente conocido.

Mi madre hacía referencia a él con profusión de entrañables recuerdos. Para mi abuela Genoveva era el santuario de los santuarios que acogía a la virgen de las vírgenes. Y para mi tía Blanca, la única superviviente,  y Dios nos la deje durante muchos años, de mis raíces maternas, es, por simplificarlo, la expresión heredada de una familiar y compartida fe no exenta de emotividad por tantos y tantos añorados momentos.

Han transcurrido ya muchos años desde que nuestra siempre recordada abuela Genoveva nos dejara. Y me parece que fue ayer, en Montesusín, en la recta final de sus días, cuando el pasado y el presente le confundían, que se acercó a mi cama y me dijo, “Venga, hijo mío, vístete que tenemos que subir a la Virgen de la Peña”. La miré con extrañeza. Fijé mi atención en sus diminutos y bellos ojos mientras de su boca se desprendía abierta una horquilla que sujetaría su siempre perfecto y redondo albo moño. Apenas dispuse mis pies en el suelo, cambió su discurso para preguntarme que por qué me levantaba tan temprano.

En el tiempo que tuve la fortuna de disfrutarla,  recuerdo que sus oraciones y plegarias iban dirigidas a la Virgen de la Peña y que un buen número de sus preciados recuerdos de mocedad se escribían en torno al escenario del santuario mediante fugaces visitas y puntuales romerías.

Por aquel entonces yo sólo conocía el paraje a través de los ojos y del decir de mi abuela. Pasaron muchas décadas hasta que pude poner imagen real y caminar por el suelo que ella tantas veces transitara. Fue por motivos de trabajo, para cubrir una información: la inauguración de la techumbre del viejo santuario. Reconozco que me emocioné. Algo en mi interior se removió para despertar. El lugar no podía ser más sugerente y bello. Unas vistas espectaculares desde donde se divisaba una buena parte de La Sotonera oscense, -incluida la pequeña localidad de Aniés, pueblo natal de mi abuela y que tras casarse cambiaría por el de Alcalá de Gurrea-,  y que sólo podían mejorarse desde la perspectiva que tienen los numerosos buitres que pueblan los cortados rocosos de la Sierra Caballera.

Un santuario conformado por un conjunto de edificaciones alrededor de una pequeña iglesia medieval, cuyos restos más antiguos datan del siglo XIII. Pese a la escasa decoración al exterior de la iglesia, el interior sorprende por sus decoraciones cerámicas, por sus restos de capiteles historiados románicos y por sus pinturas. Se completa el complejo con la casa del ermitaño o santero; un edificio situado bajo la roca en el que destacan sus balcones superiores. Así de sencillo. Así de humilde. Así de espectacular. Digno de ser admirado.

Recientemente organizamos con mis primos una excursión a tan emblemático y emotivo lugar para recordar, unir más si cabe







y no olvidar. Al frente de la expedición mis tíos Blanca y Antonio junto con mi tía Olga y mi hermana Gemma, máxima representación de las familias Trullenque Ayala. En las caras de Blanca y Antonio se podía leer la emoción, tocar la ilusión y sentir el cariño por todo lo vivido. Y por algún sitio, no recuerdo muy bien donde, puede que en la “piedra bailadora”, me pareció ver el rostro feliz de mi abuela Genoveva. Un rostro nacarado y dichoso por vernos a todos reunidos en su santuario, en el Santuario de la Virgen de la Peña de Aniés.




viernes, 14 de agosto de 2015

00097 La Albahaca

TRADICIÓN OSCENSE

Dicen que fue su secreto mejor guardado. Nadie recuerda bien desde cuando, en su pequeño huerto de las proximidades de la ciudad, hacía crecer para el mes de agosto doce hermosas plantas de albahaca. Nueve de ellas, cuan formación militar, se alineaban al lado del patatar. Las otras tres restantes  desprendían su olor ganando centímetros a la vida en un rincón cualquiera de ese espacio de tierra que era todo su ser.

Año tras año se fue repitiendo la misma operación. Siempre doce; nueve y tres. Siempre la misma disposición convertida casi en un ritual. Era algo aprendido por todos aunque nadie jamás preguntó sobre el por qué de ese extraño y curioso reparto. Ni por su número. Una docena siempre es una buena cifra.

