La luz que entra por la ventana y todo lo inunda no viene a mentir. Tampoco a inventar. Llega a invitar, a tender la mano hacia un devenir prometedor. Celestina de un color que espera afuera; frío por defecto, apacible y relajado por sentimiento.
Claro, sensitivo, puro, limpio, azul. Día de cielo sin rasguños ni heridas para recoger todos los sentimientos que van más allá de la simple pasión y permanecer en el tiempo. Una casa de pueblo, una alberca enjaulada, una piedra que gira, que rueda sin rumbo a la zaga de nada. Una barca varada, un trino en la rama, una playa que juega a la orilla del agua bajo la atenta mirada de un azul que todo lo agranda y ensancha.
El entorno se torna en confianza. Hasta de mí mismo me fío en mi eterno desequilibrio por caminos inciertos. Fantasía y utopía salen de la mano en compañía para un día en azul que espera. Es perfecto. Alegre, limpio y sincero en el regreso.
Días en azul vestidos de fiesta para una mirada en asombro. Vestidos de luz para no tocar más fondo. Desnudos de fantasmas y quebrantos, de malezas y rastrojos. Sólo vestidos de azul para los ojos. Y el día que llegue la hora, que sea en azul, como en un remanso entre el cielo, la piedra, la arena, el agua y la ola.
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