jueves, 17 de septiembre de 2015

00120 Brindar

SIEMPRE HAY UN MOTIVO

Estoy convencido de que si me lo propusiera encontraría otras diez mil razones por las que brindar. Pero no, no lo haré. Bastante tengo con la locura en la que me he metido yo solito. Quizás lo intente cuando dentro de diez años acabe con el cometido que me llevo entre manos. Hago notar expresamente que se trata de una ironía. O no. No lo sé. De momento, lo dejaré como una entrada más de las diez mil cosas que me gustan.

Brindar es sinónimo de felicidad, alegría, y está estrechamente ligado a la compañía. Recipiente en alto, da lo mismo copa o vaso. Mirando a lo ojos con una leve sonrisa. No importa que asome una lágrima si en el brindis se cuela alguna emoción. Aunque no esté de moda, que suene el cristal. Al final, un pequeño sorbo para volver a mirar y si el corazón lo desea, un beso, un abrazo y de nuevo mirar.

Un brindis es el final feliz de pequeñas historias de la vida cotidiana. Un quitarse el sombrero ante la dicha. Poner una alfombra al futuro y al encuentro. Vestir de burbujas un pequeño momento. Recoger un grato sonido antes de que llegue el mañana incierto.

Un cumpleaños, una victoria, un nacimiento, un aprobado, un coche nuevo. Por el primer paso, por el final del largo camino, por el fruto del esfuerzo, por llegar a octogenario. Al cumplir un deseo, al llegar un Nuevo Año, al acariciar un vientre, al superar un obstáculo, una enfermedad.  A la hora del adiós con el deseo de pronto volver a verte. Para que tengamos suerte, para que todo sea más llevadero, para que los lazos se estrechen, para que alcancemos los anhelos. Por todos los buenos deseos, por toda la buena gente.... por tí, por mí, por nosotros.

Traslado aquí  un chinchín en nombre de todos los brindis sinceros.



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