miércoles, 30 de marzo de 2022

00958 Una Cuestión de Huevos

"HUEVOS FRITOS VEGETARIANOS"


Las animadas, y siempre tan necesitadas, tertulias de café,  lo soportan todo; hasta poner a debate cuántos huevos se pueden consumir al mes. Y no parece estar muy clara semejante cuestión. Lo que sí parece unánime es que comer unos buenos huevos, ya sean fritos, pasados por agua, revueltos, cocidos o en tortilla, resulta siempre una delicia.

La cuestión a debatir es controvertida. Hay quien confiesa comer por lo menos un huevo diario frente a los que consideran que consumirlos diariamente no es bueno para la salud. Lo cierto es que no existe un consenso internacional al respecto y que mucho depende del estado de salud del consumidor. Así, hay organizaciones que recomiendan una ingesta de entre 3 y 5 huevos semanales y otras que elevan esta cantidad a un huevo diario siempre y cuando se tienda a consumir más verduras y menos alimentos procesados. Estas últimas defienden que los alimentos preocupantes no son los huevos sino los alimentos que los acompañan, como las carnes procesadas, la sal o el pan blanco. 

Lo que parece estar claro es que los huevos son un alimento muy completo que conllevan variadas propiedades. Por ejemplo, tienen un alto contenido en proteínas de alto valor biológico, bajos en calorías y aportan una buena fuente de vitaminas como la D y la B12, y minerales como el potasio o el hierro.

Toda esta perorata me sirve para dejar constancia en este caleidoscopio vital del juego que dan unos sencillos huevos fritos. Ya comenté en su día, en una entrada sobre este manjar, que en casa no acostumbro a consumirlos. No hay un por qué en concreto. Y que es cuando vamos de excursión o a pasar un fin de semana en algún rincón de nuestro hermoso Pirineo, cuando "caen", con gran alborozo. un par de ellos con sus patatas fritas y algún que otro alimento "prohibido". ¡Qué gran placer!

Dicho lo cual, de un tiempo a esta parte, y tampoco hay un por qué en concreto, no hay semana en casa que en algunas de las comidas estén presentes los susodichos en sus distintos cocinados. El que ahora comparto, le llamamos en casa, de forma eufemística, "huevos fritos vegetarianos". Y anda que no están buenos. Los huevos van acompañados de unas patatas fritas cortadas a cuadraditos pequeños, unos pimientos de Padrón y una deliciosa berenjena frita, también cortada a cuadrados. El resultado, además de atractivo, que todo cuenta, está de rechupete y muy recomendable.







martes, 29 de marzo de 2022

00957 Los Entornos

 EL REFUGIO CÓMODO


Los entornos son paisajes amigos,  atentos y callados. Del silencio hacen virtud y de caso paso un alivio necesitado.

Acompañan silbándote al oído una canción de bienvenida, mientras vislumbras una inexplicable ternura. Nada es extravagante y alocado. Su sencillez y humildad son su rúbrica.

Entre árboles, campos, cielos y horizontes nada en el entorno es aburrido. Todo es aprovechable, ordenado en el desorden, placentero y sentido.

Abanico de imágenes que son como besos de un despertar dominical. Sin prisas, sin horas que mirar, sin meta que alcanzar. Pequeños cuadros que solo se pueden colgar en el corazón una vez aprendidos en el transcurrir de los días.

No hay pereza en los entornos. Su actitud es de espera, de permanente y tenaz espera. Se asoman a tu pequeño mundo en un perfecto equilibrio sin riesgo. Astutos y silenciosos penetran por las  ventanas que son tus ojos, triunfadores, joviales y esplendorosos.


Son el escaparate de una tienda de ilusiones. Mucho dónde elegir, mucho dónde agarrarte, nada que desperdiciar. Lo imaginario y lo real tienen cabida en los entornos sin murallas. 

Mira el entorno, cierra los ojos y reúne todas tus fuerzas evitando el desaliento. Frente a frente, sin dar la espalda, acortando la distancia. Comprueba que no tienes alas para escapar y sumérgete en ese paraje que te llama, espera y abraza. Es el refugio cómodo donde descansar tus sueños.



lunes, 28 de marzo de 2022

00956 Las Anchoas en Salazón

 DE ELABORACIÓN CASERA


Vuelve a este caleidoscopio vital mi gusto por la anchoa. Lo hace en salazón y de artificio casero. Un entretenimiento gastronómico más y cuyo resultado es extraordinario. Sencilla elaboración y múltiples y agraciadas salidas a la mesa. Además, si no estoy confundido, en el próximo mes de abril comienza su temporada óptima de pesca.

