miércoles, 16 de septiembre de 2015

00119 Las Moras Silvestres

DE PASEOS E INFANCIAS

Por su sabor, por su original forma y estructura, por su color, pero sobre todo, por todos los gratos recuerdos que su presencia aportan. Por todo ello me gustan las moras silvestres. Pequeño y humilde fruto que me acerca a algún campo ya olvidado de Alcalá de Gurrea. A tardes de verano sobre polvorientos y pedregosos caminos. Con mi madre. Supongo que de la mano. Los dos entonces buscábamos abrigo. Y en alguna vereda se exhibía una zarza defendiendo su fruto. Todo lo querido requiere defensa. Y entre, ¡cuida! y ¡cuidado!, una mora, doce moras... y con esta ¡cincuenta!. Era una forma de pasar el rato. Era verano.

Muchas hojas han caído desde entonces del calendario. Ahora son otros caminos los andados. Otras zarzas, otras moras y otras manos. Ahora el fruto se regala a la vista y de vez en cuando, al gusto. Y entre recuerdo y recuerdo va pasando la tarde. Ahora no se cuentan moras. En todo caso, arañazos, a pesar del consabido ¡cuidado! Siempre la que cae al suelo es la más hermosa, la más brillante y oronda. Uno, doce... y con este, ¡quince zarpazos!. Allí se queda. Es una forma de pasar el rato, en familia, es el final del  verano.









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