domingo, 7 de agosto de 2016

00346 Ensalada Playera

ENSALADA EMOTICONO 7



No estoy para nada ni para nadie. Me encuentro en la playa y punto. Sin más explicaciones. Algo así pretenderemos significar cuando hagamos uso de esta ensalada playera convertida en emoticono. Es como el cartel de "no molesten" de los hoteles o como el "guarden silencio" de las bibliotecas.

Para aquellos cansinos conocedores de la situación playera en la que nos encontramos y que insisten en contactar con nosotros para trasladarnos alguna cuestión baladí, existe una alternativa toda vez hayamos puesto en práctica ésta. A la ensalada le hemos quitado las gafas solares para mostrar nuestra cara de pocos amigos y significando que como insistan en su pertinaz intento de comunicación "aquí va a pasar algo".

No se trata de la ensalada playera, yupi, yupi, que estoy tomando el sol en la playa, disfrutando de las vacaciones y qué feliz soy. No, esa vendrá más adelante. Digamos que esta es como "nuestro retiro espiritual", en ocasiones tan necesario.

Ingredientes: lechuga, aguacate y salmón a la plancha.



sábado, 6 de agosto de 2016

00345 Las Patatas Fritas

TAMBIÉN DE MI ABUELA GENOVEVA


Ni me acuerdo ya del tiempo que hice las últimas patatas fritas. ¡Y con lo que me gustan! Tendré que repetir de nuevo el sujeto y predicado que más creo se escribe en este blog, "estamos a dieta". Hoy no sé por qué, pero se me han antojado unas patatas fritas, imitación a las que hacía mi querida abuela Genoveva.

Digo lo de imitación porque nunca conseguiré igualarlas. Recuerdo en una ocasión que le dije a mi madre que hiciera patatas fritas pero como las que hacía la abuela. Y sí, hizo patatas que estaban buenas,  pero nada que ver a como las que hacía su madre. Pasado el tiempo volví a la carga. Mi madre repitió la acción, pero tampoco consiguió el resultado apetecido por mí. La petición se repitió en varias ocasiones hasta que mi madre se rindió y me dijo aquello de "que te las haga tu abuela". Y efectivamente, en la primera visita a Alcalá de Gurrea le pedí a mi abuela que me hiciera patatas fritas de las suyas, de esas que tanto añoraba.

Mis ojos infantiles estuvieron muy atentos a su elaboración e incluso le pregunté si tenía algún truco "inconfesable". La abuela, desde su humildad y ternura, me hizo ver que no hacía nada especial. Ponía la sartén al fuego con abundante aceite, pelaba y cortaba las patas y las dejaba que se frieran. Así de sencillo. Y así de buenas y apetitosas volvieron a salir.

Algún tiempo después le pedí de nuevo a mi madre que me hiciera las patatas fritas de la abuela, indicándole cómo se las había visto cocinar. De nuevo el fiasco. Ni por aproximación. Así se lo hice observar a mi madre a quien no le hizo mucha gracia tal apreciación.

Con el tiempo descubrí varias cuestiones en torno a tan,  para mí,  singulares patatas fritas. En primer lugar estaban hechas por mi abuela en su particular cocina envuelta en un olor especial, muy, muy especial. Además, sabían a fiesta, cariño y encuentro. Importante, la materia prima era excepcional; patatas de casa y aceite de oliva también de casa. En cuanto al modo de hacer, que es como yo las hago siempre en recuerdo de mi abuela Genoveva y siguiendo las pautas de cómo se las veía preparar, las patatas no hay que cortarlas muy gruesas, más bien todo lo contrario. Y fundamental,  hay que ponerlas a freír en abundante aceite pero en frío y a fuego medio. Cuando se empiezan a cocer, es necesario subir el fuego para que se acaben de freír. Así las hago, así me gustan, y siempre bajo el atento recuerdo de mi abuela Genoveva y de la exaltación de los sabores de la infancia.






