SUPERVIVIENTES DE UNA PEQUEÑA COLECCIÓN
Mi última colección fue de búhos. Comencé, no sé muy bien el motivo, con una familia de una veintena de pequeños búhos, que fue creciendo hasta superar el centenar. Aumentaron en número y también en tamaño, lo que se convirtió en todo un problema doméstico. El lugar que tenía dedicado en el despacho a mi particular "parlamento", así es como se le denomina a un grupo de estas aves, se hizo pequeño, tan pequeño, que no cabía ni un ejemplar más. Quienes conocían mi afición por coleccionar búhos, no hacían otra cosa que regalarme pequeños, grandes y originales búhos. Llegaba un cumpleaños o santo, búho que me regalaban. En Navidades, raro era el año que no aumentaba la familia de estos animalillos. Que alguien se iba de vacaciones y por lo que fuese veía un búho, para Fernando y su colección. En verdad, salvo los primeros que compré y unos pocos más, el resto de la colección fueron procedentes de regalos.
En un traslado domiciliario, decidí poner fin a todo tipo de colección, incluida la de los búhos. Solo me quedé con uno y porque tenía para mí un significado muy especial. Todos los demás, con el resto de colecciones que no eran libros, acabaron en una enorme caja que duerme en el trastero, y otras, en su respectivo contenedor de recogida de residuos.
Un San Fernando, 30 de mayo, estaba en Zaragoza y quedé con mi hermana Gemma para invitarle por mi santo a un aperitivo. Nos sentamos en una terraza y cuál sería mi sorpresa, cuando me vi recompensado con un gran búho. Con el padre o la madre de todos mis búhos. Se lo agradecí enormemente, solo que no le dije que lo de coleccionar búhos había pasado a la historia. Y a casa que me vine con mi gran búho. Lo coloqué en mi despacho junto a otro chiquitín, superviviente de la colección y que también conservo a la vista por lo que significa. Cuando estoy sentado frente al ordenador y levanto la cabeza, allí están mirándome los dos con sus grandes ojos. Y me hacen sonreír o me asustan.
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