UNA TENTACIÓN
Cuando venía para casa a la hora de comer, me he cruzado con una joven que llevaba dos barras de pan envueltas en papel. Algo habitual. Pero lo que me ha llamado la atención, es que los corruscos de las dos barras brillaban por su ausencia. Uno de ellos, me puedo imaginar qué fue de su destino. El otro, lo llevaba la joven en la mano y le iba dando pequeños mordiscos. Se lo estaba comiendo con tanta delicadeza y emoción, que casi parecía un anuncio televisivo. Tanto es así, que me han entrado unas tremendas ganas de comprar una barra de pan e imitar a la desconocida transeúnte. Pero no, me he arrepentido. Aun siendo un fan, fan, del pan, últimamente intento relacionarme con él lo menos posible. Solo en casos extremos. Y este no era uno de ellos.
Finalmente, he vencido a la tentación, pero eso no quita
para que haya comenzado a rememorar pequeñas historias sin trascendencia en
torno al currusco de pan; este trozo de barra tan querido para muchos y tan
despreciado por otros tantos. En casa, por ejemplo, el currusco, cuando lo hay,
tiene establecido un orden jerárquico: uno para Gloria y el otro para Jara. Yo
voy de suplente. Si alguna de las dos, por lo que sea, no lo quiere, me toca a mí.
Pensar en el currusco de pan, es volver, de nuevo, a la
infancia. A las meriendas de pan y chocolate. Una porción de chocolate que se
incrustaba en la miga del currusco y que sabía a manjar del bueno. El último
tramo del currusco se presentaba ya sin porción y se comía sin más. Era su
crujir, el fin de la merienda.
Otra especialidad de esa infancia, esta menos habitual, era
el currusco con leche condensada. Digo menos habitual, porque la presencia de
esta dulcísima leche no era muy frecuente. Mi madre acostumbraba a comprarla
cuando hacía algunos de sus delicios postres. Era entonces, cuando cogía el
currusco de la barra de pan, le quitaba la miga, y en el hueco le introducía
unas cucharadas de leche condensada, para posteriormente, taparlo con la miga que
le había quitado con anterioridad. Eso sí, a la hora de comerlo, nada de ir por
allí, en un voy y vengo. Sentadito y con un plato debajo, que recogiera los
churretones de leche condensada que se salían del currusco en cada mordisco.
Y los bocadillos, siempre que se podía, elaborados con la parte
del currusco. No cabían preguntas. Recuerdo, incluso, en mis años de internado,
a la hora de la merienda, si no me tocaba currusco, intentaba cambiar el
bocadillo con otros niños a los que sabía no les gustaba esta parte, principio
y fin, de la barra de pan. ¡Qué años aquellos!
Por cierto, que, a la hora de empezar a escribir esta
entrada, me ha entrado una enorme duda. ¿Se dice currusco o corrusco? Así, que
me he ido al diccionario, y en la R.A.E aparece como currusco: “Parte del pan
más tostada que corresponde a los extremos o al borde”, si bien, el vocablo
procede de corrusco. También, ya puestos, he podido comprobar que, según en la
zona geográfica donde uno se encuentre, esta parte del pan tiene otros nombres
como, cuerno, teta, punta, pico, cantero, cabero… Se diga como se diga, yo me
pongo al lado de los forofos del currusco.
Qué bueno el pan, y más si está sentado!
ResponderEliminarNunca había oído tal expresión. Y sí, el pan es una auténtica debilidad. Un abrazo, amigo
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