A PESAR DE MI MALA EXPERIENCIA
La primera vez que vi un higo chumbo al natural fue a los pies del Teide hace más de veinte años. Fue allí también donde tuve la oportunidad de degustarlos. Me gustaron. Me parecieron muy sabrosos. Tendrían que pasar quince años, en Huelva, para que volviera a tener contacto con ellos. En una de mis habituales caminatas matinales me encontré al paso con varias chumberas, algunas de ellas con frutos. Ni siquiera me acerqué a ellas. Sólo recordé los buenos y gratos momentos pasados en Santa Cruz de Tenerife.
A los pocos días volví a repetir el recorrido. El día anterior, en las proximidades del mercado central onubense, había visto a unas señoras pelar con destreza el dulce fruto para luego venderlo por docenas en bolsas de plástico. Tenían muy buena pinta pero no se me antojaron en ese momento. Ni siquiera me interesé por su precio. La cuestión es que en mi segundo caminar me fui deteniendo en las chumberas para interesarme por la madurez del fruto. ¡Y cómo pinchaban los condenados! No portaba nada para transportarlos salvo mis manos. Así que seguí mi camino con la intención de volver en otro momento con algún recipiente donde depositarlos. Hubiese sido lo correcto. Pero no, no me pude contener. Ya de regreso a casa por el camino andado me topé con una chumbera y cinco, sólo cinco, hermosos y maduros higos. No me pude resistir. Con sumo cuidado los arranqué de la planta y los fui colocando en la palma de mi mano con el mismo superlativo cuidado sumo. La cosa fue bien hasta que uno de los higos fijó sus finas, afiladas y casi transparentes púas en el dedo anular de mi mano izquierda. No fue dolor, pero sí sorpresa. Algo previsible pero inesperado que hizo saltar al resto de frutos por los aires. Lo lógico, sabiendo de sus defensivas armas, hubiera sido dejarlos caer al suelo y una vez allí, recogerlos de nuevo. Pero no, mi neurona no estaba por la labor de la lógica y contra todo pronóstico, me indicó que los fuera cogiendo antes de que se aplastaran contra la tierra. ¡Ay, ay, ay! Los exabruptos me los ahorro. De los cinco conseguí atrapar al vuelo a tres o mejor dicho, tres consiguieron atraparme a mí. Ahora sí, ¡qué dolor! ¡cómo picaban los traidores!
Llegué a casa con todas las que pude y con los cinco higos. Genio y figura. Lo primero que hice fue pedir unas pinzas de depilar para sacarme uno a uno los condenados pinchos. La operación no fue del todo exitosa pues algunos de ellos se introdujeron de tal manera que no hubo forma de extraerlos. Tuvieron que pasar algunos meses hasta que mi cuerpo los expulsó definitivamente. Por cierto, los higos estaban exquisitos. Dulces y sabrosos.
Gato escaldado del agua huye. Ahora, cuando veo chumberas como las que ilustran esta entrada y que capturé en Portugal, en Santa Luzia, ni me acerco. Me limito a recrearme con sus formas, frutos y flores. Suficiente. Y si me apetece degustarlos, ya sé dónde ir, que los venden "desnuditos" y listos para comer.
El higo chumbo es el fruto de un cactus de la familia de las Opuntias, más conocido como chumberas, tuna o nopal originario de México. Se trata de una especie de baya, de piel gruesa y lleno de finas púas y una pulpa llena de pepitas. Fue uno de los frutos que los conquistadores trajeron a España. Gracias al clima templado de la Cuenca Mediterránea, su cultivo se extendió con facilidad a partir del siglo XVI. Los higos chumbos eran muy apreciados por sus propiedades antiescorbúticas, por lo que formaban parte de los alimentos que se llevaban en los barcos que hacían largos viajes por el mar. Aunque se cultiva en países como México o Perú, en la actualidad, las chumberas se encuentran de forma salvaje en muchos lugares secos de Centroamérica y Cuenca Mediterránea. En España. las provincias de Murcia y Almería disponen de un clima excepcional y se encuentran chumberas silvestres que dan frutos de extraordinaria calidad. Es muy rico en vitamina A y vitaminas B1, B2 y B3. Además, contiene calcio, potasio y sodio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario