miércoles, 31 de enero de 2018

00628 Las Empanadillas Japonesas

GYOZAS

No las he hecho en mi vida, solo las he probado cuando he tenido la más mínima oportunidad. Me parece suave y deliciosa esta propuesta gastronómica que procede de la cocina oriental. Digo que jamás he intentado hacerlas, pero viendo algunos tutoriales en la red, no descarto que en cualquier momento me estrene. Todos lo dibujan muy fácil, luego ya veremos. Si cualquier día de estos me decido, este caleidoscopio vital lo alparceará.

Por cierto, que yo pensaba que las gyozas eran de origen japonés. Y no, son de la cocina tradicional china, donde se conocen como "dim-sum". Leo que "las gyozas japonesas se diferencian de su variedad china en lo que se refiere al modo de elaboración. Mientras el "dim-sum" se cocina simplemente al vapor, las gyozas se fríen previamente para que queden tostadas, antes de cocinarlas al vapor". Otra de las fundamentales diferencias entre la receta china y japonesa es que esta última presenta elevadas cantidades de ajo, que le aportan un sabor característico. Del mismo modo, que su contenido en sal o salsa de soja es más bajo.

En China es una de las comidas más servida durante las celebraciones del Año Nuevo Chino. La receta más común lleva carne picada de cerdo, ajo y col, junto con aceite de sésamo.

Las gyozas que ilustran esta entrada pude fotografiarlas antes de echarles el diente. Habitualmente, cuando estoy delante de ellas, ni me acuerdo de que existe la fotografía. Por cierto, las degusté en el Cook Fiction de la capital oscense. Deliciosas y buenas propuestas las que sus jóvenes cocineros realizan.


martes, 30 de enero de 2018

00627 La Gastronomía Onubense

MAR Y CAMPO


Gamba blanca, mojama, coquinas, chocos, sardinas, boquerones, jamón de Jabugo, fresas, chorizos, morcones, embutidos, calderetas, verduras, pestiños... son algunos de los nombres que me vienen a la cabeza sin mucho pensar cuando quiero recordar la gastronomía onubense. Una gastronomía que en mi caso está asociada a las vacaciones estivales en El Portil, entre El Rompido y Punta Umbría,  y que tan gratos momentos me ha deparado.

Si algo me gusta de las propuestas culinarias de esta hermosa, apacible y encantadora tierra, por cierto, que en 2017 fue Capital Gastronómica, es el desenfado y sabor de sus platos. La provincia onubense tiene producto y de calidad, así que poco hay que disimular en los fogones. Reconocida por su gamba blanca y por sus ibéricos, son muchas las sorpresas que he ido recogiendo en mis distintas incursiones por Isla Cristina, Punta Umbría, Ayamonte, El Rompido, Huelva o el Poblado de El Rocío, Moguer... Encebollados, frituras, planchas, adobos, asados, papas en distintas versiones, coquinas al ajillo, "calamares del campo", "pimentás", pescados al pimentón, acedías y pijotas, manitas de cerdo, habichuelas... y todo, será la primera vez que diga que "ya no me ven el pelo" en algún establecimiento, a unos precios más que asequibles.

Sí, me gusta la gastronomía onubense. "Comida de comer" sin más pretensión que la del natural disfrute de los productos del mar y de los que se crían en la serranía de Huelva. Mar y campo en suma placidez en días de entrega.





lunes, 29 de enero de 2018

00626 La Empanada de Pimientos

CON ANCHOAS

En algún lugar del inicio de este blog dejé ya reflejada mi querencia hacia las empanadas gallegas, en general, y a la de berberechos, en particular. De hecho, las únicas empanadas que elaboro, gracias a la receta con la que me ilustró mi hermana Gemma, es la de este molusco. Raro es el festín en la que no esté presente esta rica empanada.

Pero es hora ya de ir renovando el repertorio y poner entre masa y masa otras alternativas. Así,  que aquí va otra excelente sugerencia: empanada de pimientos con anchoas. El relleno, en esta ocasión, viene de las enseñanzas de mi hermana María Engracia y mi sobrina Gloria. Exquisito. De hecho, en mi último encuentro en el que tenía algo que celebrar y agradecer, llevé una empanada de cada y hubo dudas a la hora de mostrar preferencias. Digamos que hubo un empate técnico. Y es que las dos son deliciosas y tienen su punto.


La masa se elabora con la misma cantidad de leche que de  aceite, con un pizca de sal y otra de pimentón dulce, e incorporar, poco a poco, harina hasta que ya no admita más. Para unos doscientos decilitros de aceite y otros tantos de leche, aproximadamente un kilo de harina. Una vez hecha la masa se deja reposar tapada durante una hora. Una vez reposada, se divide la masa en dos y ayudados de un rodillo, estiramos la masa lo más fina posible.

