SOLEDAD SOBREVENIDA
En las fotografías que voy archivando diariamente hay temas que se van repitiendo de manera usual, sea cual sea el escenario. Puertas, ventanas, agua, farolas, chimeneas, piedras, plantas... se cuelan entre reuniones y excursiones familiares, pueblos visitados o parajes disfrutados. Supongo que será uno de mis muchos tics que el visor de la cámara intenta complacer. Pero entre estas fotografías aleatorias, hay una familia de ellas que me tiene intrigado. ¿Por qué me gusta fotografiar árboles en soledad? ¿Qué imán ejercen sobre mí para que se repitan como un verso aprendido?
Veo ahora las imágenes antes de que compartan archivo e intento, como si de un juego se tratara, averiguar el por qué de esta querencia. Puede ser por su atractiva plasticidad, por su cromatismo, por el juego de figuras, de sus luces y de sus sombras, por su sin igual armonía, por lo refrescante de su imagen, por su belleza desmedida o por una simple composición del paisaje. Cualquiera de estas sugerencias me puede servir.
Las vuelvo a mirar intentando leer en sus troncos y pelaje, en medio del paisaje, algo más que me indique el por qué de este capricho. Pasan los minutos y nada me dicen, salvo lo ya descrito; color, plasticidad, armonía, belleza... y si acaso, algún atisbo de soledad. Una soledad impuesta por una siempre sorprendente naturaleza, en un ser vivo con ansias por sobrevivir aún en condiciones extremas. Y me los imagino hablando con el aire de paso, con el ave de travesía o con el agua agradeciendo su breve visita.
No hay que ser árbol para saber lo que se siente cuando la soledad es sobrevenida. Quizás, la solidaridad, también tiene algo que ver con mi querencia hacia los árboles en su queda y silenciosa soledad.
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