viernes, 27 de diciembre de 2019

00897 La Cocina Entretenida

ESPAGUETIS DE CALABACÍN CON TOMATES CHERRY

Si algo he aprendido en mis días de cocina es que, frente a la opinión de muchos, para nada es aburrida. Ni siquiera la tan denostada cocina de diario. Como en todas las cosas, es una cuestión de actitud, afición y querencia.

Metido entre fogones no hay nada que más me guste como improvisar, experimentar y hacer "probatinas". No siempre el resultado es óptimo, pero como dijo aquel: "Malmetiendo se aprende".

La huerta este verano fue generosa con sus frutos, lo que me permitió "jugar", experimentar y mezclar sabores con un mínimo margen de error en alguna de las propuestas practicadas en la cocina y convertir así este lugar de casa en un espacio de entretenimiento.

Una de las para mí novedosas combinaciones fue la del calabacín con tomates cherry. Llevaba varios días comiendo calabacín en sus distintas versiones y sobre todo, en forma de espagueti, cuando observé que la bandeja donde depositaba los tomates cherry recién traídos del huerto estaba a rebosar. El pequeño tomate nos salía en casa por las orejas y aunque lo consumíamos día sí, día también, y mis allegados eran receptores en buen número, no dábamos abasto. Así que decidí mezclarlos con los espaguetis de calabacín. El resultado no pudo ser más satisfactorio. Tanto, que a petición de mis queridos comensales, desde ese día pasamos a tomar el calabacín de semejante guisa.

Ingredientes: Para 4 personas. Un par de calabacines, 18 tomates cherry, dos dientes de ajos, dos cayenas, aceite de oliva virgen, sal y pimienta.

Elaboración: Poner a dorar  dos dientes de ajo cortados a laminas en una sartén con un poco de aceite y dos guindillas cayenas; una entera y otra troceada. Cuando los ajos comiencen a tomar color, añadir los espaguetis de calabacín a los que habremos dado esta forma con un utensilio de cocina para tal efecto. Remover y cuando el calabacín esté prácticamente cocinado, unos seis o siete minutos, añadir los tomates cherrys enteros o partidos por la mitad. Remover y mezclar. Dejar de cocinar cuando observemos que el tomate empieza a desprender su piel. Servir en el plato y sazonar con sal y pimienta. 





lunes, 23 de diciembre de 2019

00896 La Pardina de Sobrarbe

UN PEQUEÑO PARAÍSO


Me fascina la comarca de Sobrarbe y cualquier excusa es propicia para visitarla. En esta ocasión, mi destino en este caleidoscopio vital es la pequeña localidad de La Pardina de Sobrarbe. Accedí a ella por primera vez el año pasado. Fue para mostrar a dos vecinas mi reiterada gratitud, siempre hay algo que agradecer, tras auxiliarme, meses atrás, en un percance automovilístico. Les pedí su dirección y les prometí una visita.

A las pocos meses, cuando el otoño se iba despidiendo, cumplí con mi promesa. Antes de emprender el viaje acudí a la enciclopedia "Aragón pueblo a pueblo", de Alfonso Zapater, una costumbre que tengo cuando visito una localidad por primera vez, con el objeto de conocer algunos pormenores de mi destino. No encontré reseña alguna. Así que visto lo "no visto", tuve que pedir ayuda a don Google y esta fue su información: "La Pardina es una localidad española perteneciente al municipio de Aínsa-Sobrarbe, en el Sobrarbe, provincia de Huesca, Aragón. Antiguamente tuvo ayuntamiento propio. Situado entre los 520 y los 675 metros de altitud y al lado de Latorre, La Pardina tenía en 2005 una población de 8 habitantes. Entre sus casas, todas ellas de arquitectura tradicional, destaca la llamada casa Arasanz. En el año de 2010 la población remontó a 13 habitantes, 6 varones y 7 mujeres. Se accede al pueblo desde la carretera A-138, que une Aínsa con Barbastro, desviándose a la altura de Mediano. La Pardina celebra sus fiestas el 4 de diciembre en honor a Santa Bárbara. El 28 de mayo, día de Santa Waldesca, y el 13 de agosto, día de San Hipólito, hay sendas romerías".