Para el relleno, pochamos cebolla, con una cebolla grande es suficiente, y a fuego lento freímos a tiras tres pimientos. Mi hermana y mi sobrina el relleno lo hicieron tri color; es decir, con un pimiento rojo, otro verde y otro amarillo. Cuando los pimientos están blandos los sacamos del fuego y salamos ligeramente. No excederse con la sal.

Con todo ya listo, sobre una de las láminas de masa distribuimos la cebolla pochada bien escurrida del aceite y sobre ella, los pimimientos, también bien escurridos. Para finalizar, colocamos sobre los pimientos un par de latas de anchoas en aceite. Tapamos con la otra lámina de masa, cerramos la empanada y al horno pre calentado a 200 grados durante unos 35 minutos. Lo dicho, deliciosa.








sábado, 27 de enero de 2018

00625 Buenos Días

BUENOS DÍAS, BUENOS DÍAS


Repetid los vocablos varias veces seguidas; buenos días, buenos días, buenos días... Despacio, disfrutando de la bondad y de los días. Buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, masticando las palabras, jugando con la voz, moviendo los labios y la boca a cámara lenta. Buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, es una amable letanía. 



Ahora frente al espejo. Buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, buenos días... Hace gracia la cara, y el semblante parece que rejuvenece. Hasta hago míos esos buenos días que acopio y que en un principio no son parar mí. Buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, buenos días... La recámara de los sinceros deseos ya está cargada y preparada para un nuevo intercambio.

Un buenos días ya en el ascensor, otro en la calle para el vecino de algún lado, otro más a quien ni siquiera conozco pero con quien nos saludamos todos los días. Nada más entrar al trabajo, en la cafetería a medio día, buenos días, buenos días. Alguien que viene a visitarme e interrumpe un capazo, buenos días. Para aquel viejo profesor que me mira desconcertado y para aquellos que vi hace un rato, también buenos días. Buenos día al día,  sea bueno o no lo sea y buenos días a la vida que los espera.

Siempre buenos días aunque no encuentren destino; alguien los acogerá en cualquier momento del día. No es educación ni cortesía, es una forma de entender y afrontar el cada día.







jueves, 25 de enero de 2018

00624 Los Sobaos Pasiegos

DESAYUNOS CON OLOR A MAR


Hace días que rondan por la cocina de casa unos sobaos pasiegos. Me encantan, pero ni me he acercado a ellos. En primer lugar, no son "El Macho"; no soy muy dado a las marcas, pero en este caso, sí. Y además, no estoy en Cantabria, así es que para mí, como si no existieran.

Bueno, tampoco soy tan extremo. Si veo una morcilla de Burgos, un buen botillo leonés o unas gambas de Huelva, por poner algunos ejemplos, fuera de su territorio de origen, a por ello que voy. Pero también es cierto, que en el caso de los sobaos, los tengo tan arraigados a las vacaciones y a las tierras cántabras, que sacados de ese contexto, soy incapaz de degustarlos por muy a tiro que se pongan. Este dulce manjar lo tengo tan asociado a los plácidos desayunos con olor a mar, al tiempo sin horas y a la mente jugando al despiste, que no lo puedo concebir de otra manera. Y mira qué es bueno y servicial.

Lo de la marca "El Macho" fue fruto de la cata de varias propuestas comerciales, todas bien sabrosas, pero esta, desde el primer día que la probamos, nos pareció más sugerente, hasta el punto que nuestro paladar decidió quedarse con ella. Anda que no han viajado sobaos "El Macho" desde tierras cántabras a tierras altoaragonesas como señal de afecto y recuerdo hacia nuestros destinatarios.

Yo que en mi rutina diaria de desayuno, sí, ya sé que lo hago fatal, soy de un café largo y tira millas hasta la hora de comer, cuando me enfrento a un sobao, comienzo por una simple tira, para acabar, como el que no quiere la cosa, con toda la unidad. ¡Irresistible!

El sobao es un producto de repostería típico de la comarca cántabra de los Valles Pasiegos. Leo que se ignora el origen de este bizcocho, aunque con toda probabilidad fue producto del uso espontáneo de las materias primas comunes en el entorno rural cántabro: mantequilla y harina. La adición de azúcar no parece probable que fuese anterior al siglo XIX, dado el carácter escaso y lujosa de esa substancia en fechas precedentes. En la receta primitiva que refiere el cantabrista Adriano García-Lomas, el sobao se elaboraba con masa de pan, azúcar blanco y mantequilla, a lo que se podía añadir huevos, cáscara rallada de limón, y anís o ron.