El método de salazón que quiero compartir es rápido, con lo que no hay que esperar muchas semanas para degustar su rico resultado. Básicamente consiste en curar y concentrar todo el sabor de la anchoa durante un par o tres de días a la acción de la sal.

En cuanto a su elaboración, comenzaremos por comprar anchoas que estén bien frescas y de tamaño más bien grande. Si no se quieren correr riesgos innecesarios es aconsejable congelarlas por lo menos durante cuarenta y ocho horas para evitar el anisakis. Se limpian bien cada uno de los peces, quitándoles la cabeza, las tripas y la espina central, y se pasan por agua para eliminar los restos de sangre.

Disponemos en un recipiente una cama de sal gorda y colocamos los pescados bien secos y sin que se toquen unos a otros. Cubrimos con sal de nuevo y repetimos la operación hasta que se agoten las anchoas que hemos limpiado. Tapamos y dejamos en el frigorífico entre 48 y 72 horas. Transcurrido este tiempo, lavamos en agua una a una las anchoas debajo del grifo para dejarlas totalmente limpias de sal y las secamos con papel de cocina. Una vez secas las introducimos en un tarro y cubrimos con un buen aceite de oliva virgen extra. Para su conservación, podemos dejarlas en el frigorífico.


Aunque su consumo alberga multitud de posibilidades, en mi caso voy un poco a carril. No paso de las tostadas con pan con tomate, pimientos asados y estas deliciosas anchoas, -me fascinan-, troceadas en ensalada, o sobre un buen tomate simplemente abierto. 

Algún día exploraré nuevas alternativas, pero de momento sigo a piñón con las tres mencionadas. Todo se andará.                                                                    





sábado, 26 de marzo de 2022

0955 Los Campos de Lavanda

LA ALCARRIA/BRIHUEGA


El pasado verano conseguí eliminar de mi listado de nimias y socorridas cosas pendientes, la visita a los vistosos campos de lavanda en flor. Desde siempre me han llamado la atención,  al igual que los campos de almendros en flor, los cerezos en flor o los frutales y sus variopintas flores.

Algo tan sencillo de ver no me resulta fácil. En el caso de los almendros, cerezos y frutales en flor,  cada año me pasa lo mismo. Cuando me quiero dar cuenta, ya se ha pasado la floración. Y en cuanto a los campos de lavanda, en el entorno donde resido, hay alguno que otro que escasamente satisface a mis sentidos. 

Con los campos de lavanda en flor todos los años me sucedía lo mismo. Siempre a misa dicha. Algún reportaje televisivo, muy socorrido por otra parte, me advertía en el mes de julio que  los campos de lavanda de Brihuega, en la provincia de Guadalajara, estaban en plena floración y se convertían en un interesante atractivo turístico como lo fueron en primavera la floración de los cerezos en el extremeño Valle del Jerte o los frutales en la provincia de Lérida. Pero nunca me venía bien acudir. Y así, año tras año.

Fue el año pasado, al regreso de un viaje familiar relámpago a Madrid, en la tercera semana del mes de julio, cuando coincidió la floración de este arbusto aromático con mi cercana presencia por esos lares y allí que me presenté. Recuerdo que fui un tanto temeroso. Había puesto las expectativas muy altas, un defecto como otro cualquiera, y temía que no se cumplieran. 
 
Hacía mucho calor. En un restaurante a la entrada de la localidad, picoteamos alguna cosa que llevarnos a la boca para quitarnos el gusanillo. Nos interesamos por la ubicación exacta de los floridos campos y en pocos minutos nos encontrábamos inmersos en un pequeño y aromático cuento de hadas. El espectáculo me pareció fascinante y más o menos como me lo había imaginado. No sabía dónde depositar la vista ni discernir dónde se encontraba la belleza. Si en el colorido paisaje, en la llamativa y cuidada tierra o en los árboles, que parecían vigilar el preciado tesoro. Todo era susceptible de ser fotografiado para el recuerdo, mientras un intenso olor a limpio, a fresca lavanda, me traía la siempre tan necesitada dicha. 