Con esta escasa información, pero suficiente para hacerme una idea sobre mi destino, me dirigí hacia La Pardina. Al llegar, me detuve en la primera casa que vi. Estaba bastante apartada del núcleo rural. A una señora que se encontraba limpiando los aledaños le pregunté si me podía  indicar, por favor, dónde vivían las vecinas que buscaba. "Pregunte en el pueblo", me contestó.

Ya en la aldea, ni un alma a quien pedir información.  Busqué vida entre las ocho o diez casas que conforman el pueblo,  pero en mi caminar solo pude encontrarme con un orondo y rubio gato acomodado sobre un tronco de leña al que ni siquiera le incomodó mi presencia.

Dirigí de nuevo mis pasos hacia la carretera. Me pareció apreciar luz en una hermosa y gran casa rehabilitada. Llamé al timbre y a los pocos segundos un joven y sonriente hombre abrió la puerta y se acercó hacia mí. Su contestación a mi saludo de cortesía me indicó que se trataba de alguien foráneo.  Le pregunté si conocía a alguna de las dos vecinas que estaba buscando. Con mi escaso inglés y su parco español pude deducir que llevaba poco tiempo viviendo en La Pardina. Entendí que hasta entonces había residido en Londres y que había decidido retirarse a este "paraíso",  ya que su trabajo así se lo permitía. Tras unos minutos de inconexa conversación decidió llevarme hasta una casa contigua donde habitaba desde hacía algunos años una familia inglesa que "habla español".

Fui atendido por un también joven hombre que, sonrisa en boca y mono de trabajo,  no dudó en acompañarme hasta la vivienda de una de las vecinas que deseaba encontrar. Llamé a una puerta que no tardó en abrirse y allí estaba una de mis salvadoras.

No me reconoció. Tuve que presentarme y recordarle el percance que tuve con el coche subiendo a Muro de Roda, su eficaz y desinteresada ayuda para salir del atolladero en el que me vi inmerso y la promesa de una pronta visita. Una vez ubicado y tras entregarle unos presentes en señal de reiterado agradecimiento, solo me dijo: "Ah! Ahora me acuerdo. Pensé que tu promesa se trataba solo de un simple cumplido".

Me invitó a conocer el pueblo, algo que hicimos en un abrir y cerrar de ojos: la casa de "fulanito", prácticamente cerrada, "solo vienen para el verano". La casa de la amiga que en aquel día también nos auxilió, "hoy está de viaje"; la casa en la que viven dos personas mayores y que se llena de vida en verano con la llegada de hijos y nietos; un atractivo hotel de turismo rural, en ese momento cerrado, con sugerentes instalaciones y que "en verano se llena de familias y da gusto..." Y poco más.

Como la visita por el pueblo se nos hizo corta, decidimos dar un paseo por la carretera. Me comentó que ella vivía en Barcelona y que los últimos años de vida de su padre, ya enfermo, dejó la Ciudad Condal para dedicarse a él. Al fallecer, ni se planteó volver a la gran ciudad. "Me encuentro bien aquí a pesar de la dureza del invierno y de algún que otro momento de soledad. No echo en falta nada de mi otra vida. Este es mi pueblo. Aquí está mi casa y aquí viven mis recuerdos. No lo cambio por nada". La conversación me resultó muy entrañable y rica en matices.

El sol dejó de darnos calor con una invitación a la despedida. La última imagen quedó registrada en el retrovisor del coche con una sonrisa y un movimiento oscilante de la mano que parecía querer decirme "cuidado con la carretera, despacio, hasta pronto".

De regreso a casa reflexioné sobre las últimas horas vividas en  La Pardina, un pequeño núcleo, como tantos otros de esta hermosa tierra, que se niega a desaparecer,  y la conversación mantenida con mi vecina auxiliadora. Me había desplazado hasta este "pequeño paraíso" para mostrar mi gratitud a una de sus moradoras, que de forma generosa me había abierto su corazón y compartido sus vivencias. Regresaba a casa con la sensación de seguir estando en deuda con ella. Me faltó agradecerle, como a todas las personas que viven en el medio rural, su decisión y entrega por impedir que nuestros pueblos desaparezcan.

