lunes, 28 de octubre de 2024

01556 No Llevarse a Engaño

LA BELLEZA NO SIEMPRE ES VISIBLE


No llevarse a engaño.

La belleza no siempre es visible.

Muchas veces está oculta a los ojos,
que no saben de detalles.

Otras, pasa desapercibida,
como los días a los que no se les atiende.

La belleza no siempre salta a la vista.

Los ojos y el corazón
tienen que estar siempre atentos para encontrarla.




01555 El Osobuco

ESTOFADO CON ROBELLONES


Me apetece guarecerme en la cocina e impregnarme de algún olor familiar. Bueno, más que una apetencia, se trata de una necesidad. Desconozco el motivo, pero me he levantado con esa idea. Llegado a este punto, lo acostumbrado sería acudir al recetario que fui aprendiendo de mi madre. Quedan pocas recetas ya que traer hasta este caleidoscopio vital. Así, que he acudido a otra de mis fuentes de sabor e inspiración familiar; la de mi hermano Antonio.

Sus recetas las tengo recopiladas en una carpeta en folios y papeles. Hace tiempo que quiero pasarlas a un cuaderno, como hice con las de mi madre, pero no encuentro nunca el momento. Me lo apunto en mi larga lista de pendientes que no urgen. He comenzado a pasar papeles hasta que me he detenido en una receta para mí muy especial. Entre otras cosas, porque la primera vez que probé este manjar fue a través de uno de sus guisos. Lo recuerdo como algo excepcional. Me estoy refiriendo al estofado de osobuco con robellones.

A mí, que me encantan los guisos y la cocina sin tiempo ni prisas, me pareció un señor plato, de los de toma pan y moja. Nunca mejor dicho. La melosidad de la carne, la salsa y el acompañamiento de los robellones son de auténtico bodegón y homenaje al buen sabor. He tomado nota de los ingredientes necesarios y me he ido a la calle para hacer acopio de ellos.

De regreso en casa, y antes de ponerme manos a la obra, me he servido una copa de vino. No acostumbro a cocinar con una copa de vino al lado, pero la ocasión, así lo requería. He bebido un pequeño sorbo, alzado la copa y brindado por mi querido y añorado hermano. Con todos los ingredientes a la vista, he comenzado a impregnar la cocina de ese olor familiar que necesitaba.

Ingredientes para 6 personas: 4 piezas de osobuco, 3 zanahorias, 2 cebollas, 4 dientes de ajo, 1 pimiento verde, 1 pimiento rojo, 250 gramos de  robellones, 500 ml de caldo de carne, 50 ml de vino de Jerez, 2 hojas de laurel, aceite de oliva, harina, sal y pimienta.

Elaboración: Enharinar los trozos de osobuco, salpimentar, dorar en una sartén y reservar. En una olla, dorar la cebolla y el resto de hortalizas en trocitos muy pequeños. Añadir el vino y cocinar hasta que se evapore el alcohol. Incorporar la carne con el laurel y los ajos. Verter el caldo de carne, en cantidad suficiente que cubra todos los ingredientes. Cocer a fuego medio/alto hasta que observemos que la carne esté tierna. Mientras tanto, saltear los robellones en una sartén con un poco de aceite de oliva y un diente de ajo muy picado. Cuando la carne vaya a estar a punto, incorporar los robellones al estofado y cocinar durante unos cinco minutos más. Servir caliente.

El nombre de osobuco, ossobuco, proviene del idioma italiano y significa “hueso hueco”, “osso” hueso, “buco” hueco. Se trata de un corte longitudinal de carne, que va desde la pantorrilla hasta la corva de la vaca o ternera, pero sin llegar a ser una pieza totalmente cilíndrica. Su grosor se estrecha en la parte inferior y se ensancha en la parte superior. Es una pieza muy gelatinosa, perfecta para asados.  Este corte de carne también es conocido como morcillo, zancarrón o jarrete.




