SIEMPRE A MANO
Grandes, pequeños, alargados, de Padrón, de Isla, de Gernika, onubenses, italianos, de la huerta oscense... Fritos, en sofrito, en guisos, en tortilla con o sin patata, crudos, en tempura. Rellenos o a tiras. Solos o como acompañamiento de carnes y pescados. Los pimientos verdes me gustan de todas las formas y maneras, sea cual sea su procedencia.
Hortaliza de cotidiano uso y disfrute, y socorro de algún que otro avío. Siempre, como los huevos, deben tener su espacio en la nevera. Aunque sea sólo uno. Nunca se sabe cuando los vas a tener que necesitar.
Memorables los bocadillos de pepito de ternera con pimientos en Casa Mati, en los años 80, en Canfranc. Como memorables son los pimientos rellenos de bechamel, ya referenciados en este blog, o los que hacía mi hermana María Engracia rellenos de arroz y bacon, y que yo intento alguna vez emular. No puedo olvidarme de los sencillos pimientos verdes fritos que hace mi suegra y que nos han acompañado en tantas comidas para mi satisfacción.
Escribo estas breves líneas sobre el pimiento verde, y los recuerdos de mis tiempos de "hortelano" y la figura de mi recordado cuñado Enrique me piden paso. Pero no, no es el momento. Unos y otro se merecen más atención y dedicación. Los primeros por los buenos momentos que me regalaron; el segundo, Enrique, porque si a alguien le debo mi gusto por la comida y la boca que tengo, es a él. Los pimientos verdes y rojos, entre otras muchas anécdotas, tuvieron mucho que ver.
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