A cada paso que daba entre los floridos arbustos, una instantánea, una nueva imagen, para acabar deslizando suavemente las yemas de mis dedos por las nazarenas plantas. Todo un delicioso momento.


En medio de este natural escenario recabé información sobre los campos de lavanda de Brihuega. Este paraje de la comarca alcarreña es conocido como la Provenza española. Se cuenta que fue un vecino, un agricultor de esta zona, quien hace más de treinta años descubrió los campos de lavanda de La Provenza francesa y pensó que podría ser esta una producción idónea para los campos de esta zona y cuya actividad agrícola se encontraba en pleno retroceso. Desde aquel entonces se han plantado más de mil hectáreas de tan preciada planta, convirtiéndose en uno de los grandes productores mundiales de esencia de lavanda, con el diez por ciento de la producción total. La mayor parte de la producción de la lavanda y el lavandín de Brihuega se exporta a otros países, incluido Francia, con destino a la producción de aceites esenciales, jabones, perfumes, geles y cosmética. Frente a lo que cabe pensar, las fechas para ver los campos de lavanda en floración son el mes de julio.

Si el año pasado borré de mi listado de pendientes la visita a estos campos de lavanda, ahora voy a tener que añadir dos más: esta misma visita, pero al atardecer, tiene que ser más impresionante, si cabe;  y ya puestos, y como soñar es gratis, un viaje a La Provenza francesa.




viernes, 25 de marzo de 2022

00954 Los Tomates Verdes

 SIEMPRE APROVECHABLES


Llegado el mes de octubre y antes de que asomen los primeros fríos, acostumbro a recoger el huerto de verano y que tantas satisfacciones y recreos me ofrece. Lo último que "desmonto" son las tomateras,  no sin antes recolectar un buen número de frutos verdes que no han llegado a madurar en la mata.

A partir de aquí, son varias las posibilidades que se presentan para seguir disfrutando de ellos aunque sean verdes. La mayoría de estos acostumbro a envolverlos en papel de periódico, uno a uno, y los deposito en la terraza en una abarca con el culo del tomate boca abajo. Según van cambiando de color les voy dando la vuelta hasta que alcance su completa maduración. Alguno fenece por el camino, lástima, pero es enero cuando todavía puedo llevarme un tomate de la huerta a la boca. Siempre bajo la máxima de "aquí no se tira nada", aquellos que veo que no se pueden sacar a la mesa, los trituro, bien para salsas, bien para el socorrido y siempre bien recibido pan con tomate.

Ya he comentado en este caleidoscopio vital mi inclinación por los encurtidos, así que el tomate verde no podía faltar en esta guisa. Su preparación es muy sencilla. Una vez seleccionados por iguales y limpios de taras, se cortan en gajos y se cubren con una capa de sal por espacio de doce horas. Transcurrido este periodo de tiempo se introducen en tarros esterilizados y se les añade vinagre, previamente hervido, hasta llenar el tarro.

Otra de las formas de aprovechar los tomates verdes es en mermelada. Para un kilo de tomates verdes se necesita medio kilo de azúcar y el zumo de medio limón. Empezaremos por pelar bien los tomates, trocearlos y ponerlos a fuego lento hasta que se ablanden, unos diez o quince minutos. Los retiramos del fuego y trituramos bien. Los volvemos a poner al fuego y añadimos el azúcar y el limón. Una media hora a fuego medio y sin dejar de remover hasta que consigamos que espese bien. Introducimos en tarros y a disfrutar del resultado.

Por último, otra de las propuestas para aprovechar los tomates verdes la descubrí en la película basada en la novela homónima de Fannie Flagg, "Tomates verdes fritos". No es otra cosa que rodajas de tomate verde rebozadas y fritas en aceite.

A lo tonto, a lo tonto ¡qué juego dan los tomates verdes!





jueves, 24 de marzo de 2022

00953 Cada Mañana

 SE ASOMAN LOS ABRAZOS


Cada mañana se asoman los abrazos.

Desde el ventanal vidriado, 
allí donde la mirada se despereza
al compás de un concierto de sensaciones.

Desde el firme adoquín, 
donde se recogen los restos de todo
cuanto sobra y el caminar obliga a poner atención.
También aquí se asoman los abrazos.