Ella no lo sabe, pero volveré, en señal de agradecimiento, y para disfrutar de una amable conversación en un pequeño paraíso. Y no será verano.


















jueves, 12 de diciembre de 2019

00895 El Pan de Pimientos del Piquillo

LODOSA



Si me gusta a rabiar el pan y me encantan los pimientos del piquillo, su mezcla en masa horneada tiene que estar de vicio. Es lo que pensé cuando en una ocasión, en una de esas tardes maratonianas frente al televisor viendo Canal Cocina, vi un atractivo reportaje sobre la "Fiesta de exaltación del pimiento del piquillo de Lodosa".

El primer fin de semana de octubre se celebra en esta localidad de la Ribera Alta de Navarra, la fiesta de exaltación del pimiento del piquillo, coincidiendo con su recolección. Una jornada, que traeré a este caleidoscopio vital en otra ocasión, en la que en torno a la plaza se distribuyen distintos puestos de venta de alimentación, con degustación de pinchos y vino o demostraciones de cómo se conserva el producto, cómo se asa, cómo se descorazona o cómo se pela el pimiento de piquillo de forma tradicional.

Apunté en mi memoria la fecha, y de paso también en la agenda porque no me fío ni un pelo de mi retentiva, y este pasado mes de octubre, allí que me fui en excursión familiar a pasar el día.

Resultó todo tal cual recordaba del reportaje televisivo, con el añadido del sugerente y envolvente olor ambiental que despedían los pequeños pimientos asados. Mi intención era dar una vuelta por la plaza y dirigirme posteriormente hacia la panadería que había visto en el reportaje de Canal Cocina. Pero no fue necesario. El obrador había acudido a la plaza con sus rojizos, olorosos y crujientes panes. Tenía unas enormes ganas de probarlo y saciar así mi curiosidad. No diré más. Compré dos barras y solo llegó intacta una de ellas a casa; la otra fue sucumbiendo, a palo seco, conforme fueron pasando los minutos entre pimientos, asadores y demostraciones. ¡Qué cosa más deliciosa! ¡Qué rico sabor y atractiva presencia!

De regreso a casa me pasó por la cabeza comprar una panificadora doméstica para hacer este y otros sugerentes panes. Solo fue un pensamiento. Sería mi perdición. Prefiero quedarme con el recuerdo y esperar al próximo mes de octubre para un nuevo encuentro y mi particular exaltación.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

00894 Cuando el Color Sale al Encuentro

UN ASOMBRO A LA VISTA


Impresionan, expresan, llaman la atención, construyen... son los colores que salen al encuentro de forma inesperada en el caminar de un día cualquiera.

Alimentan sensaciones y emociones sin criterio predeterminado en un golpe de luz tintada para enriquecer nuestra vida.

Cada color tiene su momento y nos trae su significado. Amarillo; variable, inseguro y espontáneo. Azul; estable y profundo como el mar y el cielo. Rojo; intenso, erótico y pasional. Verde; naturaleza, optimismo, esperanza y calma. Blanco; perfecto, bondadoso, fresco y limpio.

Hay días en los que el color se hace más que necesario. No se sabe. Ellos sí parecen saberlo. Y es entonces cuando te asaltan. Penetran por la vista para remover y alterar el cajón de tus emociones. Un asombro a la vista que no se muestra ajena a la indiferencia de un color que lo inunda todo, que todo lo magnifica vestido de belleza y fantasía. Es el color que sale al encuentro.







martes, 10 de diciembre de 2019

00893 Los Frixuelos Asturianos

RELLENOS DE COMPOTA DE MANZANA


No acostumbro a tomar postre salvo que se den dos circunstancias: comer fuera de casa y que la propuesta sea casera, casera. Y ya puestos, que la elaboración anunciada sea desconocida para mí.

Estas dos condiciones se dieron recientemente cuando comí por primera vez, y me encantaron, los frixuelos asturianos. Conocía su existencia pero nunca había tenido la oportunidad de probarlos. Fue en la localidad asturiana de Sostres, en Casa "La Gallega", y como colofón a una comida a base de queso de cabrales y una deliciosa y espectacular fabada. Cualquier día contaré aquí los pormenores de este pintoresco establecimiento, del que vaya por anticipada mi recomendación.

