lunes, 28 de octubre de 2024

01530 Comer Sardinas a la Brasa

 EN UN CHIRINGUITO DE PLAYA


El olor a sardinas a la brasa me atrapa. Es algo superior a mis fuerzas. Y como fanático que soy de los aromas y olores, este es uno de los que hasta me hace sentir bien. Digamos que son como mi flautista de Hamelin. Aunque no esté previsto en mi agenda, como por un casual, me tope con su olor, rara vez no sucumbo a la dicha de sentarme ante un plato de ellas. Además de su olor, supongo que tiene que ver mucho con la cantidad de recuerdos, felices recuerdos, que me traen su sola presencia.

No hace mucho, he tardado 67 años, añadí un plus a este pequeño/gran placer: comer sardinas a la brasa en un chiringuito de playa. Me pareció el colmo de la ventura. En realidad, nos dejamos caer con Gloria por el chiringuito, que algún día traeré a este caleidoscopio vital, atraídos por las sensoriales puestas de sol que desde este lugar se podían disfrutar, según pudimos leer y como posteriormente certificamos. El caso es que la idea era picar alguna cosa y recrearnos con los ocasos. Pero fue llegar, sentarnos a una mesa y oler a sardinas a la brasa, que todo cambió. Nos miramos con Gloria, a la que le encantan más que a mí las sardinas, y nos lo dijimos todo. A los pocos minutos estábamos "chupándonos los dedos" con unas sardinas. 

Mientras me recreaba con ellas, pensé que la sardina sabe distinta cuando el plato se ubica en un lugar desde el que se puede ver el mar, oler el salitre y contemplar fabulosos atardeceres. Será difícil olvidar estas sardinas, en un momento de mi vida, en el que cualquier atisbo de felicidad, lo recojo y guardo en mi memoria como un tesoro.

Sí, me fascinó comer unas sardinas a la brasa en un chiringuito de playa, mientras el sol se escondía en el horizonte, dejando en el cielo un sinfín de caprichosas, sugerentes y bellas imágenes de despedida. 



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