Llegado a este punto, huelga decir que me gusta la cocina y por supuesto, comer. Bien es cierto, que por razones varias, he perdido muchos enteros en sendas facetas. Pero también, no es menos cierto, que sigo mostrando curiosidad e interés por los entresijos culinarios y disfrutando de la gastronomía sin adjetivos.
Me reconozco un fan de la cocina tradicional en sus vertientes nacional y regional, sin menoscabo de las nuevas propuestas, y siempre y cuando no rallen con la extravagancia. Mención aparte me merece la cocina internacional. No estoy muy ducho en ella, pero aún consigo sumar alguna docena de recetas. Mi última incorporación, el sushi.
Recuerdo como si fuera ayer, en Bilbao, cuando tuve la oportunidad, por primera vez, de acercarme a la cocina oriental a través de un restaurante chino ubicado en la calle Elcano. Fue una cena inolvidable con mi hermano Antonio y mi cuñada/hermana Ana. Por aquel entonces me atrevía con todo. Me refiero a la cocina y sus sabores. Por aquel entonces, todo lo demás podía conmigo.
Sabores nuevos para un decorado bien distinto. Olores indescriptibles e irreconocibles hasta entonces me obligaban a esforzarme en la búsqueda de similitudes. Cualquier parecido era una aproximación. Cada plato una sorpresa y en cada bocado, un despertar de alguna papila gustativa. Todo un descubrimiento.
Con esa misma nitidez recuerdo el primer restaurante chino que se abrió en Huesca a principios de los 80: "La Gran Muralla". Nada que ver con el que me iniciara en Bilbao, pero suficiente para saciar mis apetencias de rollito chino, cerdo agridulce, familia feliz y helado con nueces.
Hace años que no visito un restaurante chino al uso. Ahora, cuando se presta la ocasión, me decanto por los japoneses o por los restaurantes genéricos asiáticos. A mis hijas les gusta y Gloria no los rechaza con rotundidad.
Reconozco que me gusta todo lo que ofertan, pero si hay algo por lo que tengo debilidad es por el sushi y similares, y cuyos nombres no acabo de retener. Tengo que ponerme límites y recordarme continuamente que no se acaba el mundo.
¡Cómo ha pasado el tiempo! Apenas unas cuantas páginas donde escribir cientos de argumentos y dibujar soles e inviernos, primaveras y hojas secas. Y es entonces cuando me siento feliz, muy feliz de tenerlas junto a mí.
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