Su receta casera consta de un kilo de azúcar, otro de mantequilla, 900 gramos de harina, 12 huevos, una pizca de sal, limón rallado, una cucharada de ron o anís y un poco de levadura en polvo. Se mezclan el azúcar y la mantequilla, se añade la sal y el limón, y se continúa amasando. Seguidamente se incorporan los huevos poco a poco, junto con una cucharada de licor. A continuación se añaden la harina y la levadura. Una vez esté lista la masa, se deposita en moldes de papel y se introduce en el horno, procurando una cocción equilibrada en toda la superficie.

El sobao pasiego posee Indicación Geográfica Protegida desde el año 2004.


miércoles, 24 de enero de 2018

00623 Los Sainetes

HERMANOS ÁLVAREZ QUINTERO


Prosigo con mi sinfín labor de archivar fotografías. Hoy toca las que conciernen a una de mis aficiones: el teatro, teatro leído y dramatizado, pero teatro, que practico con mis buenos compañeros de "Amigos del Teatro y la Poesía de Huesca". Hoy toca agrupar la colección de fotografías que me han ido remitiendo de las distintas puestas en escena de los sainetes de los Hermanos Álvarez Quintero, Joaquín y Serafín. Por cierto, que volveremos a la carga con ellos el próximo viernes, 27 de enero, a las siete de la tarde, en la Vida es Bella, en Sodeto.

Mirando las fotografías he recordado los buenos y gratos momentos que he pasado con el grupo en general y con estos sainetes en particular: "Agua milagrosa", "Ganas de Reñir" y "Mañanas de sol". Creo que podríamos representarlos sin libreto, pero como dice mi amiga María Pilar Goded, alma mater del grupo, y mi partenaire en "Mañanas de sol", "Fernando, si así lo hiciéramos, echaríamos por tierra la esencia de lo que hacemos", que no es otra cosa que animar a la lectura del bello arte de Talia.

Con los sainetes de los Hermanos Álvarez Quintero puede ser un buen inicio si no se está habituado a este tipo de lecturas. El sainete es una pieza dramática jocosa en un acto, de carácter costumbrista y popular, que se acostumbraba a representar en España durante el intermedio o al final de una función. Breve representación que sustituyó al entremés de los siglos XVIII, XIX y XX. Este género se revitalizó en el siglo pasado con Carlos Arniches y su colección de sainetes "Del Madrid Castizo" y los Hermanos Álvarez Quintero.

Hasta la llegada a los escenarios de Joaquín y Serafín, el sainete, llamado también "género chico", mantuvo una línea muy tradicional y española, pero los Quintero supieron darle un nuevo acento con su característica destreza verbal y un elegante dibujo en los tipos. La construcción escénica se hace ágil y segura. El diálogo relampaguea con sus riquezas verbales, agudeza e ironía. Cada obra sería un éxito sonado, lo que propició, al decir de los críticos del momento, "una nula evolución en su carrera dramática".

Joaquín y Serafín, Serafín y Joaquín. Escribían juntos, saludaban juntos desde las candilejas tras sus estrenos y asistían juntos a las tertulias al uso. "Para los críticos y periodistas siempre fue un misterio qué parte de la obra pertenecía a cada uno de ellos. Algunos se arriesgaron a suponer que Serafín aportaba a la obra común la reflexión, los cimientos de las obras y el matiz estilístico. En cambio, Joaquín, seria al que le correspondería poner la chispa, la vivacidad y la gracia del diálogo".

Los "hermanos de oro", como así se les ha llegado a denominar, del teatro español, llegaron a publicar más de 200 títulos entre sainetes, comedias, dramas y zarzuelas, que triunfaron llenando teatros durante casi medio siglo. Nacidos en la sevillana localidad de Utrera, Serafín en el año 1871 y Joaquín, en 1873, murieron los dos en Madrid, a los 67 y 71 años, respectivamente.


martes, 23 de enero de 2018

00622 La Plaza Mayor de Aínsa

PLAZA SENTIDA


El primer día que pisé su empedrado y paseé bajo sus porches, me quedé prendado. Me pareció un lugar mágico, de ensueño y leyenda. Desde entonces, no he dejado de admirarla y de disfrutar en ella de instantes de júbilo, de reflexión, de silencio y palabra compartida bajo la desatenta mirada de una "Giganta Dormida". Desde aquel entonces se convirtió en mi pequeño paisaje de cuento.

Posiblemente no sea la plaza más bella del planeta, aunque para mis ojos así quieren que sea. Tampoco han viajado tanto. Y sí, cuando lo han hecho, han conocido hermosos escenarios urbanos que no entran en competencia sino que suman armonías y recuerdos. 