Los frixuelos o fayuelos son un postre típico del Antroxu asturiano, que es como llaman por esas tierras al carnaval. Se asemejan a las filloas gallegas, frijuelos leoneses, frisuelos cántabros o crêpes de la vecina Francia. Acostumbran a tomarse simplemente con azúcar o rellenos de crema de castañas, dulce de leche, crema pastelera o compota de manzana. Su elaboración es sencilla y muy gratificante al paladar.

Ingredientes: 200 gramos de harina, 4 huevos, 500 ml de leche entera, la ralladura de un limón, una cucharada de anís o coñac, 2 cucharadas de azúcar blanco y una pizca de sal.

Elaboración: Batir los huevos con el azúcar. Añadir a continuación la leche, el anís, la ralladura de limón y la sal, y seguir batiendo. Incorporar poco a poco la harina hasta conseguir una mezcla homogénea. Dejar reposar durante una hora. Mojar una sartén con una gota de aceite y extenderla por toda la superficie. Verter dos cucharadas soperas de la masa y mover la sartén para que se extienda por toda la superficie.Transcurrido medio minuto, despegar los bordes del frixuelo y darle la vuelta hasta que se dore la otra mitad. Colocar los frixuelos en un plato, uno encima de otro, e ir espolvoreándolos con azúcar.

Para el relleno de compota de manzana necesitaremos un kilo de manzanas "reineta", 120 gramos de azúcar blanquilla, 330 mil de agua,  un chorro de zumo de limón y una cucharadita de canela molida.

Elaboración: Poner en un cazo el agua, el azúcar y llevar a ebullición. Dejar hasta que se forme un almíbar ligero. Mientras, lavar, pelar y descorazonar las manzanas. Trocear y añadir a la cazuela cuando el almíbar esté hecho. Añadir la canela, bajar el fuego, tapas la cazuela y dejar cocer por espacio de unos treinta minutos.

Solo restará rellenar los frixuelos. Si se desea, además de espolvorear azúcar sobre el frixuelo, también se puede incorporar un poco de canela en polvo.






jueves, 5 de diciembre de 2019

00892 Las Bodegas y Lagares de Puibolea

BORDEANDO EL TOZAL QUE CORONA EL PUEBLO

El día que visité por primera vez las Bodegas y Lagares de Puibolea me traje de regreso a casa un grato recuerdo. No había tenido hasta ese momento la oportunidad de ver algo parecido y quizás por ello me resultó sorprendente.

Se trata de un conjunto de quince cuevas, catalogadas como Patrimonio Cultural Aragonés, excavadas en la ladera del Cerro del Tozal que corona la pequeña localidad de Puibolea, en la Comarca de la Hoya de Huesca. Sus tamaños oscilan entre los seis y veinte metros, y disponen de una galería alargada de considerable altura, sostenida por arcadas de ladrillo que se completan con ensanchamientos laterales para albergar grandes cubas de madera.

Según reza un panel informativo próximo a las bodegas, "estas construcciones, excavadas bordeando el tozal que corona el pueblo, surgen de la presencia de población musulmana en esta localidad. Puibolea era a comienzos del siglo XVII un lugar exclusivamente habitado por moriscos, de tal modo que tras su expulsión de España, decretada en 1610, Puibolea quedó totalmente despoblado y los señores del lugar, los monjes agustinos del Real Convento de Loreto de Huesca, tuvieron que repoblarlo con cristianos procedentes de villas cercanas como Bolea o Loarre".

Se pueden observar dos tipos de bodegas: las de almacenamiento y las de elaboración y almacenamiento. Mientras que en las primeras únicamente se conservaba el vino, en las segundas, además de almacenar, su interior contaba con los elementos necesarios para su elaboración como prensas, pisaderas y  lagares. Se cuenta que la cantidad de vino que podía llegar a albergar alguna de las bodegas de almacenamiento, excedía el lógico consumo de la casa. "De hecho, se sabe que el vino elaborado en Puibolea se subía a vender a los mercados de Jaca".