01554 Un Lugar Donde Soñar

HABLANDO CON LOS SUEÑOS


Los sueños parecen no tener cobijo ya. Buscan lugares donde guarecerse, crecer y reconfortarse. Todo parece estar ocupado por el engaño, la mentira y el odio, me dicen. No tenemos cabida. Y sonrío. Sonrío por no llorar. Anoche les dije que mirasen en el mar, porque seguro que, en la orilla o en el ataviado horizonte, siempre hay un espacio para soñar.




01553 Los Jurelillos Fritos

 SANO PESCADO AZUL


El pez que traigo a este caleidoscopio vital lo vengo consumiendo habitualmente en conserva. Me encanta tenerlo presente en mis variopintas ensaladas. No hace mucho tiempo lo pude degustar a modo de pescadito frito. Me gustó y sorprendió.

El jurelillo, conocido también como chicharro, txitxarro o escribano, es un pescado azul rico en ácidos poliinsaturados muy saludables para nuestro organismo. De fácil digestión, es un alimento que aporta proteínas de alto valor biológico, similares a las del huevo o la carne, además de aportar vitaminas y minerales como el magnesio, hierro, yodo y calcio.

Se trata de un pez gregario, que recala periódicamente en nuestras costas. Los más adultos acostumbran a encontrarse a unas millas mar adentro, mientras que los más jóvenes, sobre todo en verano, pasan mucho tiempo al resguardo de las bahías y los muelles.

El nombre de Jurel procede del mozárabe, surel, y este, del latín, saurus, lagarto, y antiguamente, en la actualidad las cosas han cambiado, se consideraba comida de pobres. Leo que “la puesta de huevos se realiza en la superficie y es de más de 120.000 huevos de 1mm de diámetro. Los huevos dan a larvas que al nacer tienen un tamaño de 2.5mm de longitud y que adquieren rápidamente la forma de pequeños chicharros”. Las crías de este pez sobreviven con facilidad, ya que durante la mayor parte de la primera fase de sus vidas viven al refugio de los tentáculos de las medusas. 




01552 El Croisant con Mascarpone

 DE LAPACA


Ya he comentado en alguna ocasión en este caleidoscopio vital, que son mis hijas las que me ponen al corriente de las novedades hosteleras y gastronómicas de la ciudad. En esta ocasión, y aunque algo sabía por la prensa de las excelencias de este establecimiento, fue mi hija Loreto quien hace un par de años me llevó a desayunar a este Olimpo de la pastelería mundial, como es la pastelería gourmet de Lapaca, ubicado en la capital oscense y con la firma del joven maestro Raúl Bernal.

En aquella oportunidad, y aconsejado por mi hija, me tomé un croissant de mascarpone. Me pareció algo delicioso; contundente, pero delicioso. Lo recuerdo como algo muy original y difícil de olvidar. Un sabor especial para un croissant también muy especial.

Desde entonces no había vuelto al establecimiento hasta hace escasas fechas, si bien había degustado de aquí otros productos en improvisados desayunos que Loreto ha traído a casa. En mi segunda visita volví a apostar por el croissant de mascarpone. Estuve a punto de cambiar, pero finalmente me incliné por el croissant que tan gratísimo sabor siempre me ha dejado. El hojaldre del croissant me parece de una delicadeza extrema y generoso relleno de mascarpone, fantástico.

Ahora que “ya me conozco” el camino, regresaré para seguir ampliando los sabores que este magnífico establecimiento ofrece y que, no me cabe la menor duda, pasarán a formar parte de este caleidoscopio vital, al igual que la propia pastelería. Otro encanto.

A modo de información, decir que Raúl Bernal estuvo considerado en 2011 como mejor maestro chocolatero de España y que en 2023 obtuvo el premio al mejor bombón artesano de España. Recientemente, Lapaca entraba a formar parte del Olimpo de la pastelería mundial al ser incluida dentro de Relais Dessert, una agrupación con más de 40 años de existencia y a la que pertenecen únicamente los mejores establecimientos del mundo.




01551 Poner Música a los Paisajes

EMOCIÓN EN BANDEJA


Me gusta poner música a los paisajes que me encuentro en mis caminos. Una manía como otra cualquiera. Como no sé componer, imito las que ya están escritas. Como tampoco sé cantar, las tarareo. Para esto tengo buen oído. En esta ocasión, he probado con varias canciones. Finalmente, me he quedado y tarareado "Days are numbers", de la banda Alan Parson Project. La emoción ha venido en bandeja.