Sus hijos crecieron mientras él amontonó años. El huerto, ese trozo de tierra que tanto había cuidado y mimado hasta convertirse en un hijo más, también creció con él. Con el paso de los años, el vergel del que tanto presumía se fue tornando en erial. Su mente, su mirada y su caminar se fueron agostando. Nada había ya en el huerto para servir en la mesa. En esa mesa de ayer multitudinaria y festiva, y en la que al final apenas alcanzaron a sentarse los recuerdos. En el huerto sólo doce plantas de albahaca; nueve, en perfecta formación, y otras tres, en un rincón cualquiera de ese espacio de tierra que había sido todo su ser. Era su único quehacer y aunque las fuerzas le limitaban, todavía sacaba el ánimo para seguir dando vida a esa docena de verdes y aromáticas plantas.

Llegado el día de su descanso eterno, sus hijos nada quisieron saber de tierras ni de  huerto. Y allí donde antes hubo de todo lo que la tierra puede obsequiar con trabajo, dedicación y entrega, se construyó una piscina y un jardín para disfrute de hijos y nietos. Nada quedó para el recuerdo salvo la extraña práctica del abuelo. Sus hijos, sin pactos, sin previas negociaciones y de forma improvisada, continuaron con lo que entendieron tenía que ser una tradición. El cemento y los miles de metros cúbicos de agua que ahora ocupaban el otrora huerto, no fueron obstáculo para que cada año crecieran en ese trozo de tierra nueve plantas de albahaca, en perfecta formación, y otras tres más, en un rincón del jardín.

Nunca supieron el por qué de las doce plantas de albahaca y su disposición. Fue el secreto mejor guardado del abuelo convertido hoy en una tradición familiar y desde el convencimiento de que las tradiciones no se explican;se sienten y respetan.



jueves, 13 de agosto de 2015

00096 La Contagiosa Alegría Festiva

DE LOS NIÑOS Y NIÑAS

Hay cosas en estos días que nunca cambiarán. Podrá hacer mejor o peor tiempo. El dinero correrá por la ciudad con más o menos generosidad y alegría. El equipo encargado de preparar el amplio programa festivo estará más o menos inspirado a la hora de organizar las actividades o contratar las actuaciones. Y la gente podrá estar más o menos receptiva y dispuesta para afrontar toda una semana festiva. Pero hay algo que a pesar del paso del tiempo no se desgasta, no merma, está siempre presente y no pierde enteros: la ilusión de los niños y niñas ante los acontecimientos festivos.

Verles tan pequeños, tan ingenuos, tan descaradamente felices,  me remonta a viejos recuerdos sólo recuperados por alguna imagen fugaz en la memoria o por alguna fotografía rescatada de alguna caja de camisas.

Ellos y ellas, agotan. Todo es tremendamente nuevo. Los ojos se agrandan a todo cuanto sus pupilas recogen. No quieren perderse detalle alguno. Sus delgaditas piernas se mueven con más agilidad que nunca. Sus manos, siempre inquietas, te llevan de un lado para otro sin apenas pausa, sin tregua. Y es que a sus ojos es todo tan nuevo y tan atractivo.

En estos días, con estas criaturas, cualquier plan es imprevisible. Son ellas las que marcan, queriendo o sin querer, cada hora, cada minuto, cada escena de sus vidas que,  de forma irremediable, se unen a la tuya.

Son sinceros. No existe el compromiso ni la pose social. Si el ambiente es atractivo y de su agrado, el tiempo no tendrá medida. Si por el contrario consideran que no están cómodos, no tardarán en estirar de tus pantalones y suplicarte o exigir un rápido cambio de espacio.

Serán espectadores de primera fila, bien a ras de suelo, bien subidos a los hombros del progenitor o a los del amable amigo que ve en tu faz esa inequívoca imagen de "no puedo más".

