El primer día que pisé su empedrado y paseé bajo sus porches, me quedé prendado. Me pareció un lugar mágico, de ensueño y leyenda. Desde entonces, no he dejado de admirarla y de disfrutar en ella de instantes de júbilo, de reflexión, de silencio y palabra compartida bajo la desatenta mirada de una "Giganta Dormida". Desde aquel entonces se convirtió en mi pequeño paisaje de cuento.
Posiblemente no sea la plaza más bella del planeta, aunque para mis ojos así quieren que sea. Tampoco han viajado tanto. Y sí, cuando lo han hecho, han conocido hermosos escenarios urbanos que no entran en competencia sino que suman armonías y recuerdos.
Esta de Aínsa tiene un encanto especial en un solo mirar. De planta trapezoidal y grandes dimensiones -tiene
Plaza abierta al lado norte para comunicarla con el castillo; en
el lado sur, en lo que fue muro de la primitiva muralla, se levanta el edificio
del Ayuntamiento, con arco de medio punto en su portada, y el arco de acceso a
la calle Grande, una de las antiguas puertas de la muralla; en el lado sudeste emerge la
monumental torre de la colegiata de Santa María, románica, del siglo XII; y en el centro, el asombro, sobre el empedrado firme, pide una tregua, un descanso ante tanta popular maravilla.
En Aínsa, en el apacible Sobrarbe altoaragonés, entre ríos, piedras y un aire que huele a querencia, pasa sus días su Plaza Mayor a la espera de ser sentida.
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