viernes, 10 de mayo de 2024

01337 El Algodón de Azúcar

 HILO DE HADAS


Solo con ver el algodón de azúcar, ya me duelen los dientes y las muelas. Pero me gusta. Reconozco que me complace esta filigrana hecha de azúcar.

Contemplar un algodón de azúcar es transportarme a mis días de infancia y ferias, en los que uno de mis mayores alicientes era, precisamente, comerme un algodón, unas almendras garrapiñadas, unos churros o una manzana caramelizada. Con esto, me sentía un niño feliz. 

El siguiente paso y mi relación con este dulce pecado, se corresponde con la llegada de mis hijas Loreto y Jara. No era muy frecuente, se hacía necesario cuidar sus dientes, pero de vez en cuando, algún algodoncillo caía. En alguna ocasión, me compraría alguno, pero me era más que suficiente con coger un pellizco del de las niñas. Más que suficiente. 

Pasaron los años y cuál fue mi sorpresa no hace mucho, que en una heladería, de la que hablaré en otra ocasión, mi helado iba coronado con un algodón de azúcar. Todo un espectáculo. Al coger el primer pellizco de algodón, me llegaron un buen número de gratos recuerdos y llenos de ilusión. Fue algo increíble. Cuando acabé con él, no me costó mucho, lo único que pensé en voz alta fue: "con qué poco nos conformábamos antes". Ya en casa, por la noche, mis dientes y mis muelas, a pesar de que les di un buen lavado, me llamaron la atención. Aunque tardaré mucho en volver a comer un algodón de azúcar, me gusta. Claro que sí.

Por cierto, acabo de leer en National Geographic, un reportaje de Mari Carmen Duarte, que el algodón de azúcar lo inventó un dentista. Un buen titular para seguir leyendo e interesarme por su historia. En el siglo XV, los cocineros italianos pusieron en práctica algunas novedosas técnicas culinarias de repostería. "Una de ellas consistía en calentar el azúcar para conseguir un líquido que se utilizaba para decorar sus creaciones". Una receta de "El ama de casa completa", no asustarse, data el libro de 1773, se recoge cómo, repitiendo el proceso de aquellos cocineros, con la punta de un cuchillo se dibujaba rápidamente un largo y fino hilo, que se colocaba alrededor de un molde, obteniendo "una especie de madejas dulces que formaban un nido o red.

Algo más de un siglo después, en 1897, dos estadounidenses solicitaron registrar una patente para una máquina que evolucionaría el concepto de "El ama de casa completa". Se trataba de William Morrison, un dentista, y Jhon C. Wharton, un pastelero, ambos amigos y socios, y que presentarían su creación en la Exposición Universal de París del 7 de diciembre de 1900. La máquina en cuestión, según explicaban los dos estadounidenses en el documento de solicitud de la patente era "una sartén o recipiente giratorio con caramelo o azúcar derretido que hace que dicho caramelo o azúcar forme masas de filamentos como de hilo o de seda por la fuerza centrífuga, debido a la rotación del recipiente" y cuyas hebras se recogen alrededor de un palo de madera. 

Unos años después, Thomas Patton ideó una similar, pero con una especie de placa giratoria a gas, que hacía el trabajo mucho más fácil. En 1905, Albert D. Robinson registró otra patente, mejorando el sistema de calefacción de la máquina. "Pero fue realmente en 1921 cuando Joseph Lascaux revolucionó todo lo anterior, superando al resto de máquinas con su propio invento y que producía un dulce al que bautizó como algodón de azúcar, nombre con el que se popularizó".

El 7 de diciembre se celebra el Día Mundial del Algodón de Azúcar o "hilo de hadas", tal fue su denominación en un principio, en honor a sus creadores.


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