00344 La Taberna Alberto

SANTOÑA


Cuando nos íbamos de la Taberna Alberto después de disfrutar de un buen queso picón con unas excelentes anchoas, Gloria me dijo que era el típico lugar al que nunca se le ocurriría entrar. Entendí lo que me quiso transmitir, si bien no fue del todo compartido por mí. Mi experiencia recoge muchos lugares en los que su simple apariencia no invita a ser parroquiano y que llevado, precisamente por esa poca notable presencia, consigue arrastrarte llamado por la curiosidad y acabar anotando en tu haber personal una más que grata y recordada sorpresa. También sucede en sentido inverso. Las apariencias engañan. Para conocer es necesario experimentar, dejar aparcados los prejuicios y hasta si, y aunque no esté muy bien traído el verbo, hurgar.

Llegamos a la Taberna Alberto movidos por la curiosidad de los comentarios leídos con anterioridad en las redes sociales en nuestra última visita a la cántabra villa pesquera. Hablaban de "garito de lo más auténtico", de "tasca antigua, sin lujos y con solera", "bar pequeño con el sabor y el buen hacer de los bares de siempre", "no recomendable para los que odien el queso", "lugar de sabor antiguo y sano", "visita obligada y siempre en barra, ya que tiene más encanto que la terraza"... Descripciones todas ellas sugerentes y tentadoras que nos obligaron a localizar su paradero: calle Santander, 8.

Efectivamente, pudimos comprobar desde el exterior que se trataba de una tasca de esas de toda la vida. De las de con sabor y raigambre. Escasa decoración basada en algún que otro póster turístico, carteles reclamo que me pasaron desapercibidos, cajas por doquier y un buen número de botellas de vino que bastaban por sí solas como atractivo ornamento. La barra estaba atiborrada de clientes y de su interior salía un fortísimo olor a queso. A pesar de las recomendaciones de algún internauta, no tuvimos más remedio que ocupar la única mesa libre, en auto servicio, que acababa de dejar una pareja. Una vez sentados y en un momento en el que atisbamos un hueco en la barra nos acercamos a pedir.

Alentados por lo que habíamos leído nos decidimos por tomar queso con anchoas y dejar para otra oportunidad la tabla de embutidos y otras conservas. Ante nuestro requerimiento, una pregunta por parte de la camarera: "El queso, ¿semicurado, curado o picón?" Sin duda alguna, picón.

Bueno estaba el queso, pero las anchoas, desconozco si son las que promociona el señor Revilla por do quiera que va, puedo asegurar que son las mejores que he probado. En su punto de sal, buen aceite y escrupulosamente limpias de espinas. Su maridaje con el queso picón, excepcional. El precio de la ronda con dos cañas y dos refrescos, 14 euros.

En una mesa próxima escuché que esta taberna es conocida como la de Berto, "de toda la vida en Santoña", y que lleva muchos años ofreciendo a sus clientes el mismo producto: buen vino, quesos, embutidos y conservas. Dicen que en hostelería el éxito está en dar con el "aquel". Desde luego que en la Taberna Alberto dieron en su día con él y con él perviven frente a las modas y tendencias que puedan aparecer.

Si algún día recaéis por Santoña, tened en cuenta este curioso lugar. Yo pienso volver en busca de más sabores; los de tasca y tradición sin complicaciones.









viernes, 5 de agosto de 2016

00343 El Café con Olivo

FUERTE, VITAL


Hoy el café,  ni americano, ni sólo, ni con leche, ni cortado, ni largo ni corto, ni con azúcar ni sacarina, ni descafeinado, ni con gotas... Hoy el café será con olivo. ¡Con una buena dosis de olivo!

Ni siquiera el periódico es necesario. No creo que su lectura me eche en falta. Solos el olivo, yo, y una mañana soleada que busca sombras para iluminar. Se está bien al cobijo del urbano olivo. Sus frutos asoman en un verdor esperanzador necesitado de atenciones.