01550 La Sopa de Fideos con Mejillones

SOPA PARA UN DOMINGO


En estos días la cuchara ha llegado a la mesa para quedarse. Me apetecen los platos de cuchara en cualquiera de sus versiones, que no son pocas. Y ya que hace unos días retomé el cuaderno de recetas que aprendí de mi madre, le he echado una ojeada en busca de algo que me hiciera especial tilín en estos momentos. Y sí, lo he encontrado. Se trata de una sopa de fideos con mejillones que me encantaba cuando la cocinaba. Es muy sencilla, rápida y sabrosa. Si mal no recuerdo, habitualmente la elaboraba en días festivos y como algo excepcional. Y francamente, así la recibía yo. Curiosamente, ahora me percato que también es domingo.

Ingredientes para 6 personas: 400 gramos de fideos, un kilo y medio de mejillones, 1 litro de caldo de pescado, una lata pequeña de tomate frito, una cebolla mediana, 2 dientes de ajo, aceite de oliva virgen extra y sal.

Elaboración: Limpiar los mejillones y abrirlos en una cazuela con un poco de agua. Separar la carne de la concha, reservar y colar el caldo. En una cazuela con un poco de aceite, sofreír la cebolla y los dientes de ajo, cortado todo muy fino. Cuando la cebolla comience a coger color, incorporar el tomate frito y rehogar durante un par de minutos. A continuación, añadir el caldo de pescado. En el momento de empezar a hervir, introducir los fideos y sazonar. Cuando los fideos estén casi listos, incorporar el caldo que se había reservado de los mejillones, remover e incorporar los mejillones. Cocinar un par de minutos removiendo continuamente y dejar reposar unos cinco minutos. Servir caliente. 




01549 Paisajes Escritos (2)

 EN LA ORILLA


En la orilla. Escuchando el agua como historia de un legado. Ríos vivos que vienen de nacer en puertos ásperos.

Óleo sobre lienzo de Fernando Herce.
Texto de Antonio Herce
Exposición: Paisajes Escritos. Huesca, junio de 2015

01548 Por Castigo

 ¡AY, LOS HELADOS!


Me encantan los helados. Aunque tengo mis preferencias, me gustan de cualquier sabor. Me da lo mismo que haga frío o calor, que llueva o que luzca el sol. Nunca digo no a un helado. En tarrina, cucurucho, de palo, de bola o plano.

Creo que ya es suficiente para dejar claro que me chiflan los helados. Pero bueno, una cosa es que me gusten a rabiar y otra, que los consuma a diario. Lo haría si no fuese por ese Pepito Grillo que acostumbramos a tener al lado. Es él quien me tiene controlado. Tanto, que pueden pasar semanas y yo, sin catarlos.

Llevo últimamente tal abstinencia, tal control a mi afición sin pecado, que para más castigo, he mirado al cielo y me ha parecido ver un frío helado blanco.


01547 Los Guisos de Patatas

 CÁLIDOS Y SABROSOS


He salido, como todas las mañanas, a desayunar a la terraza. Bueno, lo de desayunar es una forma de hablar. Lo correcto sería decir que, como todas las mañanas, me he tomado en la terraza un café americano a modo de desayuno. No apetecía mucho estar a la intemperie, pero fumar es lo que tiene. 

Se ha levantado viento. Un viento del norte que hace poco grata la estancia en la terraza. El cielo está completamente cubierto y muy gris. Excesivamente gris para mi gusto. Con este primer y solitario café aprovecho para organizar mi destartalada cabeza. Lejos de conseguirlo, en ocasiones hasta la desordeno más si cabe. Hoy ha sido de los días en los que mejor dejar las cosas como están. Así, que me he puesto a pensar en qué hacer para comer.

