Sabía de su existencia y de su arraigada tradición en Bruselas por alguna lectura o programa de viajes televisivo, pero nunca me había interesado por ellos hasta hace unos pocos meses. Recuerdo que fue un sábado. No es que tenga una gran memoria, tal y como ya he dejado constancia en alguna que otra entrada de este blog. Localizo ese día de la semana porque es en el que habitualmente tomamos mejillones para cenar de forma calmada y distendida. Solos al vapor y en ocasiones, acompañados de alguna salsa. Recuerdo también que por esos días rondaba por la cocina un ramillete de apio. Me extrañó. Nunca tomamos apio, ni tan siquiera lo echamos al cocido o a los caldos.
El caso es que ese sábado le pregunté a Gloria por el destino y razón de ser de la mencionada hortaliza en casa. "Esta noche voy a hacer unos mejillones al estilo de Bruselas con patatas fritas", fue la descriptiva respuesta. Y así sucedió como esa noche degusté con deleite, regocijo y alborozo los "mosselen met friet", considerado como el plato nacional belga. ¡Qué cosa más buena! ¡Qué delicia! ¡Qué inolvidable sabor! ¡Qué festín! Hasta entablé amistad con el apio. Desde aquel entonces, es un plato que nos viene acompañando con relativa asiduidad. Un plato de chuparse los dedos, y no es una forma de hablar. Y qué decir del caldito sobrante. Se me saltan las lágrimas de la emoción.
Me interesé por el origen de esta preparación y leí que los "mosselen met friet" es un plato simple compuesto por mejillones cocidos con apio, cebolla y pimienta al vapor, que se suele comer con patatas fritas y que se acompaña tradicionalmente con una cerveza. La ración de mejillones que se sirve en los restaurantes belgas es generalmente de un kilo o kilo y medio, con cáscara, por persona y es ofrecida al comensal en el recipiente de cocción.
Curiosamente, el cultivo del mejillón o fruto de mar como allí se denomina, no es habitual en la costa de este país. Según pude leer, "desde hace siglos los mejillones eran recolectados por los habitantes de la costa holandesa de Zelanda. Hacia el siglo XV se descubrió que una vez pescados y puestos en remojo, los mejillones seguían creciendo y desarrollaban un gusto aún más sabroso, lo que facilitó su transporte por los ríos y canales de Bélgica. El comercio de mejillones era tan próspero, que se libraron varias batallas para tener acceso a los bancos en los que se recogían. En el siglo XIX estas guerras llegaron a su fin con la instauración de parcelas adjudicadas a los pescadores, que pudieron por primera vez dedicarse a su cultivo en ellas".
Desde aquel entonces, en Flandes y Bruselas surgieron numerosos restaurantes de mejillones en la ruta que seguían los barcos que los transportaban por el río Escalda. En Sint Anneke, por ejemplo, de las 80 casas que componían el pueblo, 40 eran restaurantes.
En un principio, los mejillones se acompañaban de una rebanada de pan con mantequilla. Fue a finales del siglo XIX cuando los puestos de patatas fritas de Bruselas y Amberes popularizaron el consumo de los mejillones con las patatas. El plato inspiró a los más ilustres restauradores de la zona que lo incorporaron a sus menús.
De las recetas y variantes existentes al respecto, la que transcribo a continuación es la que ponemos en práctica en casa.
Ingredientes para cuatro personas: 2 kilos de mejillones, 4 patatas grandes, una rama de apio, una cebolla, una cucharada de mantequilla, una copa de vino blanco, 150 ml de leche evaporada, aceite de oliva virgen, sal y pimienta.
Elaboración: Fundimos la mantequilla en una olla con unas gotas de aceite y añadimos el apio y la cebolla picada. Rehogamos unos minutos y añadimos un poco de pimienta. Vertemos el vino blanco y dejamos reducir. Finalmente, añadimos la leche evaporada o nata líquida y removemos a fuego lento.
Una vez limpios los mejillones, los incorporamos a la olla, la tapamos y dejamos cocer hasta que se abran. Removemos bien y a la mesa. Acompañamos, para ir picando, en un plato aparte, con unas patatas que freiremos en un buen y abundante aceite de oliva.
Y lo dicho, de chuparse los dedos.
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