Hay cosas en estos días que no estarán escritas en los programas oficiales de fiestas y que nadie, afortunadamente nadie, será capaz de organizar: la ilusión compartida y las hermosas miradas colmadas de ingenuidad y ternura ante el hecho festivo.








miércoles, 12 de agosto de 2015

00095 Estampas Laurentinas

EMOCIONES FESTIVAS

Para ella era más que una fiesta, más que unos días de desconcierto, de desorden hogareño, de horas prestadas al sueño. Era una semana en la que podía recuperar todavía las fuerzas necesarias para seguir manteniendo la actividad en casa. Un laboreo que durante todo el año, y salvo contadas ocasiones, por exigencias del guión de la vida, las paredes guardaban el riguroso silencio de la soledad. Para ella, San Lorenzo era más que una fiesta; era el reencuentro con lo que más quería: su gente.

Todo comenzaba unos días antes de que el mes de agosto asomara en el calendario. Las estancias de la casa volvían a inundarse de luz, de esperanzada vida, de presagio de que algo iba a pasar en breve.

A pesar de su ya avanzada edad, estos días previos al reencuentro, encendían en sus pupilas esa chispa de anuncio televisivo que iluminaban toda su faz. Todo volvería a ser como antes. Nevera y despensa recogerían en sus bandejas y estantes todo tipo de provisiones. Productos y viandas  que ella sabía seguían gustando a los suyos. Carne para empanar, verduras de la huerta oscense, todavía auténticas, para pistos y sofritos, y guisos como a ella y los suyos gustaban. Las nuevas generaciones se contentarían con hamburguesas, embutidos, arroz y pastas. Y el pollo... y el melocotón con vino. No podía faltar de nada.

De los cajones, como todos los años, rescataría blancas camisetas y pañoletas de color verde que, como todos los años, sus nietos abandonarían por toda la casa después de haberles sacado todo el partido. Algunas prendas eran casi irrecuperables, pero "ya se sabe cómo son estos jóvenes", se decía, "les gustan así".

Estos días previos eran agotadores, interminables; por el trabajo y por la espera. Por el ansia de una fecha que parecía no llegar nunca. Ella sabía, todos los años sucedía lo mismo, que después de todo, la tan esperada y deseada semana pasaría en un abrir y cerrar de ojos. Sabía que en plena algarabía festiva, a sus nietos, con un poco de suerte, los disfrutaría tras algún perezoso despertar, porque la calle sería su auténtica y verdadera casa. A sus hijos, entre compromisos, toros y cenas en la que rememorar su juventud, tampoco las paredes se les caerían encima. Pero con todo, merecía la pena.

Para ella, San Lorenzo era mucho más que una fiesta. Era el reencuentro con los suyos para tenerlos de nuevo cerca llenando un espacio que por exigencias del guión de la vida, se tornó en ausencia. Definitivamente para ella, San Lorenzo era más que una fiesta. Era un esperado deseo.












martes, 11 de agosto de 2015

00094 El Olor de la Albahaca

RECUERDO Y SON DE SAN LORENZO



Hace calor. Hace y tengo mucho calor. Es normal. Estamos en agosto y esto es Sevilla. La Agencia Estatal de Meteorología ha advertido del intenso calor que azotará el centro y sur de la península y todo parece indicar que Sevilla se llevará la peor parte, alcanzando temperaturas que superarán los 40º centígrados. Ayer una mujer de 55 años y un joven de 24 morían debido a sendos golpes de calor. Ella fallecía en el Hospital Virgen Macarena donde ingresaba tras sufrir un fallo multiorgánico debido a las altas temperaturas y a la falta de aislamiento adecuado en su casa. El joven moría tras sentirse indispuesto cuando jugaba a fútbol. Ya en su casa, quedó inconsciente, con falta de pulso y respiración y temperatura corporal muy elevada. Los servicios sanitarios desplazados hasta su domicilio no pudieron hacer nada por salvarle la vida. El golpe de calor es un síndrome grave que se produce por un fracaso de la termorregulación por la exposición a unas altas temperaturas y que provoca que el organismo no sea capaz de controlar la temperatura corporal, de forma que la fiebre sube a más de 41 grados.