Salen al paso, 
sin trampa ni disimulo,
imprevistos e ilusionados.

Abrazos coloristas, 
encontrados sin excusas, 
embriagados de belleza y luz.
Suaves y sensuales afectos
vestidos de gala para la ocasión triunfal.

Cada mañana se asoman los abrazos.

Abrazos deslumbrantes, 
firmes, verdaderos.
Se acabó la absurda búsqueda
donde acomodar el afecto.

No hay residencia definitiva
para la incómoda inseguridad.
Solo hay lugar para los abrazos. 
No se puede prescindir de ellos.
No importa quien los acompañe.

Cada mañana, necesitados, se asoman los abrazos.











miércoles, 23 de marzo de 2022

00952 La Paciencia Materna

 PEQUEÑAS Y GRANDES ESTRATEGIAS


Que las madres han sido y son sumamente pacientes, no me cabe la menor duda. Paciencia para dar, vender, regalar y guardar para los tiempos de carestía. Siempre firmes en sus convicciones educativas para con sus hijos, sí. Pero también dotadas de  una ágil cintura para los momentos necesarios. Y mi madre no era una excepción.

Hace algunos años entrevistaban en un canal de televisión a una educadora en nutrición sobre la alimentación de la gente menuda. No recuerdo exactamente bien los contenidos de la entrevista. Solo me quedé con un concepto cuando la nutricionista respondió a la pregunta ¿Por qué los niños y niñas acostumbran a despreciar las verduras? Más o menos vino a decir que aunque los vegetales son muy saludables y aportan grandes beneficios a nuestro organismo, los niños no lo ven así. Las razones: el sabor amargo del calcio que se encuentra en muchas verduras, amén de que su color, olor y apariencia no son agradables a la vista de los niños.

En el momento de escuchar esa entrevista yo ya era padre. Mis dos pequeñas hijas las verduras las comían con cierta normalidad aunque sus caritas dejaban entrever que no les hacían mucha gracia. Las judías verdes y guisantes, más o menos sin problemas. Con las acelgas entrábamos ya en terreno peligroso. Y ni ver, coles y derivados.

Una vez más me acordé de mi madre y de su exquisita cocina no exenta de "disimulo" para estas ocasiones. Los platos maternos que en mi infancia me parecían normales y habituales, con los años me di cuenta de que mi madre, como tantas otras madres, lo que hacía era dulcificar los alimentos que se nos atragantaban o "hacían bola". Así, recordé que las judías verdes las servía con un sofrito de tomate y cebolla o con patatas fritas cortadas a cuadraditos con longaniza. Que las espinacas, mis íntimas enemigas por aquel entonces, las cocinaba con una ligera salsa bechamel y piñones. Que las pencas de acelga salían a la mesa en forma de sandwich de jamón y queso rebozadas o que las coles y demás familia eran servidas en platos individuales bajo una deliciosa salsa bechamel y queso gratinadas al horno. Platos de paciencia de madre en aras de hacer siempre la convivencia gastronómica mucho más amable y placentera. Platos que guardé en mi memoria y que repetí en numerosas ocasiones en el menú diario de mis pequeñas con el mismo espíritu que me trasladó mi madre sin mediar palabra, sin explicación alguna, como algo natural. 







miércoles, 16 de marzo de 2022

00951 El Pan de Queso

TENTADOR 


Hacía tiempo que en casa nos rondaba por la cabeza comprar una panificadora doméstica, pero siempre encontrábamos alguna excusa para descartar tal idea. Que si no haremos otra cosa que estar todo el día comiendo pan y no nos conviene, que si un electrodoméstico más y además ya no hay sitio en la cocina, que si realmente es necesario... Y así fueron pasando los años. No había vez que no fuéramos al hipermercado y pasáramos por delante de la panificadora, que no hiciéramos una parada delante de ella para plantearnos las mismas dudas como si de una letanía se tratase.

El año pasado, el hipermercado en cuestión tuvo a bien rebajar considerablemente el electrodoméstico. Ese día en el que fuimos vencidos por la tentación, el tiempo que estuvimos por los pasillos de la gran superficie comercial, no sé cuántas panificadoras pude llegar a ver en los carros de compra. ¡Una barbaridad! Como tantas otra veces, nos quedamos mirándolas, y después de hacernos las mismas preguntas de siempre, no sé si es que nos cogió débiles, que nos contagiamos del resto de consumidores o sencillamente que había llegado el momento, el caso es que salimos con una panificadora hacia casa.

