ORNAMENTO VITAL
Mi gusto y querencia por las flores y las plantas viene de lejos. Se localizan en mi juventud. Una herencia de mi madre que va en el mismo pack que mis temores a las tormentas o a volar.
En los balcones de mi casa siempre hubo plantas y flores que adornaban y entretenían, con mayor o menor fortuna, los días y las noches. Todavía permanece en mí el recuerdo de las noches de verano cuando abríamos los balcones del comedor para que desde la calle Artigas entrara algo de frescor a la estancia. No siempre el resultado era el apetecido, pero quien sí acudía a esa acostumbrada cita era el sonido del silencio y el olor a geranio y a limpio. En los restantes balcones que asomaban a esta calle se disponían diversos tipos de cactus y que en casa conocíamos como pechugas de perdiz, montañas de Montserrat o el de las Plumas de Santa Teresa. Estos aguantaban bien las inclemencias del tiempo.
En los balcones delanteros con vistas al Coso Bajo, mi madre reservaba espacio para grandes macetas que contenían hermosas plantas a la espera de la florada cuando llegara el mes de mayo y que previamente habían hibernado en lo que en casa llamábamos la "sala de espera"; sala de espera de la antigua clínica dental de mi padre. Las especies vegetales a exhibir aquí dependían de la fortuna. No todas conseguían sobrevivir de año a año. Las plantas guardan secretos que nunca alcanzaremos a descubrir. De cualquier manera, recuerdo algunos clásicos: ibiscus, azaleas, flor de un día, la suegra y la nuera, jacintos, pensamientos, lirios, jazmines, algún que otro desafortunado rosal, alegrías... Estas últimas aguantaban bien hasta el invierno. Llegado los fríos comenzaba a marchitarse hasta fenecer. Era entonces cuando mi madre repetía la frase, "alegría no puedo tener ni en maceta".
Lo más "divertido" era cuando para Semana Santa y San Lorenzo había que dejar expeditos los balcones para que hermanos, familiares y amigos pudieran ver procesiones, cabalgatas y salidas de toros. ¡Qué trajin de acarreo de macetas de afuera hacia adentro y viciversa! Eso sí, siempre con la atenta vigilancia de mi madre en la operación con el fin de que no hubiera baja alguna en el vergel.
Mientras escribo estas improvisadas líneas se suceden recuerdos que intento dominar para no pecar de excesivo. Algo que no haré con el frasco de los olores y sensaciones, que abriré, porque quiero compartirlos. Olor a tierra mojada en cada una de las noches estivales y al fresco perfume de las flores como muestra de agradecimiento a la atención recibida. Olor a penetrante frío, a plástico custodio, a horno de pan y barandilla mojada. Olor a hermosa herencia recibida, porque cada vez que veo una planta o admiro una flor me acuerdo de ella, de mi madre, de su enorme amor y gratificante belleza.
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