Tendría que haberme ido como hago todos los años pero la tesis doctoral en la que estoy trabajando se ha convertido en la guía de todos mis deseos. De cualquier manera, debería haberle dado un carpetazo temporal y escaparme en busca de parajes más refrescantes. Cualquier excusa me sirve en las últimas semanas para despistar mi atención y no dedicarle todo mi tiempo y mis esfuerzos. Cuando no recojo la casa, envío correos electrónicos a mis contactos un tanto desconectados. Los diecisiete pasos que separan mi mesa de trabajo de la nevera empiezan ya a hacer estela en el pasillo. Ahora sed, luego hambre o simplemente para meter la cabeza dentro y refrescar las pocas ideas que me quedan. En una de estas idas y venidas acabo de ver mi bolsa de calcetines desparejados. Otra socorrida excusa para serle infiel a la tesis: emparejar calcetines que no utilizaré hasta el otoño.
Necesito hablar con alguien y escuchar una voz amiga y conocida, pero como si de una ley de Murphy se tratara, solo consigo oír la enlatada voz de “al teléfono que llama está apagado o  fuera de  cobertura”. Solo me resta ya a estas alturas de mi desganado día coger un libro y consumir mis “preciados y preciosos minutos” con su lectura. No tengo nada nuevo que leer, así que tendré que recurrir a una relectura. Elegir el título también me llevará su tiempo. En momentos así no sirve cualquier cosa. Descarto los poemarios, una de mis pasiones, así como los ensayos y la novela histórica. También aparto los ejemplares de numerosas páginas. No lo sabré disfrutar pensando que me espera, cuando me pasa la desgana, mi tesis doctoral. Tiene que ser algo ligero y que pueda consumir en un par de horas o tres como máximo. Seleccionaré media docena de libros y una vez sentado me decantaré por uno de ellos. Estas son mis alternativas: “La ciudad de la niebla”, de Pío Baroja; “Las olas”, de Virginia Wolf; “La función delta”, de Rosa Montero, -recuerdo que en su día me estremeció con su reflexión en torno al amor y la muerte. Puede ser el candidato para su relectura-; “La muchacha de las bragas de oro!, de Juan Marsé; y por último, un dos en uno, “La especulación inmobiliaria y La nube de smog”, de Italo Calvino.

Quien me conoce sabe que estoy enganchado a  los olores y en especial a los que tienen que ver con la imprenta. Cuando cojo un libro, nuevo o viejo, me gusta olerlo y pasar sus páginas por delante de mi nariz. Cada ejemplar tiene su olor particular y el de Calvino huele a algo bien distinto. Repito la operación y de entre sus páginas caen sobre mis rodillas unas hojas disecadas, unas hojas de albahaca disecadas. En la contraportada, en la parte superior derecha, una etiqueta en la que se lee “Librería Estilo. Huesca”. Y en la primera de sus hojas, y en bella y perfecta caligrafía: “El cinismo, las dudas, las palabras huecas y la falta de escrúpulos no es algo exclusivo de la época en la que nos ha tocado vivir. La mala conciencia, la palabrería sin sentido y la nula intención de resolver los problemas son cosa vieja”. Y a continuación el nombre de Isabel para cerrar unos mayúsculos besos.

Fue hace nueve años cuando este libro entró en mi casa. Era también el mes de agosto. Por aquel entonces me quedaban muy pocas ciudades españolas por conocer: Soria, Teruel, Cuenca y Huesca. De esta última, unos amigos que la habían visitado recientemente me habían hablado muy bien de ella y sobre todo de su provincia. Así que decidí desplazarme hasta allí una semana. Mi intención era pasar un par de días en la capital para posteriormente visitar los hermosos parajes de los que me habían comentado excelencias y sobre los que me había informado meticulosamente: Ordesa, Torla, Broto, Hecho, Ansó, Jaca, Canfranc, Valle de Tena, Panticosa, Graus, Roda de Isábena,  Aínsa, Bielsa, Boltaña…
Llegué a Huesca el 8 de agosto, a media tarde, con mi tienda de campaña que instalé, por los pelos, en el Camping de San Jorge. En mis preparativos del viaje sabía dónde ir, qué comer y dónde hacerlo, pero se me pasó por alto un dato importante que daría al traste con el guión previsto: las fiestas patronales de la ciudad de Huesca, del 9 al 15 de agosto. Así lo anunciaba un simpático cartel que todavía conservo por algún sitio, obra del prestigioso y reconocido diseñador gráfico Isidro Ferrer.

