miércoles, 16 de septiembre de 2015

00118 El Pico Cerler

EN MEDIO DE LA PALABRA

No compite en belleza y asombro. Tampoco creo que importe mucho. No siempre lo popularmente escultural está ligado a lo sublime. Siempre hay otros caminos para llegar a la entonación de las cosas. Algo así me ocurre con esta imagen tan aprendida y querida por mí en los últimos años.

La conozco y reconozco en la distancia aunque nunca he pisado su abrupta piel. No soy de patear alturas. Ya me gustaría. No entraré en más detalles. Tampoco es cuestión de ir describiendo y anunciando mi buen cúmulo de debilidades. La conozco y reconozco; es más que suficiente.

Ahora la veo en la distancia a través de las últimas imágenes captadas. Siempre desde el mismo lugar, siempre con el mismo objeto, siempre con la misma intención. Todo cambia, nosotros cambiamos, las situaciones también cambian y nos hacen cambiar. Pero él, no. Allí está en la antesala de la bienvenida para hacer de anfitrión en lo que serán unas pocas horas de encuentro. Excesivamente pocas diría yo.

Se abre el ventanal para recibir al día y averiguar a qué huele, intuir sus intenciones y rendir pleitesía. Todo parece ordenado y calculado. Hasta lo imprevisto. Sólo él puede intuirlo. Ahora la luz dibuja oscuras siluetas. Puede que más tarde, en el próximo guiño, ya no haya sombras y que todo sea como un sueño. Que todo se torne gris, pero no por ello menos bello.  Nada importa. Se está bien. Es más que un simple paisaje. Es el escenario de unas pocas vidas que se confiesan haber vivido, que ilusionan todavía esperanzas y que comparten el mismo rol a través del cariño.

Hoy la mañana huele a albahaca. A aroma festivo para un compromiso cumplido. Mañana olerá a encuentro, que no a olvido.







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