Olivo de ternura, amabilidad, paz y alegría. Olivo laureado y de sabio ungüento. Olivo fuerte, victorioso, fiel e inmortal, paladín de la riqueza y de la abundancia. Luz de olivo en el calor y la calma.

Pasa el tiempo del café con olivo. Algo quedará en mí de sus cualidades natas.

00342 La Ensalada Barbuda

ENSALADA EMOTICONO 6


Sin saber cómo se nos ha echado el tiempo encima y llegamos tarde a la cita. Entre que llamamos por teléfono para avisar de nuestra tardanza, damos alguna que otra explicación y pedimos mil perdones, consumimos unos minutos preciosos que prolongan todavía más nuestra falta de puntualidad. Aquí es donde entra en juega la ensalada barbuda. Con ella queremos significar que estamos listos en cero coma, tal y como vulgarmente se dice ahora. Lo que nos cuesta un rápido afeitado. De hecho, hasta ya tenemos la espuma de afeitar sobre la cara. Una pasada rápida de maquinilla y listos. Luego ya daremos todo tipo de explicaciones y disculpas.

También la podemos utilizar para trasladar con anticipación a nuestro interlocutor que posponemos la hora de la cita prevista en diez minutos. Es decir, lo que nos cuesta un rápido afeitado.

Ingredientes: lechuga, tomate, pepinillo, atún y queso feta.





jueves, 4 de agosto de 2016

00341 Los Grillos

LA SENCILLEZ HECHA BOCADO


Tantos años viviendo en Bilbao, tantos potes compartidos en sus calles y tantas visitas a sus emblemáticos lugares para enterarme hace escasos días, precisamente en mi última estancia, de la existencia de los grillos. Fue mi hermano Antonio el que me informó de su existencia en un bar de Deusto. Allí estaban sobre la acristalada barra luciendo su humildad entre sofisticadas elaboraciones.

Aunque en mis años de bocho los grillos me pasaran desapercibidos, se trata de una tapa bilbaína sencilla y minimalista de toda la vida. Por algún lugar he leído que es la tapa de la difícil sencillez hecha bocado. Patata cocida, lechuga, cebolla, sal, vinagre y un buen chorro de aceite de oliva. Un pincho que no exige paciencia, de los que se comen de una vez, en un bocado.

Los grillos que fotografié, además de lo anteriormente descrito,  llevaban también una aceituna rellena. En el siguiente bar que visitamos, la sencilla tapa en lugar de aceituna portaba una rodaja de tomate. Me dijo la simpática camarera que era para que el grillo tuviera más color.

Este verano más de un grillo hará cri, cri, cri, cri para acompañar a la rubia cerveza.








00340 La Vieja Churrera

EN MEMORIA DE LA HERMANA MARÍA LUISA


Acabo de limpiar y ordenar uno de los armarios de la cocina y me he reencontrado con una querida amiga; con mi vieja churrera. La conozco desde que tengo uso de razón. Todavía veo a mi padre trajinar con ella en la cocina, ya fuese para hacer unos crujientes churros o para elaborar unas finísimas galletas como sólo él sabía preparar. Aún puedo verle dándole vueltas y más vueltas a, por aquel entonces para mí, un enorme tornillo que ayudaba a  expulsar por un orificio estrellado una curiosa y juguetona masa. Inclinado sobre la freidora, entre sudores y sonrisas, apretaba el tornillo que empujaba la masa presta a su  liberación. Mientras tanto yo, subido a una silla y tijeras en mano,  esperaba impaciente el permiso de mi padre para cortar el churro que escupía la churrera. Cuando mi padre consideraba que el tamaño de la inminente fritura era el idóneo, me decía de forma acompasada, "Ahora, ahora, ahora". De uno en uno, pacientemente.

Mi padre falleció a tempranas edades; a la suya y a la mía. La churrera, como tantas otras cosas por aquel entonces, quedó en un semi olvido a la espera de nuevas oportunidades. También ella guardó su luto en algún armario de la cocina familiar.