El camping estaba abarrotado y yo, abatido por mi torpeza. Decidí entonces ir al bar para recomponer la situación e improvisar un nueva ruta de viaje en compañía de una  buena jarra de fresca cerveza. Estaba claro que con una ciudad en fiestas poco o nada de lo que me interesaba ver podría visitar. En una mesa vecina un nutrido grupo de jóvenes reían mientras repasaban sus andanzas festivas de años precedentes. No recuerdo con exactitud cómo fue, tengo aquí una pequeña laguna mental, el caso es que al poco tiempo me encontraba unido al grupo. Eran estudiantes llegados de distintos puntos de la geografía española. Llevaban varios años acudiendo a las fiestas de Huesca, en honor a San Lorenzo, por invitación de una tal Isabel. Según me comentaron, el primer año acudieron a la cita cinco amigos. En sucesivas ediciones el grupo fue en aumento hasta llegar a los catorce, composición de la expedición ese año.

Inmerso todavía en mi contrariedad escuchaba sin mucho interés cómo hablaban de unas peñas, de la salida de los toros, de vaquillas, becerradas y carreras de burros, de una pañoleta verde que llevaban desde el primer año y que les proporcionara Isabel, de unos danzantes, de aperitivos, de noches sin dormir, del “tubo”, de albahaca, de almuerzos, de conciertos, de charangas, de hospitalidad….. Todo parecía ser muy entrañable, fascinante y divertido, aunque para mi resultara ser muy común a otras fiestas y por lo tanto, carente de mi interés. A punto de improvisar un “gracias por vuestra compañía” y de dirigirme a mi tienda para dormir y así poder madrugar al día siguiente y huir de la festiva multitud, apareció ella, Isabel, la anfitriona de mis improvisados compañeros de cañas.

No sé qué fue. Si su amplia sonrisa, su alegre y despierta mirada, su desparpajo o su forma de saludar al grupo, que su presencia me cautivó. Mis pies no habían hecho más que hacer fuerza en el suelo para levantarme de la silla cuando mis piernas declinaron la invitación a continuar con el proceso. Allí me quedé como un colega más. Una breve presentación y una sencilla explicación de mi situación bastaron para iniciar una animada conversación con Isabel, una oscense estudiante de psicología. La velada se prolongó hasta bien entrada la madrugada y en la despedida y con la sonrisa que le acompañó durante toda la noche, aseveró: “Nos vemos mañana. Ponte una camiseta blanca que de la pañoleta me encargo yo”.
Me gusta la fotografía. Es otra de mis grandes aficiones. Desde que comencé a mirar a través del objetivo de una cámara tengo perfectamente clasificados 143 albumes. De cuando en cuando suelo echarles un vistazo y recordar viajes o encuentros familiares. El olor de la albahaca y el recuerdo de Isabel me ha llevado a coger el album número 71 de mi privada e íntima colección de imágenes. Hace muchos años que no abría sus hojas, tanto como los que no se de Isabel.
Solo su simple apertura me vuelve a emocionar como me sucediera en Huesca hace nueve años. Primeros planos, fotografías de grupo, mucho color, un buen número de pequeños detalles, multitudes, el coso taurino, en un breve descanso, gentes anónimas que cautivaron mi atención… e Isabel, siempre Isabel, quien me enseñó la otra cara que toda fiesta tiene. Ella me hizo ver que las fiestas laurentinas, así creo recordar que las llaman, son mucho más que música y charanga, que toros y alcohol, que largas horas sin dormir, que desbordante y contagiosa alegría… Me supo transmitir sin esfuerzo alguno el espíritu de esa fiesta en honor a San Lorenzo, con olor a albahaca, de porte blanco y verde, de jota convertida en oración y  plegaria, de dance y de singulares melodías.

