Dicen que las prisas son malas consejeras. Así lo entiendo también yo, así me lo ha demostrado la experiencia en un buen número de ocasiones. La pintura me ha dado muchas cosas, pero sobre todo me ha enseñado a gestionar los tiempos, a mirar las cosas desde otras perspectivas, a interpretar los colores, a valorar mejor si cabe los esfuerzos, a superar imposibles y a un largo etcétera que se podría finalizar con un, me ha enseñado que todo tiene su preciso y oportuno tiempo.
Puede que la edad también haya hecho su trabajo y traído la mesura que en otros tiempos pude necesitar. El ya y ahora no los contemplo ni los fijo. Me inclino más por el hasta aquí y luego ya veremos. Hasta donde puedo hacer o dar sin demostrar ni demostrarme nada. A disfrutar del preciso momento. A recrearme con el hoy sin cuestionarme si habrá un mañana. A aceptar el resultado aunque no sea el previsto. Es tan sólo un actitud.
Hace unos días finalicé este cuadro sobre el caño de la fuente de Marcelo. Por primera vez mi pintura abandonaba el paisaje para experimentar con un objeto. Me parecía un imposible, pero tenía que intentarlo. Primero manchar y rellenar. Después fijar las sombras para luego trazar la luz. Desde la primera pincelada a la última ha transcurrido un mes. Treinta días de mirar y remirar, de casi tirar la toalla, de dejarlo reposar cuando parecía perder el camino, de interpretar los colores, de obviar lo que de la imagen original me pesaba, de disfrutar con el efecto de un trazo inesperado, de ver cómo brillaba el agua, de controlar la ansiedad, de interrumpir el trabajo por temor a empastarlo, de pedir ayuda y consejo... Y al final, creo que el resultado no es el que yo imaginé en una mañana soleada de otoño. Pero es el que es y me siento dichoso de que así sea. En otro tiempo, estoy convencido de que este cuadro no existiría.
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