Hay objetos que son más que útil materia. No hablan, pero llevan escritas sutiles vivencias. He vuelto a tomar la churrera entre mis manos después de algunos años y la primera imagen que se me ha hecho presente ha sido la de mi siempre querida Hermana María Luisa, quien fuera mi ángel de la guarda aquí en la tierra. No entraré en pormenores. Hay recuerdos difíciles de digerir y que es mejor que sigan deambulando por el camino del olvido. Sólo puedo decir y recordar que llegados esos momentos de dificultad, las palabras de la Hermana María Luisa, su ternura, su sonrisa, su templanza y también alguna que otra caricia, ejercían sobre mí como un bálsamo reparador de incalculable valor. No he conocido a nadie que supiera escuchar como ella y capaz de convertir una lágrima de sufrimiento y dolor en una anécdota deslizándose sobre la mejilla. ¡Cuánto bien y cuánta bondad se congregaban en esa mujer,  Hermana de la Caridad de Santa Ana!

Fue ella quien, de alguna manera, en algún día que no alcanzó a recordar, recuperó para la vida la vieja churrera. El anuncio de su visita a casa siempre era un motivo de alegría que se convertía en una pequeña fiesta para mi madre y para mí. Si era por la mañana, un café sólo y bien cargado, como le encantaba, bastaba para complementar el feliz encuentro. Si era a media tarde y conocíamos con anticipo su visita, no podían faltar los pasteles de manzana de la Pastelería Ascaso, los fritos de crema de la Pastelería Soler o unos churros de la Granja Anita.

En algún momento indefinido de aquellos años aparecería de nuevo la churrera para con su hacer,  sustituir a los de la prestigiosa granja oscense. Conservo con total nitidez las imágenes. Mi madre hacía el chocolate o el café con leche, según apetencias. La Hermana María Luisa se encargaba de preparar la masa para los churros y  yo,  emulando a mi padre,  le daba vueltas al tornillo mientras la Hermana María Luisa iba cortando con la tijera la masa saliente. Todo también, como en tiempos de mi padre, entre risas y sudores. 

Mi ángel de la guarda en su prudente y oficial vestir era muy cuidadosa e incluso me atrevería a decir,  que hasta coqueta. Los días que tocaba elaboración de churros se presentaba en casa con su delantal de un blanco perfecto, bien plegado y con un olor que todavía hoy puedo reconocer después de tantos años. Hasta sus ojos y su sonrisa venían vestidos de contagiosa y segura felicidad. Parecía que estando a su lado nada adverso pudiera pasar. Todos los desequilibrios emocionales temían su presencia.

Pasaron los años. El discurrir de la vida nos separó con kilómetros de por medio. Muchas cosas cambiaron. Nuestro contacto se convirtió esporádico, exces

ivamente esporádico. Alguna llamada telefónica y un beso en la mañana de Reyes en la residencia de la congregación donde acabó sus días. La enfermedad no discrimina la bondad del ser humano. El último beso en la mañana de Reyes acabó con mi llanto desconsolado en soledad. Mi ángel de la guarda aquí en la tierra se iba, pero lo hacía como siempre, con una sonrisa y un hermoso destello en sus ojos, sin palabras. Ese día descubrí cuánto la había querido y ella lo sabía. Este fue mi consuelo.

Las niñas me han observado con la churrera en las manos. "¿Vas a hacer churros, papá?", me han preguntado sorprendidas,  casi al unísono. "No, no tenía intención", les he respondido. Conforme me disponía a reubicarla en el armario he cambiado de parecer. "¿Os apetece hacer churros?". Sus iluminadas caras han hablado por sí solas.

De nuevo me he visto dándole vueltas al tornillo de la vieja churrera, de la vieja Bernar manufacturada en Gijón y que mi padre adquirió por 154 pesetas, según todavía se puede ver en la caja que la guarda. En esta ocasión han sido Loreto y Jara las que, tijera en mano, han ido cortando la masa a la orden de  "Ahora, ahora, ahora". De uno en uno, pacientemente, entre risas y sudores.