Del bullicioso y característico inicio de las fiestas, el día 9 de agosto a las doce del mediodía, a la hermosa mañana del día 10, San Lorenzo, día grande en Huesca. A pie de foto leo: “Son las ocho de la mañana. Toda la noche sin dormir para ver a los Danzantes de Huesca. Mucho público. Palmas y vítores. Agradables melodías las que acompañan al dance”. Y de todas, una imagen, la de Isabel en el momento de ver al santo asomar por la puerta de su basílica. La instantánea recoge su cara emocionada por la que se adivina descender una lágrima. Y frente a ella, el busto de San Lorenzo. Me estremece y me produce un sentimiento de ternura. “Día 11. En la Fiesta del Mercado con los Danzantes como protagonistas”. “De reposo en unos céntricos veladores de la capital oscense”. “En las ferias”. “Bailando en las peñas”. “De ronda”. “Hoy no me puedo levantar”. “En los toros a pleno sol”. “Vaquillas”. “En el Parque Bar”. “En la Casita de Blancanieves”. “Niñas jugando”. “Paseo de Las Pajaritas”. “En los tenderetes”. “Lo que pudo ser y no fue”; alguien del grupo cogió mi cámara y captó el instante en el que Isabel y yo nos dimos el primer beso en la ermita de Loreto mientras intentábamos ver las lágrimas de San Lorenzo.

Fueron días muy felices los que me regaló Isabel en las fiestas de San Lorenzo. Hablamos mucho. En una ocasión al pasar por delante de una librería vi expuesto un libro de Italo Calvino, “La especulación inmobiliaria y La nube de smog”. Le comenté que me gustó mucho su lectura, pero que lo debí perder en algún traslado. Ella también lo había leído. En la despedida, en la mañana del día 15 de agosto, y mientras tomábamos un café, me dio una pequeña bolsa que contenía un regalo, pero a condición de que no lo abriera hasta que llegara a casa. Y así lo hice. Era el libro de Calvino con olor a albahaca y que ahora me trae tantos y tan gratos recuerdos.
A Isabel, a pesar de las múltiples promesas de uno y de otro, no la he vuelto a ver. A mi regreso nos llamábamos con frecuencia, pero el paso del tiempo fue marcando la consabida distancia.

Hace calor. Hace y tengo mucho calor. Es normal. Es 8 de agosto y esto es Sevilla. Mi tesis doctoral, después de tanto tiempo, puede esperar. El recuerdo y son de San Lorenzo, no. No sé si veré a Isabel, pero sí los lugares comunes en los que aprendí a querer unas fiestas.

lunes, 10 de agosto de 2015

00093 Una Semana Muy Especial

SAN LORENZO, SIETE DÍAS, SIETE HORAS


 

Lejos quedan aquellos días en los que ver amanecer era una costumbre y el cuerpo no sabía de horarios, ni de comidas regladas ni de orden. Pasar del medio siglo es lo que tiene y por otra parte, las vísceras te recuerdan constantemente que están allí y que si quieres una vejez placentera, llegado el caso, deberás tener cuidado con los excesos y los defectos. Además, trabajo y fiesta nunca hicieron buena pareja de baile. De aquí que,  llegadas estas fechas,  uno piense, no sin cierta nostalgia,  aquello de “ni sombra de lo que fui”.

La fiesta es, en el más amplio sentido de la palabra, un regocijo dispuesto para que el pueblo se recree; una emoción expansiva, como es la alegría,  que nos lleva al contacto, al acercamiento con los demás. Y si algo tiene la fiesta laurentina es la capacidad de adaptación a no importa qué edad, y siempre  de la mano de las tradiciones o de los actos que se escriben en renglones de emoción, sentimiento y renovado recuerdo. En las fiestas de Huesca cabemos todos. Desde los que llamamos al santo, San Lorenzo, hasta los que le reconocen como “compañero Lorenzo”. Desde los que disfrutan de todos y cada uno de sus siete días festivos hasta los que pasado y apurado el día 11, si no fuera por necesidades del servicio, cogería maletas y familia rumbo a un destino vacacional y que, precisamente por mor del servicio, más la suma de hija adolescente, debe esperar hasta el día 16 de agosto o día del “ausente”, para cambiar de aires.