El día con el que hemos amanecido me ha puesto sobre la pista. El primer plato tiene que ser de cuchara y recogimiento. Y sin saber el motivo, la cabeza y sus recuerdos lo sabrán, me he acordado de un guiso de patatas con pimientos que hacía mi madre y que, en su más tierna humildad, me parecía una maravilla. No me lo he pensado dos veces. He retomado la libreta donde fui recogiendo sus recetas, sin saber a ciencia cierta si estaría el mencionado guiso. Y sí, estaba. De cualquier manera, me acuerdo perfectamente de su cocinado simple y sencillo.

Me he puesto manos a la obra y sin darme cuenta se me ha pasado la mañana con la cabeza ocupada y distraída. Hasta el día, que sigue estando igual de gris, me parece más luminoso. En cuanto al guiso, la primera vez que lo cocino desde que mi madre falleciera, y de esto hace ya veinticinco años, está tal y como lo recordaba: cálido y sabroso.

Ingredientes para 4 personas: 6 patatas, 3 pimientos verdes, 1 cebolla, 1 pastilla de caldo de carne concentrado, aceite de oliva, sal y agua.

Elaboración: Pelar y trocear la cebolla. Limpiar los pimientos, quitarles las semillas y cortar a tiras. Poner un chorrito de aceite de oliva en una olla y rehogar la cebolla y los pimientos. Pelar y chascar las patatas (ayudados de un cuchillo, arrancar los trozos de patata, de manera que no quede un corte limpio, sino lo más irregular posible). Cuando  la cebolla comience a dorarse, añadir las patatas, el agua, de tal manera que cubra las patatas, y la pastilla de caldo de carne concentrado. Cocinar con el fuego medio/alto hasta que las patatas estén tiernas. Comprobar el punto de sal. Servir caliente.


01546 Misión Imposible

 ASOMBRO Y BELLEZA


Un día me dispuse a contar árboles, pero la belleza del bosque me distrajo del cometido. Después de un largo tiempo de asombro y bienestar, decidí dejarlo para otra ocasión. Quizás, cuando la belleza se retire para acicalarse.


01545 Las Croquetas de Morcilla

ORIGINALES Y SORPRENDENTES



Las croquetas con sus, para mí, nuevos sabores, me persiguen. No hace mucho me deleité por primera vez con unas deliciosas croquetas de chipirones (ver entrada de este blog 01510) y más recientemente, con unas de morcilla. Y además, para cenar. ¡Una auténtica pasada!

La culpable, mi hermana Gemma. Fui a pasar un fin de semana a su casa y me recibió con esta sorpresa. Siempre trata de sorprenderme con su buen hacer en la cocina. El resultado acostumbra a ser de sobresaliente y en esta ocasión, con las croquetas de morcilla, siguió manteniendo el listón muy alto.

Resultaron ser unas croquetas, además de muy bien ejecutadas, crujientes y sabrosas, originales y bien distintas. La primera que probé me sorprendió sobremanera. Evidentemente sabía a morcilla de la que se come por estas tierras aragonesas, -habitualmente hechas de arroz, sangre de cerdo, piñones, sal y especias, aunque estas no llevaban piñones-, pero tenían un dulzor y una suavidad especial, que pronto distinguí en mi paladar: manzana. No sé cuántas llegaría a tomar. Muchas. Y cada vez me parecían más deliciosas. Tan entusiasmado estaba con la croqueta que hasta se me olvidó hacerles una fotografía para traerlas hasta este caleidoscopio vital. De hecho, las imágenes que ilustran esta entrada son las que pude hacer al día siguiente a las cuatro que quedaron y que sacó Gemma a modo de aperitivo,  y que si me descuido, ni a estas pobres inmortalizo. 

Evidentemente, le pedí a mi hermana la receta, pues a no mucho tardar me haré con unas morcillas y las "encroquetaré". Faltaría más. 

Ingredientes: 350 gramos de morcilla, 2 manzanas, un par de cucharadas de postre de azúcar, sal, aceite de oliva virgen extra y bechamel, según se tenga por costumbre cocinarla.