Los primeros días fueron una fiesta y nuestros temores al adquirir la panificadora estaban más que fundados. El pan se incorporó a la mesa y a nuestras vidas como en los mejores tiempos de buen apetito. Hicimos hogazas de todo tipo: integrales, de ajo y aceite, de chistorra, chapata, de cereales... y de queso, sobre todo de queso. Un delicioso y peligroso espectáculo.

El problema del pan de queso, por calificarlo de alguna manera, era que lo finiquitábamos en un abrir y cerrar de ojos. No solo estaba presente a las horas de la comida sino que los viajes para pellizcarlo fuera de ellas era continuo. Era toda una tentación no siempre vencida. Difícil reprimirse ante la mezcla de quesos, emmental, gruyere, parmesano y queso azul, recogidos en una masa tierna y olorosa de pan recién hecho.

Llegó el momento en el que tuvimos que poner límites a este desfase. Ahora, digamos que la panificadora está, como los osos, en modo de hibernación, y que solo la despertamos cuando queremos darnos un capricho. Es, ante la falta de voluntad, la forma de evitar tentaciones. Pero ¡qué rico está el condenado!


martes, 15 de marzo de 2022

00950 Un Día de Otoño

 PACIENTE ESPERA


De vez en cuando, 
solo de vez en cuando,
parece que la tierra se abre entre mis pies.

Es el abismo de la duda,
el rapto famélico de un idealismo
pocas veces comprendido.

Ni yo mismo lo entiendo
después de tantos años
rompiendo hojas en blanco.





El círculo se estrecha.
El desconsuelo vagabundea
y se instala en el cuello de la camisa
apretando el nudo de mi garganta.

El banco del paseo me espera.
Sabe que tarde o temprano regresaré.
Volveremos a observar
sin reprimir al contumaz instinto de supervivencia.

Hay complicidad 
y firmeza en el mirar.
Hay consuelo
entre tanto estruendo.
Hay sendero de vida
de ida y vuelta.

Así me lo cuenta y le creo.




Pasa el aire vestido de disimulo.
Es domingo, o martes, puede que viernes.
La tribulación no distingue días.
Diré en su descargo
que se presenta y expira. 

La belleza esculpe el paisaje
de una mañana cualquiera.
La tierra se cierra
El nudo se afloja.
No hay ya quebranto.

Son las doce de un día de otoño
frente a un árbol desnudo en paciente espera.


lunes, 14 de marzo de 2022

00949 Los Grelos

 LA GRAN VERDURA GALLEGA


No está en el top ten de las verduras que más me gustan. De hecho, tardé en acostumbrarme a su acidez y amargor, e incluso llegué a "marginarla" en el plato.

Mi querencia por los grelos, ingrediente imprescindible en los potes y caldos gallegos, llegado el invierno, se la debo a mi añorado hermano Antonio, q.e.p.d. Fue él quien, a través de sus caldos y de su afamado lacón con grelos, me hizo ver la bondad y excelencia de estos tallos verdes del nabo. Le costó, pero lo consiguió, como todo lo que se proponía.

En un no muy lejano viaje a la siempre admirada Galicia, entre asombro y asombro paisajístico, patrimonial, cultural y gastronómico, me topé con un pequeño huerto repleto de grelos. Nunca hasta entonces había visto la planta. Podrá parecer una tontería, este caleidoscopio vital está repleto de ellas, pero mi hizo ilusión. Me ilusionó porque me trajo a mi presente a mi hermano Toño y a sus enseñanzas. Fue entonces, y no antes, cuando me apresuré a saber algo sobre esta verdura tan sumamente desconocida para mí. Conocí que los grelos son los tallos verdes del nabo y que surgen antes de la floración primaveral. Conforme se aproxima la floración, el tallo comienza a "grelar", haciéndose más duro y fibroso, de consistencia leñosa, y más áspero y menos agradable al paladar.

Supe también que no hay que confundir con las nabizas, unas hojas tiernas que le salen a la planta durante la floración, que se consumen en el otoño y que, con apenas tallo, tienen un sabor más suave que el de los grelos. 