Esta de Aínsa tiene un encanto especial en un solo mirar. De planta trapezoidal y grandes dimensiones -tiene 86,5 metros de longitud por 38 metros en su máxima anchura y 25,7 metros en la menor-, esta magnífica Plaza Mayor, en su origen, dejó su espacio para los días de mercado. Y en su alrededor, los porches, una armónica sucesión de arcos de medio punto y ojivales, todos diferentes entre ellos, que salvaguardan soportales que se antojan de bienvenida.


Plaza abierta al lado norte para comunicarla con el castillo; en el lado sur, en lo que fue muro de la primitiva muralla, se levanta el edificio del Ayuntamiento, con arco de medio punto en su portada, y el arco de acceso a la calle Grande, una de las antiguas puertas de la muralla; en el lado sudeste emerge la monumental torre de la colegiata de Santa María, románica, del siglo XII; y en el centro, el asombro, sobre el empedrado firme, pide una tregua, un descanso ante tanta popular maravilla.

En Aínsa, en el apacible Sobrarbe altoaragonés, entre ríos, piedras y un aire que huele a querencia, pasa sus días su Plaza Mayor a la espera de ser sentida.




lunes, 22 de enero de 2018

00621 Los Chipirones en su Tinta

LOS DE SIEMPRE

Aunque me encantan, no acostumbro a elaborarlos. Pocas veces se ponen a tiro. Eso sí, como los vea, a por ellos que voy. Es de esos platos de infancia que me traen gratos, gratísitmos recuerdos. Hace pocos días tuve la oportunidad de saborearlos y deleitarme con ellos. Y como no podía ser de otra manera, recordé los que hacía mi madre, otra de sus especialidades. Así que volví a sacar de la estantería de la librería el cuaderno de "Sabores de mi madre". Y así dice la receta:

Ingredientes: 18 chipirones, 2 cebollas, 1 pimiento verde, medio vaso de vino blanco, un sobre de tinta de calamar, aceite de oliva virgen y sal.

Elaboración: Limpiar los chipirones, separando las bolsas de tinta,  y reservar los tentáculos y las aletas. Hacer la salsa pochando en aceite las cebollas y el pimiento verde con un poco de sal. Cuando empieza la cebolla a pocharse, añadir el medio vaso de vino blanco, rehogar y añadir el sobre de tinta más las bolsas que hayamos recuperado de limpiar los chipirones. Dejar guisar unos 15 minutos, apagar el fuego y triturar la salsa. Rellenar los chipirones en crudo con los tentáculos y las aletas troceados, y cerrar con un palillo. Colocar la salsa ya triturada de nuevo en el fuego y depositar sobre ella los chipirones ya rellenos y salpimentar. Guisar durante unos 30 minutos a fuego lento con la cazuela tapada.

En la libreta no lo pone, pero sí que lo escribe mi recuerdo. Mi madre acostumbraba a servirlos con arroz blanco, simplemente hervido, y a modo de flan individual. Todo ello acompañado de la ya aprendida frase: "cuidado con los palillos".







sábado, 20 de enero de 2018

00620 Cincuenta Kilómetros

O CÓMO DISIPAR TEMORES

“Los primeros días me extrañaba, hasta que descubrí que los paisajes de Aragón no pertenecen al espacio, sino al tiempo, no son pues, paisajes, sino instantes. Hay que saberlos mirar como quien mira un instante; como quien mira el instante fugaz cara a cara. Una vez descubierto su secreto, no los cambiarías por ningún otro paisaje del mundo”

Incierta Gloria. Joan Sales

Subo la persiana de mi dormitorio. El día ha amanecido fresco y luminoso. No me da tiempo a recrearme en mucho más. Es muy posible que si lo haga, dé un último sorbo al café y vuelva a introducirme entre las sábanas todavía calientes y somnolientas.
Esta noche no he dormido bien. La inquietud y el sobresalto le han quitado el protagonismo al sueño, a ese sueño al que cada noche escasamente  le es necesario un
Padrenuestro para conciliar.   

Hacía años que no me levantaba a fumar, a quemar un cigarrillo. Me ha sentado fatal y recordado a mis días de resaca. Me incomoda el recuerdo, el sabor en mi boca de la nicotina a deshoras y el olor del tabaco entrada la noche.

Abro la puerta de casa. De la mano me acompañan la ilusión y algo parecido al miedo.
La ilusión ante un nuevo horizonte, ante un nuevo reto,  y el temor a un nuevo fracaso.
Sí, ya sé, todo es discutible. No hace falta que me lo repitas más veces. Es condición humana. Son algunas de mis humanas condiciones. Una y otro son libres  para asirse a cualquier piel. Hoy como ayer, como tantas otras veces, han elegido la mía. Ya te contaré cómo me va el día.

