lunes, 28 de octubre de 2024

01536 Siete Euros

 COVA DE ONÇA, CAMINHA, PORTUGAL


Una ensalada de tomate, lechuga, cebolla y zanahoria, bien aliñada, arroz blanco especiado, unas patatas tipo panadera, abundante pollo empanado, un botellín de cerveza de tercio, postre y café. Todo por siete euros, impuestos incluidos. Fue lo que comí recientemente en Portugal, en el restaurante Cova de Onça, en la bella localidad de Caminha, en el distrito de Viana do Castello. 

Cuando con Gloria viajamos a Galicia o Huelva, lugares de referencia de nuestras vidas, nos gusta visitar la vecina Portugal. Nos encanta el país lusitano. Nos resulta siempre muy agradable su visita. 

En nuestro último viaje a Galicia reservamos una jornada para seguir conociendo parajes y poblaciones. Fuimos sin destino prefijado. Pararíamos en algún lugar, todavía no conocido por nosotros, y que a simple vista nos "enganchara". Y así fue como, después de descartar a nuestro paso varios lugares, decidimos detenernos en Caminha, sin conocer dato alguna de la localidad. Simplemente, nos pareció agradable al llegar. En otro momento, traeré aquí esta población, pues me pareció una delicia de villa, digna de formar parte de este blog. El caso es que recorrimos su casco antiguo, nos asomamos a la desembocadura del río Miño y paseamos por un mercadillo acompañados de un molesto viento hasta que se hizo la hora de comer. 

Volvimos sobre nuestros pasos para llegar a la plaza de la villa donde habíamos visto con anterioridad varios restaurantes que disponían de terraza. Mientras Gloria indagaba los menús, yo me desplacé hasta una esquina de la transitada glorieta para tomar una fotografía general del espacio. Fue entonces cuando, en una calle que confluye a la plaza, vi una fila de gente esperando turno para entrar en un restaurante. Llamé a Gloria y le comuniqué lo observado. Acudió al lugar, y sin saber nada más, nos pusimos también en la fila. Pensamos en ese momento que, si había tanta gente esperando para comer, no tenía que ser mal lugar. En la espera para entrar al establecimiento hostelero, próximo a él, me percaté de la existencia de un caballete donde se escribía el menú. Me planté delante de él, leí y regresé a la fila. Le dije a Gloria que no me había enterado de nada, salvo que el menú costaba 7 euros. Un matrimonio que estaba detrás de nosotros, él riojano y ella nacida en la localidad oscense de Sariñena, según nos informaron con posterioridad, y que escucharon mis últimas palabras, nos comunicaron que ellos habían comido aquí hacía dos días y que salieron más que satisfechos. Efectivamente, el menú costaba 7 euros, incluida la bebida. En concreto, ellos habían comido empanado, aunque también había para elegir pescado o ternera. Había otra posibilidad que era bacalao al horno, al precio de 28 euros, y que podían comer, por la cantidad que servían, hasta tres, incluso cuatro comensales.

Sin mucho esperar, fuimos requeridos para sentarnos en torno a una mesa. "El establecimiento tiene el aspecto de una antigua casa de comidas, rústico y sobrio. No es excesivamente grande, pero capaz de albergar a medio centenar de comensales a la vez". Es lo que escribí en mi libreta de viaje, mientras esperábamos ser atendidos. Es todo lo que pude llegar a escribir, pues fue pedir sendos platos de pollo empanado y a los tres minutos, los teníamos frente a nosotros. No sé si habría más personal en el servicio de mesas, pero solo pudimos ver a una joven que era todo nervio. Era ella la que pedía la comanda, la servía, cobraba, limpiaba la mesa y salía a la puerta de la calle para dar paso a nuevos clientes. Tal y como apunté en mi libreta: "...un trajín de señora". Salimos encantados de este restaurante al que no descarto volver para comer su afamado bacalao.

Después de comer nos sentamos a tomar un café en la terraza de uno de los bares de la plaza. Y reflexioné sobre lo vivido en la última hora y media. Pensé lo que tantas veces he meditado. Me imaginé, a tenor del local, del tipo de comida que aquí se ofrece y de los precios, que en el imaginario de sus propietarios no está el hacerse ricos trabajando, sino simple y llanamente, trabajar. Imaginé también que lo de triunfar y ser laureados, tampoco estaba en su hoja de ruta. Poder abrir la puerta cada día y que entren clientes y salgan por la puerta satisfechos, es el mejor premio. En definitiva, vivir sin abusos ni atropellos. Como se hacía hace algunas décadas. Disponer de un negocio para poder vivir de él toda la vida y a ser posible, que las nuevas generaciones tomen el testigo. Muy lejos de la práctica habitual que vivimos en nuestros días. Nada, cosas mías. 




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