Elaboración: Desembuchar la morcilla y desmenuzar su interior. Pelar, descorazonar y cortar las manzanas en dados pequeños. En una sartén con un poco de aceite, saltear la morcilla y añadirle un poco de sal. Añadir a continuación los dados de manzana, mezclar bien y rehogar durante un par de minutos. Añadir el azúcar, volver a mezclar y rehogar otro par de minutos. Retirar del fuego y reservar. Elaborar una bechamel cremosa. Cuando la leche de la bechamel comience a calentarse, incorporar la mezcla de morcilla y manzana que habíamos reservado. Remover de forma constante durante todo el proceso para evitar y hasta conseguir una bechamel fina y cremosa. Retirar del fuego y dejar enfriar a temperatura ambiente. Una vez la masa fría, introducir en el frigorífico un par de horas. Dar forma de croquetas a la masa, pasar por huevo y harina, y freír en aceite muy caliente.  





01544 Antes y Después

 FASCINANTE


Entre el antes y el después hay momentos de expectación, dedicación, interrogación, ilusión, animación, ensoñación, intención... para un final, sencillamente fascinante.


01543 El Poto

 UN TODO TERRENO


Esta planta me ha acompañado, salvo en pequeños lapsus de tiempo, toda mi vida. Ya no solo en las distintas casas en las que he vivido, sino también en mis lugares de trabajo. Ha sobrevivido a traslados y a algún que otro descuido. He tenido potos hermosos y también raquíticos, pero su sola presencia siempre me ha alegrado los días.

Que recuerde, los he tenido en maceteros de macramé, en la cocina, buscando su vida trepadora en una alacena del comedor, en una estantería e incluso en el baño. Menos en el dormitorio, creo que ha ocupado todas las estancias de la casa. Y es que se trata de una planta de lo más resistente y de las más fáciles de cuidar y mantener. Anda que no le he hecho perrerías a la pobre. Es lo que tiene ser una planta nada complicada. Se conforma con poco: luz, temperaturas sin excesos y humedad. Si será agradecida, que durante muchos años se conformó con vivir en el despacho de casa en una taza con agua hasta que su raíz ya no tuvo más espacio. Fue entonces cuando la trasplanté a una maceta y aquí sigue conmigo como una campeona.

Sí, me gustan los potos. Me alegra su presencia y sobre todo, le agradezco que no de problemas.

 






01542 Dale Limosna...

 FRANCISCO DE ICAZA


“Dale limosna, mujer,

que no hay en la vida nada

como la pena de ser

ciego en Granada.

La primera vez que leí estos cuatro versos adosados a un muro en la Alhambra de Granada, me produjeron tanta ternura y emoción, que hasta conseguí aprendérmelos de memoria. De esto hace medio siglo, en un viaje de estudios de cuando cursaba bachillerato. Una de mis muchas asignaturas pendientes es la memoria, tal y como ya he dejado escrito en varios momentos de este caleidoscopio vital. Pero en aquella ocasión, a base de repetir y repetir el bello poema, quedó grabado en mi mente para siempre.

Hace un par de años volví a la hermosa e histórica ciudad de Granada y pude observar que el poema se había convertido en un emblema de la ciudad, a tenor de lo extendida que estaba por la urbe granadina, a través de azulejos y souvenirs. En aquella primera visita me quedé con el poema y las sensaciones que me produjo. Fue en mi segunda y reciente visita cuando me apeé de mi ignorancia y conocer acerca de su procedencia.

El citado poema se encuentra escrito desde 1957 en una placa de piedra adosada al muro exterior de la Torre de la Pólvora, en el extremo Oeste del Jardín de los Adarves, al sur de la Alcazaba de la Alhambra. Su autor es el poeta mexicano Francisco de Icaza (México 1863/Madrid 1925), un ferviente apasionado de la literatura española, además de crítico literario, historiador, poeta y diplomático. En 1895 contrajo matrimonio con “la joven y adinerada española Beatriz de León y Loynaz, a la que casi doblaba en edad. Su esposa, aunque había nacido en La Habana se crio en Granada.