Se me hace raro estar a estas horas ya en la calle. No recordaba a qué olía una ciudad recién despertada. Cerca de dos años en el dique seco del mundo laboral dan para olvidar muchas sensaciones y hasta el cotidiano aspecto de los  lugares comunes. El portero de la finca se ha sorprendido cuando me ha visto. Me ha preguntado si pasaba algo, si había surgido algún problema.  Hasta el coche me ha parecido que se alarmaba cuando he introducido la llave en la cerradura.

Pongo el cuenta kilómetros a cero. Conviene de vez en cuando poner las cosas a cero, en un vuelta a empezar, en un borrón y cuenta nueva. Esta es una de esas oportunidades.
Ya estoy con el incómodo y molesto carraspeo de garganta. Que no, que no es del tabaco. Son los putos nervios, la inseguridad y la maldita ansiedad. Si lo sabré yo que vengo escuchando mis adentros desde hace casi sesenta años. Por Dios, qué vértigo.
¡Sesenta años! No sé por qué pero el número me acaba de chirriar de manera alarmante. ¿Y si lo pronuncio más bajito? Seeeeseeennntaaa. Todavía es peor. Suena amachacón y penetrante recordatorio.

Mejor escucho la radio. Aunque no sé si es una buena idea. Mucho me temo que no será portadora de buenas noticias. Hace algún tiempo escuché decir a alguien que” hay días en los que despertar en este país da mucha pereza”. Sonreí. Es mi versión corregida de
“hay días en los que sólo apetece ir cambiando de oreja en la almohada”.

Sin darme cuenta he fijado mi vista en el cuenta kilómetros que hace unos minutos he reseteado. Justo en ese instante, el siete ha dejado acomodo al ocho. Apago la radio. No estoy para tragedias ni para salvadores de la patria ni para líderes de opinión. Lo único que deseo en este momento es encontrar distracción a mis miedos e inseguridades. Esto, y calmar mi ansiedad y carraspeo de garganta. Cuando llego a este extremo me remito y recito mentalmente un poema anónimo, “El Ideal”,  que se abrió amis ojos por primera vez cuando mi alma todavía daba cobijo a muchos credos. Unos versos anónimos como los suspiros con los que me tropiezo por la calle en el caminar de cada día. Un poema de humilde y certero decir en el que se describe una bella  estampa repleta de armonías y donde  el ideal de vida se convierte en algo intangible,  sólo alcanzable ya para los sueños que buscan descanso en su sempiterno vagar. Un ideal que memoricé cuando todos los errores estaban todavía por equivocar. Unos versos que se quedaron grabados para siempre como un recordatorio, como una oración a la vida, de por vida. Me tranquilizan, hacen que me sienta bien.

“Una casa y no más: blanca y sencilla,/lejos del mundo y de los hombres vanos./ Un huerto en que frutezca la semilla/por la virtud humilde de mis manos/y del sudor labriego de mi frente./…”

A ochenta y noventa, no más, y muy pendiente de la carretera. Hacía tiempo que no transitaba por aquí. Recordaba un trazado en peores condiciones. Ten cuidado con los tractores y los camiones, sobre todo en los tramos estrechos, no te vayan a echar a la cuneta. Todo controlado.

“…Una vida sin odios cortesanos/ ni incertidumbres del placer presente,/ni angustias mensajeras del mañana,/ni envidias, donde el mal abre su fuente./Una vivienda pobre y aldeana,/cerca del bosque, y que del mar, amigo/ de mi risa infantil no esté lejana./…”

Los inicios son difíciles y el volver a empezar se me antoja excesivamente incierto. Echo la vista atrás en busca de posibles señales que puedan ayudar al presente. Mala práctica esta. Muchas veces los recuerdos son como andalocios, como esa lluvia decorta duración e intensidad sin apenas efecto. Como boira preta que escasamente te deja vislumbrar el camino.
 
“…En su quietud, a solas, sin testigo,/he de labrar el alma como el huerto,/del vendaval poniéndome al abrigo./Mi brazo en la labranza se hará experto./Aguzaré del alma las pupilas/cuando en negrura el orbe esté cubierto/y las obras de Dios yazgan tranquilas./…”

La carretera se estrecha más si cabe. Un árbol, un solo árbol que ahora reconozco al final de un ligero desnivel, desplaza la vía unos escasos centímetros a la izquierda. La luna del coche se convierte entonces en una fantástica pantalla donde se proyecta una primavera que vuelve con las zapatillas calzadas. Nuevas, relucientes. Mi viajar se incorpora, de  buen agrado, con mis zapatos de antaño impregnados de polvos y barros, de arenas y sales de otros parajes. Una primavera que me dice al oído que esté tranquilo, que el caso es caminar. Caminar sin cansar, sin detener el paso. Ralentizar la marcha si es preciso, pero nunca parar. El camino se hace necesario para los pies inquietos y las mentes despiertas.