En cuanto a sus propiedades, fui sabedor que son ricos en agua y fibra, y que sin apenas contenido calórico, sacian, además de prevenir el estreñimiento y la hipercolesterolemia. También son ricos en vitamina A, así como en minerales tales como el cobre, manganeso, potasio, hierro y magnesio.

También fui informado de que el grelo está muy asociado en Galicia a la necesidad de abastecimiento ganadero ya que se trata de un producto de subsistencia y total aprovechamiento al permitir, con una misma planta, alimentar tanto al propietario como a sus animales.

Después de todo lo dicho, cómo no gustarme los grelos.





sábado, 12 de marzo de 2022

00948 La Morcilla

 DA IGUAL SU PROCEDENCIA


Cuando me enfrento, gastronómicamente hablando, a una morcilla, no puedo dejar de acordarme que,  junto a las torteta y longaniza, formaba parte imprescindible de la lista de la compra de mi madre cuando mis hermanos anunciaban su visita a casa, y a los días de matacía, felices días, en casa de mis abuelos maternos. Tengo que reconocer que en aquellos tiempos la morcilla no me hacía mucha gracia. La comía, sin más. Probarla, porque había que comer de todo lo que salía a la mesa, y punto.

Fue con el paso de los años cuando empecé a cogerle el aquel,  hasta el punto en que en la actualidad se ha convertido en otro de mis manjares, aunque a estas alturas de la vida, sea para mí un pecado y un cargo de conciencia.

Morcillas y tortetas son productos que se obtienen a partir de la sangre del cerdo. Creo recordar que en aquellas matacías de cerdo familiares, la sangre era lo primero que se aprovechaba. Todavía alcanzo a ver a mis tías Olga y Blanca, con mi abuela Genoveva, tras el sacrificio del animal, remover la sangre constantemente para evitar su coagulación y posteriormente trabajarla hasta convertirla en una masa para la elaboración de morcillas y tortetas. De los ingredientes que llevaban las morcillas "de la abuela", al margen de la sangre y el arroz, no tengo ni la menor idea. Solo sé que eran una fiesta para los asistentes. Ya digo que yo me incorporé a su alabanza algunos años más tarde.


En una ocasión, en una de las siempre interesantes conversaciones gastronómicas con mi gran maestro de los fogones, Antonio Arazo, salió a relucir la cuestión de las morcillas. A modo de conclusión de esa conversación y por no extenderme demasiado, me quedé con los siguientes conceptos: La receta más antigua y sencilla de morcilla aragonesa consta de sangre, tocino y cebolla picada. La incorporación del arroz llegaría más tarde; y su universo de elaboración es tan grande que sería casi imposible hacer un catálogo. Antonio me vino a decir que hay tantas variedades y elaboraciones de morcillas como pueblos tiene la provincia de Huesca y que incluso, dentro de un mismo pueblo, cada casa tiene su forma de hacer.

Cuando viajo hasta algún lugar de nuestra  rica y bella geografía española y veo morcilla, no dudo en probarla. Resulta un aperitivo o entrante muy reconfortante. De cuantas he llegado a probar, todas me han gustado. Cada una tiene su propia personalidad. Desde las popularísimas y afamadas morcillas de Burgos, elaboradas con sangre, grasa de cerdo, cebolla autóctona horcal, arroz y especias; las asturianas y leonesas con su característico toque ahumado; la gallega, con su dulzor al incorporar a la masa manzana y azúcar, entre otros ingredientes; hasta la andaluza, hecha con papada, panceta, tocino de cerdo, sangre, ajo y especias. Ah! y las de Beasain, en el País Vasco, a las que se les incorpora puerro. Hay más, pero todavía no las he catado. Todo se andará.








jueves, 10 de marzo de 2022

00947 Lo Mismo Pero Distinto

 PROHIBIDO ABURRIRSE


La cocina, cocinar, no tiene por qué ser aburrida. Es más, debería estar prohibido aburrirse en ella o con ella. Ni siquiera en los fogones de diario. Esta humilde opinión viene de la mano de la calabaza. 