El poeta era un enamorado de la ciudad de Granada. La visitó por primera vez con veinte años y volvió en su viaje de novios con su esposa Beatriz. Se cuenta que, durante un paseo de la pareja por la Alhambra, un ciego tendió la mano para pedir una limosna. Fue en ese momento cuando surgieron los populares versos que más tarde, en 1922, publicaría con el título de “Para el pobrecito ciego”.

En marzo de 2023, el Ayuntamiento de Granada entregaba a los descendientes del poeta, a través de su alcalde y con la unanimidad de la corporación municipal, el nombramiento a título póstumo de Hijo Adoptivo de la ciudad. 


01541 Los Boletus Edulis

 EL REY DE LOS HONGOS


Hoy toca seguir archivando fotografías. He abierto un archivo que contiene imágenes solitarias y que en su día guardé movido por algún sentimiento o porque sencillamente albergaban un significado especial para mí. Es el caso de esta atractiva y sugerente abarca de boletus edulis. La imagen me la remitió vía wasap mi hermano Antonio en respuesta a otra que le envié y que recogía una cesta llena de trompetillas amarillas. Hablamos, por lo que puedo ver en la información recogida en la fotografía, del 31 de octubre de 2014. Y ahora que lo pienso, desde entonces no he vuelto a ir al monte a coger setas. No tengo con quien ir y solo no me seduce.

En mi vida solo he cogido un boletus y ni siquiera me lo pude llevar a casa para disfrutar de su sabor. Lo recolecté en Aínsa, en la Peña Montañesa, hace un porrón de años, como participante en una salida micológica organiza. Cuando lo tuve delante de mí, no cabía de gozo. Era mi primer boletus edulis. Toda una proeza para mí. Pero poco dura la alegría en casa de los pobres. Apenas pude olerlo, cuando me fue arrebatado de las manos por el guía asignado a nuestro grupo. Sin gratitud alguna, me dijo que lo recogía él para incluirlo en la exposición micológica que se montaba al día siguiente. El caso es que nunca más volví a ver ese boletus, ni siquiera en la exposición mencionada. ¡Porca miseria!

En el plato, este rey de los hongos, lo he visto más veces. Tampoco muchas, pero las suficientes como para testificar que se trata de un más que delicioso bocado. La primera vez que probé un boletus me fue ofrecido, como no podía ser de otra manera, por mi hermano Antonio en Bilbao; en finas lonchas a la plancha, con unas gotas de aceite y unas escamas de sal. Me pareció un manjar. Con posterioridad, fue otro Antonio, Arazo, un reconocido maestro de la cocina oscense y amante de la micología, quien me dio a probar, además de enseñarme a elaborar, una crema de boletus. ¡Espectacular! La última vez que tuve contacto con el inconfundible sabor de este hongo fue en modo croqueta. ¡Delicioso! Ya me gustaría haber tenido más relación con este gran manjar otoñal, pero como dice una gran amiga, ¡esto es lo que hay!

Comparto a continuación la receta de la crema de boletus que en su día me facilitó mi amigo Antonio Arazo, y que cuando he tenido oportunidad, he puesto en práctica. Sencilla y brutalmente sabrosa.

Ingredientes: ½ kilo de boletus edulis, 1 puerro, 200 ml de nata, ½ litro de caldo de verduras o de pollo, pimienta negra molida, aceite de oliva virgen extra, una cucharadita de mantequilla y sal.

Elaboración: Limpiar y trocear el puerro. Sofreír con una cucharadita de mantequilla hasta que se dore. Sazonar y reservar. Limpiar los boletus con un paño húmedo y cortarlos en dados. En una sartén con muy poco aceite dorar los dados de boletus. Reservar. Mezclar el puerro y los boletus, y volver a sofreír a fuego medio, removiendo continuamente hasta que los hongos suelten el agua. Cubrir con el caldo elegido, verduras o pollo, y dejar cocer unos veinte minutos. Añadir un poco de pimienta negra molida y un poco de sal. Pasar por la batidora para obtener una crema. Incorporar la nata líquida y mezclar bien. Servir caliente.