Algunas de las bodegas están restauradas y otras fuera de uso. Estas últimas carecen de puerta lo que nos permite visitar su interior y contemplar la grandeza y distribución de su espacio; auténticas obras de la ingeniería e ingenio tradicional.

Recomiendo su visita pausada y la contemplación del paisaje que rodea a Puibolea en la plácida Sotonera.












miércoles, 4 de diciembre de 2019

00891 La Mermelada de Limón y Jengibre

SABOR, FRESCOR Y AROMA


Al tiempo que hace unos días inauguraba la esperada temporada de los platos de cuchara, lo hacía también con mis meriendas y cenas a base de galletas con mantequilla y mermelada. Me encantan.

Me gustan todas las mermeladas. No tengo una predilección, así que la dulce fruta aparecerá sobre la mantequilla en función del antojo de sabor del momento: Fresa, frambuesa, mora, naranja amarga, -mi hermana María Engracia borda su elaboración, ciruela, albaricoque, melocotón, tomate.....

Desde hace ya algunos años, a mi paleta de sabores de jaleas añadí la de limón y jengibre. El primer día que la probé me pareció algo exquisito por su sabor, frescura y sobre todo, por el aroma que se desprende con solo abrir el bote; me fascina. Así, que en la inauguración de esta temporada no me lo he pensado dos veces y he acudido a ella para que hiciera los honores.

Aquí dejo una sencilla receta por si apetece hacerla.

Ingredientes: 500 gramos de limones, 500 gramos de azúcar y una cucharada colmada de ralladura de jengibre.

Elaboración: Pelar y quitar la parte blanca de los limones e introducir en trozos en una cazuela. Cubrir de agua y cocer hasta que estén tiernos, unos 30 minutos aproximadamente. Agregar el azúcar, el jengibre rallado y parte de la cáscara de limón, pero sin que contenga la parte blanca. Por último, dejar cocer unos 60 minutos o hasta que presente una consistencia espesa.




00890 Pisar Hojas Secas

REGRESO A LA INFANCIA


Hace tiempo que no sabía nada de él. Creo que la última vez le vi correteando sudoroso y alegre por las calles de su infancia. "Tres navíos en el maaaaaar y otros tres en busca vaaaaaan",  me pareció escucharle. No es desatención ni olvido, más bien distancia distraída.

Hoy ha venido a mi encuentro. No le esperaba. Me ha cogido en pijama y con la vista perdida en algún punto impreciso de la cocina. Por la puerta entreabierta entraba un penetrante olor a frío, esa rasca que me encoje y que a él tanto entusiasmaba mientras se escondía tras un pasamontañas de lana,  tejido por delicadas y entregadas manos de madre.

Desde la terraza, el parque comienza a mostrar su desnudez mientras la niebla, la primera que veo del año, se desparrama sobre las copas de los árboles. "Ni pisar la calle",  me digo. "¡Vamos, vístete", me alienta. Hago como que no le oigo, qué pereza, qué necesidad..... Y ¿por qué no? Solo es frío, es un momento, un breve paseo para estirar las piernas.

Encogido de hombros de forma exagerada he recorrido paseos pretéritos de la mano de mi recordada infancia: La casita de cuento, el pequeño estanque, el parque viejo, las pajaritas, el paseo central, el kiosko de la música... Está todo muy cambiado, más ordenado. Todo, salvo esa sensación de recogimiento, de felicidad inexplicable, de silencio. Un silencio tan solo alterado por el crepitar de las hojas secas al paso necesitado. Como antaño. Cris, cras, cris, cras, zaaas. Cris, cras, cris, cras, zaaaaaas. Cris, cras, cris, cras, cris, cras, cris, zaaas. Más rápido.  Cris, cras, cris, cras, cris, cras, cris, cras, cris, cras, zaaaaas. No, eso no, le digo. Dar una voltereta sobre las amontonadas hojas, no. Sería demasiado atrevimiento.

Caen las hojas en vaivén acompasado e intento cogerlas al aire para que no se hagan daño, como antaño. Él me gana la partida. Mis reflejos están desentrenados. Caen las horas en la inesperada mañana y yo, sentado en un banco a su lado. Le miro y le sonrío mientras se me escapa un suspiro.

