miércoles, 23 de septiembre de 2015

00123 La Antigua Herrería de Agüero

GUARDAR Y MOSTRAR PARA NO OLVIDAR

Vuelvo de nuevo a Agüero de manera improvisada. Regreso para encontrarme con mis hermanos que transitan por tierras chesas exprimiendo los últimos soles del verano. La jornada es gris. Un anticipo de los días que nos esperan. Es tarde para pasear bajo los atractivos mallos. Lo haremos mejor por sus solitarias calles camino de la apartada y enigmática iglesia de Santiago.

Algo me he perdido. O habré sido yo en alguna de mis constantes e interminables zozobras. Mis tres hermanos se encuentran hablando con una señora. La conversación en la distancia parece ser entretenida y amable. Tengo la impresión de que hablan de manzanas. Ella parece simpática, cercana y dicharachera. Lleva una llave en la mano. Los cuatro cruzan la estrecha calle. La amable señora, luego supe que se llama Pilar, introduce el llavín en una puerta. Sobre ella, anclada a la fachada, leo una palabra casi en desuso : HERRERIA.

Pilar nos invita a entrar. Se muestra orgullosa al enseñarnos lo que fue la herrería del pueblo y que iniciara, creo recordar,  su suegro. Ahora es un pequeño/gran museo familiar en recuerdo de ese hombre que falleció convencido de que cuando él desapareciera también lo haría la herrería y cuanto allí había. Pero no, se equivocó. Allí estaba todo en perfecto orden. La forja, el yunque, la fragua, las tenazas, los moldes, los martillos y marros, los desarmadores, las sierras, las escuadras, los cinceles, los limones... Allí permanece todo en recuerdo de un viejo oficio, de un duro oficio en  unos no menos duros años de laboreo.

Pilar nos recuerda la función de cada herramienta y como cada una de ellas se fue incorporando a la herrería en función de las necesidades del momento. Mientras Pilar se prodiga en palabras y señala con énfasis un yunque del año 1866, tengo la sensación de que una gota de sudor se desliza sobre mi frente al ritmo de acompasados y sonoros golpes.

 Todo me parece fascinante; los objetos, los utensilios y las explicaciones.

Ahora, el centro de lo que fuera la herrería lo ocupa una gran mesa de encuentros y reuniones familiares. Y al fondo, colgada en la pared, una vieja bicicleta matriculada con el número 1. Todo descansa ya. Sólo se mira y admira. Pilar vuelve a recordar a su suegro y su pena. Puede estar tranquilo. Nada se olvida.

La puerta de la herrería se cierra. Dentro, a cobijo, se queda el oficio. Afuera, la gratitud por la muestra y la enseñanza, por el respeto a toda una vida y por tamaño regalo en una mañana improvisada.





No hay comentarios:

Publicar un comentario