Otra vez tengo que recurrir al huerto. No sé cuántas pude llegar a recoger este año. Perdí la cuenta cuando pasé de la treintena. Grandes, hermosas y deliciosas. Además de elaborar el consabido "empanadico" de calabaza navideño, que cualquier día traeré hasta este caleidoscopio vital, las hemos ido consumiendo en casa en modo puré. Entra muy bien y nos gusta.

Dicho así, pudiera pensarse, "pues qué cosa más aburrida", pues no. No lo es. Aunque en esencia solo es calabaza y más calabaza, cada puré tiene su aquel y personalidad con la que sorprender al personal. Siempre es interesante sorprender, a ser posible para bien.

La base del puré siempre acostumbra a ser la misma, si bien también admite alguna que otra variación a modo de "probatina".  Habitualmente lo que hago es cocer en agua la calabaza con una patata y sal. Una vez cocida la escurro y reservo. Mientras se cuece, pocho en una sartén con mantequilla, un buen taco de mantequilla,  una o dos cebollas, según sea su tamaño. Una vez pochada la cebolla la incorporo a la calabaza y trituro todo ayudado del brazo de cocina. Cuando observo que está bien triturado sin grumo alguno, voy incorporando caldo de carne hasta conseguir el espesor de puré deseado. 

Ya solo falta servir. Y es aquí donde me vengo arriba. Una vez el puré en el plato voy buscando alimentos que puedan complementarlos. Y algunos he encontrado bien interesantes. Hoy toca,  me encantan,  con pipas peladas y saladas de girasol, un chorrito de aceite virgen de oliva y pimienta molida. El resultado, además de buenísimo y vistoso, es entretenido mientras se mastican las pipas.

Veo que todavía quedan dos hermosas calabazas. Tendré que ir pensando en nuevos aderezos. Seguiré informando. Me ratifico en que la cocina, cocinar, no tiene por qué ser aburrida y que debería estar prohibido aburrirse en ella o con ella.





miércoles, 9 de marzo de 2022

00946 Corazón de Nube

VALIÓ LA PENA



El capricho me ha traído un corazón de nube.
Me recuerda que tan solo será un instante.
El tiempo impreciso de un huésped inesperado.
Lo que tarda en desaparecer una lágrima de emoción.
Lo que dura un fértil respiro en un verso prolongado.

Me dice que se desvanecerá.
Es su condición de corazón de nube.
No hay nada que lo detenga.
Se irá como la levedad del beso en la despedida, como el agua entre los dedos de una boca sedienta.

Me aconseja que disfrute de esta dicha.
No sabe cuando reaparecerá.
Valió la pena, le digo, mientras desdibuja las últimas líneas en silencio mi corazón de nube, mi corazón de agua.




 

martes, 8 de marzo de 2022

00945 Los Higos

ALIMENTO DE LOS FILÓSOFOS


Si hay un fruto que me transfiere paz, sosiego y serenidad, entre otras dichas, este es el higo. Será porque desde hace muchos años lo veo nacer, crecer y madurar, para acabar regalándome todo su delicioso y dulce sabor llegados los primeros días del mes de septiembre. Será por las plácidas imágenes que me trasladan de días de sol junto a un huerto que no compite. Será porque cada año espero su llegada como un acontecimiento doméstico triunfal. Será porque me entretiene el paso de sus días y ver como se desarrolla en unas pocas semanas. Verde diminuto como el botón de un abrigo. Verde que todavía te veo muy verde. Verde que va cediendo su color al morado. Morado de piel agrietada. Es el momento, mi momento. Cuatro o cinco tirones de piel y a la boca de un bocado. Dulce y delicado bocado bajo un árbol repleto de ramas, hojas, frutos y hasta de pequeñas historias. Todo un placer de lo cotidiano sin importancia en cualquier tarde del verano que ya se marcha.

Se cuenta que Galeno, médico y filósofo griego, recomendaba este fruto a los atletas como alimento básico en su dieta. Y que también se le denominaba el "alimento de los filósofos" dado el aprecio que mostraban por este fruto filósofos como Platón o Diógenes. Y es que este fruto, por cierto que si bien lo consideramos como una fruta, botánicamente es una infrutescencia, o lo que es lo mismo, la fructificación de varios frutillos dentro de los que parece un solo fruto, como las frambuesas o las fresas, tiene un alto valor energético, además de un nada despreciable contenido en fibra. Contiene calcio, es antioxidante y cuida la microbiota intestinal.

