PEDRO MUÑOZ SECA
Observo con cariño, no puede ser de otra manera, las
imágenes de la representación de “La venganza de Don Mendo”. Fue en la tarde
del día de San José de 2014, con motivo, precisamente de las fiestas del barrio
de San José de la capital oscense. Era la segunda obra, la primera fue con “El
caso del señor vestido de violeta”, de Miguel Mihura, que interpretaba con el Aula
de Teatro y Poesía. Y como dice la canción de “Presuntos implicados”, “Cómo
hemos cambiado”.
Nostalgia aparte, fue una representación deliciosa y con un
patio de butacas a rebosar. Divertidísima, y todo el grupo entregado para dar
un buen espectáculo. La verdad es que la obra, escrita por Pedro Muñoz Seca,
tiene todos los ingredientes para garantizar la sonrisa y hasta la carcajada. Sí,
lo tiene todo, curiosa trama, humor, tragedia, -muere hasta el apuntador, tal y
como se acostumbra a decir-, engaño, unos diálogos en verso desternillantes, burla
amable y nada soez…
Representarla fue un auténtico sueño. A pesar de ser la segunda vez
que me subía a un escenario después de 40 años, y salvo los primeros minutos,
me sentí cómodo y resolutivo, aunque algo incómodo por temor a no saber retener
la risa ante el humorístico juego de palabras que se dan en la obra o las
situaciones cómicas, y también trágicas, que se van produciendo a lo largo de
la venganza. Un auténtico alarde de obra teatral.
Estrenada en el Teatro de la Comedia en 1918, está
considerada como una “obra fundamental de la literatura española del siglo XX”.
PEDRO MUÑOZ SECA (1879 Puerto de Santa María (Cádiz)/1936
Paracuellos de Jarama
Pertenece a la Generación del 14 o Novecentismo. Cursó
estudios de Filosofía y Letras, y Derecho en la Universidad de Sevilla, donde
conoció el mundo del teatro y estrenó sus primeras piezas en 1901.
A partir de 1931 sus comedias se centran en
ridiculizar la República, como “La voz de su amo”, “Marcelino fue a
por vino”, “El gran ciudadano” o “Anacleto se divorcia”, entre
otras, que tuvieron una gran acogida por el público, aunque no demasiada entre
los objetivos de sus críticas. Cuando estalló la Guerra Civil fue encarcelado y
fusilado en Madrid por decisión de uno de los tribunales populares, acusado de
tener ideas monárquicas y católicas.
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