“…Gustaré, de la amada biblioteca/la fruta idónea, entre apretadas filas,/cuyo zumo no se agria ni se seca./El alma vestiré del recio lino/que la historia hubo hilado con su rueca./  Y acaso, cuando el gallo matutino/a medianoche el aquellarre ahuyente,/iré a  besar con amoroso tino/el rostro sonrosado y sonriente/del infante gentil que hayamos hecho/en instantes de amor, puro y ardiente/…”

Mis sentidos se incorporan al camino, no así mis pensamientos que siguen inmersos en un zancocho sin saber de qué hilo tirar. Y me pregunto, ¿qué hago aquí yo? Por un momento tengo ganas de adentrarme en cualquier camín de la margen y dar la vuelta. La mente es muy peligrosa cuando le das rienda suelta. No, hay que seguir. Es necesario continuar para no dar luego voz al arrepentimiento. Mejor abandonarme a la luz y al color que me presta este instante,  como cuando el estandarte se abandona al viento. Asirme a sus embrujos como si llevaran consigo la llave maestra de todas las respuestas.

“…Después reclinaré sobre tu pecho mi cabeza cansada y cavilosa;/y será un paraíso nuestro lecho./…

Veinticinco kilómetros. Pocos me parecen después de tanto trasiego. Como diría mi amigo Jesús, “estoy tresbatido y tanta faina en mi pensar se me inca”.  Veinticinco kilómetros intentando  ahuyentar al pánico y la angunia que me atenazan cuando pienso en mi nueva y temporal situación. Sí, otros quisieran llorar con mis ojos. Es una oportunidad que no debería  desaprovechar. Es lo que toda la vida has estado haciendo y te gusta. Siempre has dicho que habías sido un privilegiado y que lo que eres, es gracias a ella.

A mi derecha,  un pintoresco y agrupado carrascal parece querer darme la bienvenida.
Le saludo también en señal de cortesía. Ser cortés cuesta muy poco. Me gusta que mis ojos coleccionen imágenes, que estén bien abiertos y atentos ante la fabulosa e irrelevante robustez de las cosas. Sin bergoña y con descaro. Mirar y aprender con la intensidad y pasión que permita el instante. Curiosear para albergar asombros y murmullos que se esconden firmes, tranquilos, tras vértigos esperanzados. Es la belleza o quizás el curso inadecuado del camino, ajeno a mi voluntad, que hace que mi cuerpo se estremezca, de repente, ante la imagen descubierta. Una feliz sensación que hace conciliables las cosas opuestas. Un privilegio que va más allá de lo que se puede advertir. Nunca sabes cuando las vas a poder necesitar. Igual mañana a la vuelta de un descuido. O quizás luego, cuando el bostezo sea un previo aviso. Puede que nunca y que sólo sean números en un archivo sin nombre. Me gusta hacer provisión de imágenes para un por si acaso, para inventar una historia o perderme de nuevo, en algún momento, entre el agua, el cielo, la rama o la borda. Recordar un instante de luz, de paz queda, de camino ligero y sin defecto.

En tiempos de sin quiazer, me gusta recrear secuencias desprovistas de olores. Rendirme ante su sutileza en un intento por regresarme de nuevo. No molestan. Nada piden, ni siquiera una atención de cortesía antes dicha. Son como sorpresas guardadas en cajas olvidadas que te devuelven a un tiempo sin palabras. Emociones, cosquilleos y pizcos de nostalgias ante una curiosa mirada. Son como los abrazos, las caricias, los besos o las palabras de aliento que guardas por si algún día te hacen falta.

Los campos comienzan a enseñar ya sus verdores y con ellos reaparecen en mi tránsito mis cábalas y debilidades. ¿Pero qué hago aquí yo? Si no soy capaz de distinguir el ordio del alfalze. Si una hectárea para mí es un mundo y un litro de agua es lo que cabe en la botella del frigorífico de casa. Aún hay tiempo para reblar. Apenas una treintena de  kilómetros y estaré de nuevo en casa, con todas mis inseguridades, pero en casa. Apuraré el café, haré otro si es preciso, saldré a la terraza, observaré la sierra, dejaré la vista pasear por el parque, buscaré figuras entre las nubes, encenderé un cigarrillo y me disculparé por no saber afrontar el destino.