Con todo lo dicho y reconociendo públicamente que me sobran días de fiesta, debo rectificar casi sobre la marcha, para decir también que aún así, cada día tiene un algo especial lejos de inquietar al orden, al cuerpo, al horario o a las mencionadas vísceras y que me devuelve el espíritu festivo que pienso pierdo cada año que pasa. Es el San Lorenzo en siete días con siete horas muy especiales y que me invitan a seguir vistiendo de blanco y verde por fuera y por dentro, durante toda la semana.

Once de la mañana del día 9 de agosto. Ayuntamiento. Tras el ya tradicional almuerzo de la gente de la emisora junto con algún que otro añadido, conseguimos con Margarita Gabarre llegar hasta el ayuntamiento como nos gusta hacerlo: de punta en blanco. No es tarea fácil esquivar huevos, harina, salsa de tomate, mayonesa, vino y sandías, pero lo logramos. Tocamos madera para seguir cumpliendo con nuestro propósito. Preparado el dispositivo técnico entre saludos y sudores y cuando desde nuestros estudios Patricia Laliena nos da el visto bueno, iniciamos una serie de maratonianas entrevistas para participar a nuestros oyentes del ambiente festivo que se empieza a vivir. Tan solo unos segundos para que sean las doce del mediodía. El griterío en la Plaza de la Catedral es más que ensordecedor. Se adivina el seseo del cohete que acabará en el sonido que anuncie que la Ciudad de Huesca está de fiesta en honor a San Lorenzo. Es una hora muy intensa, acalorada, de amable sonrisa y alegría en las miradas. Y un deseo, que todos los oscenses disfrutemos de nuestras fiestas. Desde el balcón de la Casa Consistorial quiero recordar ese lejano tiempo en el que la plaza era una vistosa y atractiva marea blanca de espuma verde. Los tiempos cambian y aunque uno se acostumbra a casi todo, hay cosas que cuesta aceptar aún asumiendo que los pintores del paisaje festivo son otros y que también tienen otra edad.
 
Once de la noche del día 9 de agosto. Plaza de San Lorenzo. Jota de Ronda al Santo. Soy de los que la jota solo llamaba mi atención cuando me encontraba fuera de casa, pero gracias a las gentes de “Estirpe de Aragonia”, entre otros,  han conseguido que me guste y participe de ella, sólo como espectador, no me da para más, y aprenda a gustarla aún desde mi total desconocimiento en la materia. Desde hace algunos años soy un fiel seguidor de la ronda protagonizada por la Agrupación Folclórica “Santa Cecilia” y la Asociación Folclórica “Estirpe de Aragonia”, observando con admiración el creciente número de espectadores que aglutina. Noche de ronda y de sentidas voces para sacar ovaciones al santo. Laura Vall, Víctor Miranda, Antonio Pertusa, el añorado Pepe Rodrigo, el hombre de los hermosos ojos y dulce mirada, el baile de la jota de San Lorenzo de Sara Villacampa, Noemí Lanaspa, Mariluz Lafita, Jorge Martín y su particular albahaca, Roberto Ciria… y bajo el escenario, caras emocionadas por las portentosas voces y por el decir de sus gargantas. Y alguna que otra lágrima de algún que otro recuerdo de oscenses que vuelven a casa por unos días. Y al final, una felicitación de aniversario llegadas las doce de la noche; la que cumplimentamos a Francisco Barreña.

Ocho de la mañana del día 10 de agosto. Plaza de San Lorenzo. Son muchos los tópicos que se concentran a esta hora y en este lugar. Huyo de ellos y me quedo con el buen número de imágenes que se pueden llegar a recoger. Las del paso del tiempo y la incorporación de las nuevas generaciones en uno y otro frente. El reencuentro que cada año se nos hace más complicado. El sueño y el despertar unidos por una misma causa. Melodías musitadas que no quieren romper el encanto del sonido protagonista de la  incipiente mañana. El unánime aplauso por vocación, por querencia y orgullo. Un respiro a la emoción… y al final,  él. San Lorenzo sale de su casa. Todo huele a limpio. Tiene la mirada perdida para no echar de menos a nadie. Los allí reunidos le admiran y la cara se le ilumina al sentir la primera oración.

