RUIDOSAS, ESCANDALOSAS E INTELIGENTES
Su sola imagen me lleva al mar, a las playas y a las costas.
No a todo el mundo les gustan. Lo entiendo. A mí, por ejemplo, me costó
aceptarlas en mis días vacacionales. No diré que me dieran miedo, pero sí respeto.
Me resultaba molesto su continuo graznar. Creo que comenzaron a gustarme,
cuando las niñas eran pequeñas y su presencia les hacía sonreír. Hasta la pequeña
Jara llegó a imitar su graznido casi a la perfección. Llegó a convertir su
imitación en un entretenimiento familiar. Sí, creo que fue por esa época cuando
empecé a hacerme también amigo de ellas.
Ya no me molestan ni me incordia su presencia. Todo lo
contrario. Me alegra y complace verlas. La cosa es sencilla. Tenerlas al
alcance de la vista, significa que algo distinto ocupa mis días. Ahora las
contemplo y admiro su ágil planeo. Su corretear por la playa, las pequeñas
huellas que dejan marcadas en la húmeda arena.
Ruidosas, escandalosas, inteligentes y con una gran
capacidad de adaptación. Me tumbo al sol. Cierro los ojos. Oigo a las olas llegar
y a las gaviotas graznar. Y me siento tranquilo y feliz.
Muchos poetas se han inspirado en estas sociales aves
marinas para ejercitar su sentir. Acompaño un soneto, que lleva por título “Gaviota”,
de mi admirado José Hierro.
Ese vuelo que traza la gaviota
por el divino gris, ¡como cautiva,
como prende el mirar, grúas arriba,
meciéndole en las nieblas en que flota!
Ya está la soledad surcada y rota.
Paloma marinera, lenta y viva,
que en el pico, en lugar de verde oliva,
lleva octubres de música remota.
Fragmento de la vela de una nave.
Cuerpo de tela y alma libre de ave
nacida, como un eco de campana,
de entre las instantáneas catedrales
que olvidan —humos vagos e ideales—
los barcos que se van para La Habana.
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