“…/Al otro día, entre la luz brumosa, veremos en las flores el rocío,/…”

No se hable más. En el siguiente camín que vea y sea posible, me daré la vuelta. No hay por qué sufrir de forma innecesaria. Todo en su justa medida. Me sonrío. En su justa medida. Y lo dices tu, un ser de espíritu desmedido, que tan pronto toca el cielo con los dedos como escarba en la tierra y no precisamente para encontrar algo. Lo dices tu, el ser acostumbrado a escribir su historia en dientes de sierra. Tantas entradas a los campos y ahora que me urge una, parece que se han ido todas de pingoneo. Dita sea la Ley de Murphy. Igual después de aquella regüelta…

¡Qué espectáculo! ¡Qué emocionado espectáculo en una llanura que refresca y relaja la serenidad y armonía de las cosas! Es la vista de un paisaje que penetra en el alma para quedarse. Un paisaje en verde, variable como la vida; intenso, suave, susceptible a matices y contrastes. De extremos excitantes y de perfecta neutralidad entre los extremos. Verde neutral que en su justa combinación domina todas las cualidades positivas en los acordes cromáticos. Y sobre el amable y relajado paraje en verde, unos torrollones se elevan como enigmáticas y juguetonas figuras. Esculturas que la naturaleza ha depositado en un paraje ávido de referencias.
 
Su visión no cansa. Equilibra, tranquiliza y amortigua pesares. Color de lo natural y quintaesencia de la naturaleza. Verde vida de nacer y renacer para la esperanza. Húmedo, fresco y camaleónico: “la hierba de cerca parece menos verde”, aprendí y constato cada día. Germinar, brotar, reverdecer, es la llamada de la primavera, de la vida que vuelve a reclamar un sitio con próspera vitalidad y ánimo renovado. Verdor de una dicha en la placidez de la memoria entre susurrados cantos que llenan de apasionados deseos el ingrávido espacio.

Color de Venus y Afrodita, de jardines, praus y esperanzados campos de sudores labriegos. Color de juventud, de vigor y lozanía, de ilusión y anhelo. Del todo por hacer desde la innata inmadurez. Verde, verdor, verdura para la esperanza ya desesperanzada.
Verdura, verdor y verde para pintar un futuro desprovisto de color rebelde. No me canso de mirar y cuanto más miro, más admiro. Me desfonda más fijarme en la insolencia de cada día o en la falta de atención desatendida. Me encuentro feliz desde mi modesta, transeúnte y humilde posición de mirar.

Mirar me complace y satisface. Sólo mirar y dejar que el tiempo pase. Mirar como el juega el agua con el viento y los maizales. Un rito, un baile al son de la melodía que baja desde la sierra. Un baile de cintas sueltas que hermosean un paisaje que cada vez se asienta más en la emoción de mis pupilas. Un ligero aire se incorpora al paraje de extasiado mirar para hacer creer al campo que ahora es mar.  Mirar para no desfallecer en la diaria labor doméstica de cada jornada. Como el pequeño filósofo, tampoco voy a contar mi vida, que sea el mirar con su color y su aliento quien la escriba. No me canso de mirar y cuanto más miro, más aliviado respiro.

La matutina luz se posa suave y delicadamente sobre los campos agradecidos de esperanzados verdores. Quietud y calma. Silencio, que no despierte el alma ahora que está calmada. El triunfo de la vida vuelve para mostrar sus trofeos como cada primavera. No hay miedo ya, el color no engaña. Entre verdes se posa el aliento y entre las veredas, la ilusión busca un nuevo aposento. Quiero jugar a ser verde, que ayer ya fui pesar. Jugar entre los verdes calmados y en paz. Un ciprés, de los que todavía creen en Dios, se alza airoso, sin complejos, hacia un cielo cercano y azul, sin competir para no defraudar. Y a su verdor le digo, no me busques entre las necias palabras ni en las falacias de los hombres necios. Tampoco entre el ruido de los pasos en la calle que anuncia el camino hacia un paraíso apenas comprometido. Búscame a tus pies de tus verdes campos, en cualquier verde infinito de jóvenes espigas y yerba humedecida de cualquier abril. Y si no escuchas mi respiro será porque ya no existo. Seré entonces tan solo una brizna de verde alma acompañada. Apenas un suspiro, una leve caricia de terciopelo, un beso con sabor a silencio, un descanso reposado donde dormir los sueños despiertos, esos sueños que no hacen daño.