Nueve y media  de la mañana del día 11 de agosto. Plaza Luis López Allué. Es la Fiesta del Comercio de Huesca; la tradición renovada y puesta al día en el mismo espacio donde los hortelanos oscenses vendieron sus reconocidos y recordados frutos de la tierra. Oportunidad de ver de nuevo a los Danzantes en segunda convocatoria o a lo mejor en primera, según las andanzas practicadas en el inicio del camino festivo. Qué orgullosos se sentirían los “Trabuco”, “Jeremías”, “Solanes” o los “Fragatinos” al comprobar como sus conciudadanos mantienen el espíritu festivo. Los Danzantes bajan del escenario para continuar levantando aplausos y emociones de nuevo en el asfalto, su firme natural. Suenan las espadas Villahermosa abajo y entre el gentío todavía se vislumbra el ir y venir del palo de la albahaca al llegar a las cuatro esquinas.

Once de la noche del día 12 de agosto. Parque Tecnológico Walqa o Ermita de Loreto.  En el ecuador 

de la fiesta llega la noche de los deseos, de las Perseidas o de las “Lágrimas de San Lorenzo”. La Agrupación Astronómica de Huesca nos invita a un gran espectáculo sideral,  a la observación de la más popular lluvia de meteoros que se puede observar desde el hemisferio norte, a saber mirar el cielo y acercarnos así un poco más a la astronomía. Será, si el frío no lo impide y no nos devuelve pronto a casa, una noche larga con olor a campo en medio de un gran baño de deseos. Es la noche en la que uno piensa que todavía algo es posible y que lo mejor está aún por llegar.


Seis de la tarde de un día cualquiera. Parque Miguel Servet. Si algún sector de la población tiene las expectativas festivas más que cubiertas, este es el infantil. Dicen que es un público muy exigente en sus demandas, aunque desde la distancia pueda parecer todo lo contrario. Para los niños y las niñas todo es excepcional. Trasnochar, el bullicio de la calle, un paseo por “los tenderetes” y de paso “pescar algo”, las ferias y el parque Miguel Servet, donde la actividad es frenética, contagiosa y hasta agotadora. Y aquí, entre todas las cosas, “La Compañía de Títeres y Marionetas de Maese Villarejo” con las “Aventuras de Gorgorito”. El personaje infantil creado por Juan Antonio Díaz Gómez de la Serna, “Maese Villarejo”, ha provocado el entusiasmo de la población infantil oscense durante décadas y recordado a los adultos que esa ahora pequeña marioneta,  nos pareció, hace ya muchos agostos, un enorme héroe de impresionante y sonora estaca. La historia se repite. Los más pequeños siguen avisando al valiente Gorgorito de la presencia de la bruja, mientras tanto, los adultos, nos recreamos en sus caras donde se dibuja la alegría, algún que otro temor, asombro, admiración y ternura, mucha ternura.

 
Siete de la tarde del día 15 de agosto. En el Coso Bajo, a la altura del número 11. Ofrenda de flores y frutos a San Lorenzo. La fiesta llega casi a su fin. Restan ya muy pocas horas para que la ciudad vuelva a su estado habitual de las cosas. Mucha gente en la calle para ver como mairalesas, peñas, familias, vecinos, amigos… hacen su particular ofrenda al santo como muestra de respeto y amor. Subo la mirada a un balcón y me entristece la ausencia; regreso la vista a la calle y me contagio del entusiasmo de los espectadores. Los danzantes apuran sus últimos saltos y San Lorenzo vuelve a su casa. Y lo hace satisfecho porque se siente querido, porque sus vecinos han sabido disfrutar de sus fiestas. Regresa a su Basílica tomando buena nota de las plegarias recibidas porque así lo creemos y también lo queremos.


Son tan solo siete horas de las cerca de ciento cuarenta festivas. Siete horas de otros tantos instantes esperados año tras año. El resto, hasta completar la totalidad, las ocuparán y escribirán  en su recuerdo,  oscenses y visitantes en otros escenarios y con otras sensaciones para hacer de las fiestas de San Lorenzo en Huesca algo grande, hermoso y de obligado cuidado.