Se calcula que existen más de 750 especies de higos diferentes entre las comestibles y no comestibles.

Me gustaría contar aquí mi experiencia con los higos en la cocina, cuyo recetario es bastante amplio, pero no es posible. No consigo cocinarlos ni siquiera en ensalada. Nunca tengo acopio suficiente de este delicioso fruto.

 





lunes, 7 de marzo de 2022

00944 De Hoja en Hoja

DE RAMA EN RAMA


Resulta curioso. He estado prácticamente toda la tarde, fría y lluviosa, clasificando fotografías. Hacía meses que no me dedicaba a esta labor y me he reencontrado con un buen número de imágenes de nubes, cielos en sus distintas tonalidades y ramas y hojas como suspendidas en el aire.

La mayoría de ellas no sé muy bien cuando, en qué lugar y por qué las capturé. Supongo porque hubo algún momento que las vi y me llamaron su atención por la belleza de la estampa, los contrastes o simplemente porque sí, sin más excusa o explicación. 

Ya he dejado constancia en este caleidoscopio vital que me gusta mirar al cielo. En ocasiones para jugar con las nubes o porque la inopia de recursos entretenidos a pie de tierra me han llevado hasta allí. Otras veces porque la mirada así me lo demanda, casi me lo exige. Me pide encarecidamente que levante la vista y busque un buen acomodo. Sobre nuestras cabezas hay numerosos y muy buenos acomodos.

En el caso de la imagen que ilustra esta entrada, recuerdo, cosa extraña en mí, el día, el lugar y hasta el por qué de la instantánea. Fue en los primeros días del mes de diciembre de hace un par de años. Llevábamos un año desde que la Covid cambiara nuestras vidas y sumara un nuevo miedo, una preocupación más. Por aquello días, mi máximo entretenimiento y obligación era alcanzar los diez mil pasos diarios. La mayoría de ellos los lograba caminando por el parque vuelta tras vuelta, día tras día. De vez en cuando, me sentaba a fumar un cigarrillo para continuar hablando conmigo. Llega un momento en que resulta aburrido dale que dale a lo mismo y máxime, cuando por el camino venía también hablando conmigo.

Me senté y miré hacia el cielo para aliviar mis cervicales. Y en ese mirar se cruzó un castaño casi desnudo. Para entretenerme, comencé a contar los frutos que todavía tenía asidos a sus ramas. Pronto me cansé y además, me confundía y no hacía mas que volver a comenzar. Entonces fue cuando comencé a saltar con la vista de hoja en hoja, de rama en rama, de un extremo al otro del árbol. De ida y vuelta. Caminos cortos y caminos largos. Y así pasé un entretenido y aliviado rato sin hablar conmigo, que me tengo muy harto y oído.



00943 Uno, dos y tres

 APROVECHAMOS OTRA VEZ


De nuevo vuelvo aplicar en la cocina una de mis máximas y que me acompaña toda la vida desde que tengo uso de razón: "Aquí no se tira nada".

En esta ocasión se trata de un apaño para aprovechar restos de comida y ciertamente, está mal que yo lo diga, ha quedado redondo. Tres son sus ingredientes: un tomate que vivía su soledad en el frigorífico, unos langostinos cocidos que no pudimos apurar en su momento y una salsa tártara que se hizo para acompañar a unos espárragos. No tiene otro misterio este preparado de aprovechamiento. Se corta el tomate en ruedas y se le "enseña" sal y aceite de oliva virgen. Se pelan y trocean los langostinos para poner sobre el tomate y finalmente, se corona el plato con salsa tártara. El resultado es una mezcla de sabores muy interesante a la par que sabroso.

Y ya que estamos, habrá que interesarse por la salsa tártara, ideal para acompañar pescados, mariscos, huevos duros o ensaladas. Sus ingredientes para unos doscientos cincuenta gramos de mayonesa son: un huevo cocido, 30 gramos de alcaparras, 30 gramos de pepinillos, 50 gramos de cebolla y 15 gramos de mostaza, preferentemente de Dijon. Una vez elaborada la mayonesa, picamos bien las alcaparras, los pepinillos, la cebolla y el huevo cocido. Cuando lo tengamos todo bien picado, incorporamos el resultado a la mayonesa junto con la mostaza. Removemos con una cuchara y lista para comer.