El trayecto ha llegado a su fin. Me siento tranquilo y alegre. Ya no hay carraspeo en mi garganta ni ansiedad que controlar. Y en cuanto al miedo,  el justo, el de cualquier vuelta a empezar.  Por el retrovisor del coche miro agradecido al paisaje de un instante, clavado todavía, por siempre y para siempre en mi alma. Los paisajes “hay que saberlos mirar como quien mira un instante; como quien mira el instante fugaz cara a cara. Una vez descubierto su secreto, no lo cambiarías por ningún otro paisaje del mundo”.

Mientras recojo la negra mochila del asiento del copiloto antes de abandonar el vehículo que me ha traído hasta aquí, mis ojos se detienen en el cuenta kilómetros: 000050.

Cincuenta kilómetros son los que separarán cada día las  inseguridades de la  confianza en el futuro, de la mano de un paisaje con olor a primavera.


“…y la tierra estará como una rosa recién nacida./Yo diré: Dios mío,/ que no nos huya nunca tanto bien./Y al yo besarte, me dirás: Amén.”












00619 Los Montaditos

ENTRAN POR LA VISTA

Entran como el que no quiere la cosa. Son bien recibidos en cualquier momento del día y alivian sea cual sea la desgana del cuerpo o el alma. Está testado. Variedades hay tantas como la tradición ha ido manteniendo o el ingenio, la imaginación y el buen gusto ha ido incorporando  a la hora de mezclar alimentos sobre una rebanada de pan.

Traigo hasta aquí hoy mi última y aprendida en Bilbao, variedad de montadito. Aunque ya conocía elaboración similar, esta que expongo e ilustro, me parece algo sublime y deliciosa, sobre todo para alguien adicto a los sabores con cuerpo. Se trata de un montadito a base de tomate, pepinillo, sardina en salmuera y alegrías riojanas. ¡Qué espectáculo!

Una vez separados y limpios los lomos de la sardina en salmuera se cubren con  aceite de oliva y  se añaden unos dientes de ajo cortados a láminas. En los supermercados podemos encontrar estos lomos ya limpios. Los dejaremos macerar veinticuatro horas. Sobre una rebanada de pan, pondremos en primer lugar una rodaja de tomate, no muy gruesa, y sobre ella, una lámina de pepinillo, un lomo de salmuera, para finalizar con unas cuantas tiras de alegrías riojanas;  una variedad de guindilla, de color rojo, que reciben este nombre por la "alegría" que aporta al paladar su picor. Si no se tiene la oportunidad de conseguirlas frescas para asarlas en casa, en los supermercados hay buenas propuestas en conserva.

Así de sencillo, aparente y sugerente es este montadito; de los que entran por la vista.

Por cierto, el origen de los montaditos lo encontramos sobre los siglos XV o XVI, donde el pan era el alimento básico de la población y que muchas veces se "montaba" con algún ingrediente.





jueves, 18 de enero de 2018

00618 La Tarta de Manzana

TODO UN CLÁSICO

Conózcase aquí una de mis múltiples rarezas. Es extraño verme comer una manzana. Tengo que estar muy inspirado. Y sin embargo, disfruto ver comer una manzana a dentelladas y a ser posible con su sonoro "croac". Puede que envidie también los dientes de quien la muerde.

No es costumbre en mí comer una manzana. No es de mis frutas de referencia, a pesar de lo que me gusta su sabor, sea cual sea su variedad. Creo que el hecho de que no sea un asiduo consumidor de esta fruta estriba en el "incordio" de pelar su piel y de lo que me cuesta masticarla. En cambio, como digo, me encanta su sabor. Me gusta comerla asada, me encanta la sidra, su compota, como acompañamiento a otros alimentos, a la plancha y hasta añoro aquellas manzanas caramelizadas que me compraba en las ferias. Tanto me gusta su sabor, que la manzana, sea cual sea su versión en tarta, me chifla de tal manera, hasta el punto de convertirse en una de mis querencias gastronómicas favoritas.

Creo que ya he comentado en alguna ocasión que no soy muy dado a comer postre, con la excepción de cuando se me ofrece una tarta de manzana o un buen queso. Si solo me dicen postre, paso. Pero como oiga a modo de sugerencia, tarta de manzana, allá que voy aún cuando no pueda ya con mi alma. Es más, hubo un tiempo, como me ocurrió en otro momento con el queso, que era yo el que preguntaba directamente por ella. Mis favoritas, para rematar ya todos los males y sin menos precio de otras propuestas, la tarta de crema pastelera con manzana y la popular apple pie, que ya conoce este blog.

Las fotografías que ilustran esta entrada corresponden a una opípara comida familiar. Al finalizar no me entraba ni una miguita de pan. Pero, ay amigos, entonces apareció de manera imprevista una tarta de manzana, una deliciosa y cremosa tarta de manzana. Os podéis imaginar el final. ¡Qué alegría, qué alborozo y qué tarde del Día del Pilar!