Hay objetos que son más que útil materia. Tengo la impresión de que mi siempre querida Hermana María Luisa ha devuelto a la vida, otra vez más,  a mi vieja churrera. Mi eterna gratitud, ángel de la guarda.
















  


martes, 2 de agosto de 2016

00339 Otras Estrellas

CON SABOR A BIENVENIDA


Hay estrellas que te aconsejan pero no te obligan. Hay quien cambiaría el cielo y las estrellas por un beso de unos labios. Existen estrellas que calman el dolor mientras titilan azules a lo lejos. Hay quien se empeña, con demasiada frecuencia, en estirar la mano hasta llegar a las estrellas y se olvida de las flores que crecen a sus pies.

Hay estrellas que conceden deseos y deseos que se lanzan hacia las estrellas. Hay quien considera como un remedio infalible, meditar al atardecer mirando las estrellas y acariciando a tu perro. Las estrellas guían pero también desconciertan. Las flores en la mano mueren cuando intentan apagar una estrella. Hay estrellas de silencio, de fiesta y de sostenida mirada. Hay quien dice darte las estrellas cuando es incapaz de darte una mano.

De vez en cuando también hay estrellas sobre una mesa que avivan el reencuentro y los recuerdos con sabor a bienvenida.
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lunes, 1 de agosto de 2016

00338 Cielo, Mar y Arena

LOS DE SIEMPRE


Regreso al mar que todo lo calla, a la arena que todo lo absorbe y a un cielo limpio y claro que todo lo impregna de un azul ávido de bronceadas sonrisas. Igual que ayer, igual que siempre, con la misma cordialidad de una amistad ancestral.

Si hemos cambiado no lo sabemos. Creo que somos los de siempre; la voz queda y esperanzada, el susurro con olor a mediodía, la pisada en busca de sendero y el asombro plácido de una profundidad cercana. Cielo, mar, arena y a veces, yo.

Las palabras huyen de las sentencias bien pronunciadas. Son más bien confesiones placenteras en el caminar de una mañana desprovista de prisas. Murmullos de espuma en la caprichosa orilla sin caracolas que hablen del mar. Es el mar quien habla del eco de las caracolas.

Entre pensamiento, brisa y mirada, el sol magnifica el paisaje en un tiempo de recreo y entusiasmo desmedido. Cielo para respirar, arena donde dejar pasajeras huellas y mar para refrescar la mirada. No hay más. Y si lo hay, quedará entre el cielo, el mar, la arena y mi sentir.




00337 El Salmorejo con Sorpresa

SALMOREJO CON LANGOSTINOS REBOZADOS



Desde que visitamos tierras onubenses, el salmorejo ha pasado a formar parte de nuestra dieta estival. Siempre es bien recibido y de él ya di cuenta en alguna entrada anterior de este blog.


Es una de las preparaciones que yo califico como "expectante". Ningún salmorejo sabe igual al anterior. Todos tienen su particular personalidad y depende en gran parte de la mano ejecutora. En casa es Gloria la experta y la que intenta conseguir el salmorejo de diez. A mí me gustan todos los que hace en sus distintas versiones. Con miga de pan, sin pan y con almendras, con tropezones o sin ellos. Todos están de vicio. 

Este que hasta aquí traigo y que denomino con "sorpresa" estaba fabuloso. Desconozco cómo lo hizo y qué ingredientes utilizó, pero estaba de sobresaliente. El salmorejo espectacular, y ya sólo faltó el acompañamiento: langostinos rebozados en corteza de cerdo triturada. ¡Qué cosa más buena!. ¡Qué competición de sabores más delicada entablaron el salmorejo y los crujientes langostinos! 



Gloria me sorprendió con esta elaboración en una cena. Hacía tiempo que no me daba tanta lástima que el plato llegara a su fin.