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lunes, 2 de diciembre de 2019

00889 Los Fideos con Almejas

SENCILLEZ Y SABOR

La pasta se hace amiga del mar desde la sencillez y con la complicidad de la cuchara. "Hacer sitio en el congelador" ha sido el promotor de tan aparente, sabrosa y simple propuesta. Que si una cabeza de merluza por aquí, que si un trozo de no adivino qué pescado por allá, que si un poco de rape que en algún momento quedó... Suficiente para hacer un buen caldo de pescado, clave de la elaboración.

Ingredientes: Para 4 personas. 400 gramos de fideos de los utilizados para fideuá, 400 gramos de almejas, 1 cebolla, 2 ajos, un vasito de vino blanco, un par de hojas de laurel, unas hebras de azafrán, aceite de oliva virgen, sal, pimentón dulce o picante, al gusto, y caldo de pescado.

Elaboración: En primer lugar, llevaremos a ebullición en un cazo algo más de medio de litro de agua para hacer un caldo de pescado. Al agua, además de los trozos de pescado, le añadiremos dos hojas de laurel, sal y un chorrito de aceite.

Mientras se hace el caldo de pescado, pondremos al fuego una sartén con un poco de agua y añadiremos las almejas que dejaremos hasta que se abran. Sacaremos las almejas abiertas a un plato y reservaremos el líquido de su cocción.

A continuación, pondremos una cazuela al fuego con un generoso chorro de aceite de oliva virgen, los dos ajos y la cebolla, todo bien picado. Cuando ajos y cebolla estén sofritos, añadiremos las almejas y un vasito de vino blanco. Dejaremos en el fuego hasta que el vino se reduzca y echaremos los fideos para que se rehoguen unos minutos en el sofrito.

Colaremos el caldo de pescado y lo verteremos, junto con el caldo de cocer las almejas, sobre los fideos. Incorporaremos también las hebras de azafrán, el pimentón dulce o picante, y sazonaremos si es necesario.

Cuando los fideos estén hechos, retiraremos la cazuela del fuego y dejaremos reposar antes de servir.

Sencillez y sabor vuelven a reivindicar su lugar en la mesa.




00888 Los Castaños

HONESTIDAD

Me complace observar árboles. Todos, sin predilección alguna. Sus figuras y formas. Su silencio. A contraluz. Ver cómo juguetean con el sol. Su plasticidad. Y llegado el caso, si se dejan, hasta pintarlos en soledad en un óleo.

Me gustan lo que representan, su aguerrida supervivencia, su belleza, sus frutos, colores y presencia. Jóvenes y viejos, altos y bajos, sanos y fuertes, y los heridos, me estremecen. Me gusta verlos crecer, mudar y rebrotar de nuevo a la vida esperanzada.

Mi atención e interés se fija hoy en el castaño, una especie arbórea que en el druidismo está considerada como uno de los veintiún árboles mágicos y representa la honestidad, el aprendizaje y el conocimiento oculto. Para los celtas la naturaleza era un ser sagrado, mágico, y los árboles representaban la unión del mundo terrenal con el espacio sagrado, como una unión con sus divinidades y dioses.

El castaño llegó a ser la despensa de las hambrunas de las clases más desfavorecidas. Así, su fruto, las castañas, constituyeron la base de la alimentación en Europa. Se consumían asadas, secas o en forma de harina hasta que la patata y el maíz, a partir del siglo XVI,  pasaron a ser dos de los alimentos básicos.

En España, si bien el castaño ya existía antes de la llegada de los romanos, fueron estos, muy aficionados a su fruto, los que hicieron una masiva plantación de este árbol.

El castaño es un árbol de gran longevidad, crecimiento rápido y puede alcanzar hasta los 30 metros de altura. Su tronco es grueso y corpulento, y su corteza, con los años, adquiere un característico estriado oblicuo que nos da la sensación como si el tronco estuviera retorcido.

La madera del castaño es de gran calidad, dura y resistente. En las comarcas del norte peninsular era la preferida para la construcción de viviendas, cabañas, hórreos y muebles. Sin embargo es muy pobre como combustible.