Hacía años que no transitaba por estos parajes. Mis días de caminata y paseo me llevaban por otros derroteros. Ahora tengo tiempo, excesivo tiempo quizás, para deambular por los polvos de siempre, por estos y por cuantos se tercien. Últimamente, mis pies no saben de itinerarios. Sólo se dejan llevar.
La tarde es apacible y luminosa. El cielo limpio, sin rasguño alguno. A lo lejos la sierra parece hacerme un guiño. Está para pintarla. Por el camino dos bicicletas, una furgoneta, otro caminante y una conversación a medias. Parece ser que he tenido suerte. El entorno no me es desconocido aunque sí lo encuentro muy cambiado. Se vende, SE VENDE y se vende junto a huertas y campos. Algún árbol vestido reclama mi atención para llenar de arena el tiempo. Entre las hojas diviso una imagen cotidiana, humilde y hasta hermosa. Sí, es la ermita de Salas, ermita de peregrinación y hortelanos.
Es curioso cómo el transcurrir del tiempo y la edad nos cambian la percepción de las cosas. El carrusel o la noria, aún siendo igual de fascinantes, nos parecen más pequeños, menos alarmantes. La casa de los abuelos, allá en el pueblo, ya no es tal palacio, y las distancias parecen estar más próximas. Una sensación esta que volví a reproducir en mi paseo a Salas y en el que apenas invertí treinta minutos de despistado caminar.
Salas es de esos lugares que guardo en mi imaginario infantil. Un destino de esporádicas excursiones, fruto de algún premio o promesa cumplida. Ir a este paraje era toda una dicha y un acontecimiento extraordinario, casi de los de pregonar. Había que acostarse pronto pues me esperaba al día siguiente una buena andada. Bocadillos, agua, gorra y muchos "ten cuidado, ten mucho cuidado"... Era como irme a los confines de la tierra. Tras atravesar grandes campos y enormes huertas, y supongo que con más de un reiterativo "todavía falta mucho para llegar", alcanzábamos ese pequeño paraíso de aventuras y juegos infantiles. No recuerdo el tiempo invertido, pero se me antojaba apartado y remoto. Por aquel entonces, el asfalto y los edificios de la ciudad se consumían pronto.
Visitar la ermita de Salas tenía además un valor añadido, que no era otro que la búsqueda del preciado regaliz de palo entre los campos labrados. Una raíz de sabor agridulce y anisado cuyo hallazgo pasaba a convertirse en un cualificado premio y número uno de las "chuches" de aquella época. También es cierto que el repertorio de golosinas se acababa pronto. A pesar de la "dura" jornada, la vuelta a casa se hacía más liviana con la ayuda de la comestible raíz y la entretenida labor de sacarle punta con los dientes mientras salivabas el característico e inequívoco regaliz de palo.
Creo que desde entonces no lo he vuelto a probar. Si alguna vez lo he visto en algún puesto callejero me he recreado con su recuerdo, como ahora, pero nunca he tenido la tentación de comprar. No me veía mordisqueando una raíz. No obstante, igual cambio de actitud y le pido ayuda para dejar de fumar.
ERMITA DE SANTA MARÍA DE SALAS (www.patrimonioculturaldearagon.es)
Ermita de Santa María de Salas fue levantada como santuario mariano en el sureste de la ciudad de Huesca, en el término de Almériz. Es un santuario de grandes dimensiones que data de principios del siglo XIII. Su fundación se debió al mecenazgo de Doña Sancha, esposa de Alfonso II, y pronto se convirtió en un importante foco de peregrinación.
La iglesia recoge las características del estilo románico en su fachada, en concreto en la portada y en la torre. La portada cuenta con seis arquivoltas con decoración geométrica y capiteles sin columnas con decoración floral. Sobre la puerta se dispone un gran rosetón en derrame con molduras decoradas con puntas de diamante. Presenta en el lado Norte una galería arcada, obra del siglo XVI, junto a una hospedería hoy desaparecida.
La iglesia se dispone sobre una planta de cruz latina, con cabecera poligonal. La nave central, de seis tramos, se abre en profundas capillas laterales y se cubre con bóveda de cañón. El crucero de brazos poligonales se cubre con una gran cúpula elíptica que descansa sobre pechinas. A ambos lados de la cabecera se encuentra, al norte, la sacristía, y una estancia cegada con acceso desde el exterior, al Sur. A los pies destaca el coro alto.
Desde la nave se accede a la gran torre de planta cuadrada y que se abre mediante dos ventanas con arco de medio punto, en cada cara del piso superior. Al exterior es de planta cuadrada y posee tres cuerpos, el superior a modo de campanario, con sus cuatro frentes abiertos en parejas de arcos de medio punto, y tejado a cuatro aguas apoyado sobre modillones.
El interior se halla reformado tras la intervención de José de Sofí en el siglo XVIII. Son reseñables la decoración en yeso de estilo barroco. Entre los bienes artísticos que contiene destaca un gran retablo de siglo XVIII dedicado a la Virgen. En este retablo se conservan en una hornacina dos imágenes de la Virgen, una del siglo XVIII sentada y otra del siglo XIV realizada a tamaño natural.
Recientemente se han descubierto pinturas de estilo gótico en el muro Sur de la cabecera y se conservan en el Museo Diocesano de Huesca siete bajo relieves de plata que sustrajo el rey Pedro IV durante la guerra de los Pedros.
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