INOCENCIA Y AMISTAD
Llegaron sin saber nada acerca de ellas. Ni siquiera sabía su nombre, ni qué forma tendrían. Si serían hermosas, si desprenderían fragancias, si me acompañarían en el tiempo o serían apenas un suspiro como tantas otras. Sólo sabía que llegaban en tiempo de espera.
Ocuparon un transitorio lugar bajo la tierra para que la naturaleza, con la complicidad de la primavera, hiciera lo que considerara oportuno. No tardó en actuar. Pronto surgirían unas hojas que parecían dar la bienvenida. Y seguí en la espera. Las hojas crecían a buen ritmo, al mismo que mi curiosidad por saber de qué se trataba. Un buen día, de entre las hojas, comenzaron a aparecer unos tallos dispuestos a alcanzar el cielo. Al poco, empezaron a asomar del tallo diminutos capullos en una formación que se me antojó como si quisieran tenderme la mano en un momento de precaria necesidad. Manos abiertas, cóncavas y generosas. Seguía sin saber su nombre por más que intenté su búsqueda cuando la flor alba se regaló a la vida con un dulce perfume de aire limpio y seductor. La llamé, "la flor que tiende la mano" antes de que alguien me hiciera saber su nombre.
Pasó su tiempo y el de su disfrute llegada la noche. Cuando ya solo fue un recuerdo, guardé los cormos en una caja de zapatos junto a otros bulbos a la espera de una nueva oportunidad, de un nuevo ciclo de vida y ocupar de nuevo un transitorio lugar bajo la tierra.
Ya han surgido unas hojas con el mismo lenguaje de bienvenida. Pronto aparecerán entre el follaje unos tallos dispuestos a alcanzar el cielo. Pronto asomarán unos diminutos capullos verdes que me tenderán la mano siempre necesitada. No habrá entonces sorpresa ni asombro, sí ilusión por un esperado y deseado encuentro en la noche con un dulce perfume de aire limpio y seductor, que me hará recordar que siempre habrá un mañana y una flor que tiende la mano para hablar de inocencia y amistad.
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