01540 Recuerdo de Nápoles

 CORNICELLO


No acostumbro a comprar recuerdos de las ciudades que visito. Me es suficiente con las imágenes fotográficas que capturo o con aquello que seleccione mi memoria. Esto no quita para que, en contadas ocasiones, por algún motivo, regrese a casa con un popular referente del lugar visitado. Por ejemplo, cuando visité con mi familia la ciudad italiana de Nápoles. Curiosa población que, por supuesto, en otro momento engrosará este caleidoscopio vital.

El caso es que, en nuestros habituales paseos diarios por la bulliciosa, personal y variopinta Nápoles, algo nos llamó poderosamente la atención y que no teníamos del todo controlado en nuestra información previa a su visita. Fuese donde fuese allí que los encontrabas. En joyerías, tiendas de souvenirs, quioscos, en pequeñas tiendas en las que había de todo un poco, en bazares… difícilmente pasaban desapercibidos la cantidad de cuernos y rojas guindillas que se ofrecían a la venta, con mejor o peor manufactura. Algo habíamos leído al respecto, pero no imaginábamos que fuese tan profuso. Tanto es así, que acabamos comprando, yo que sé cuántos cuernos, para regalar a nuestros familiares más allegados al regreso del viaje. Porque, según la tradición napolitana, el famoso cuerno tiene que ser regalado para que surta efecto su carácter mágico. De hecho, nosotros nos los fuimos regalando unos a otros con el objeto de ser fieles a la tradición napolitana.

Tal y como pude informarme, el “cornicello”, en dialecto napolitano, o “curniciello”, también llamado cuerno de la fortuna, es un objeto de carácter mágico y místico que contiene una larga historia, y en Nápoles se usa para defenderse de la mala fortuna, el mal de ojo y las influencias negativas.

Según la web italian-traditions.com, “Su origen se remonta, al menos, a hace 3500 años, durante el Neolítico, cuando se ponía fuera de la puerta un objeto con forma de cuerno para garantizar la fertilidad y el bienestar. El cuerno recordaba la fuerza de los animales y sabemos que la riqueza y el bienestar de una familia se medían según el número de animales y los recursos alimenticios y agrícolas. Además, la grandeza del cuerno era un elemento indispensable: cuanto más grandes más fuerza representaban, por lo que se convirtió en un elemento esencial de los guerreros. Sin embargo, hay que decir que el cuerno tiene la forma de un pimiento `picante o chile. Esta forma, junto con la del cuerno, tiene especiales referencias sexuales: el chile tiene propiedades afrodisíacas y recuerda al culto del dios greco romano Príapo. Es una representación fálica de color rojo relacionada con el culto de la fertilidad. Además, se puede ver en muchas casas de Pompeya y Herculano sobre las paredes. Príapo además de ser el dios de la fertilidad, era el protector de las tumbas y defendía a los mortales del mal de ojo. Por lo que esta antigua tradición, que en Nápoles tiene su máxima expresión, pasa a través del culto de Príapo, divinidad venerada en la que siglos ha fue llamada Parténope y después Neapolis”.

Con el paso de los siglos, este elemento se convirtió en uso cotidiano bajo la forma de amuletos que representaban pequeños cuernos y que posteriormente se convirtieron en joyas hechas con materiales preciosos. La tradición dice que el cuerno, para que traiga suerte, tiene que cumplir con una serie de requisitos: ser rígido, estar vacío, con forma sinusoidal y en punta. Además, tiene que ser artesanal y ser regalado.

Aunque ya todos teníamos nuestro pequeño cuerno rojo regalado, el último día de estancia en Nápoles, aún adquirimos una ristra de ajos y guindillas rojas para colgarla en la cocina de casa. No sé si no defiende de la mala fortuna, el mal de ojo o las influencias negativas. Solo sé que la veo cada día varias veces, las mismas que recuerdo con cariño y con ganas de volver a la ciudad de Nápoles.

 

 






01539 Dadme Tiempo

Y UNA HIGUERA


Dadme tiempo y una higuera para fabricar una historia de años vividos entre el cielo y la tierra, entre luces y sombras, entre el silencio de los días anónimos y sin ruido.


01538 Una Noche de Agosto

 IRRELEVANTE


Esa calurosa noche de agosto,

como tantos agostos y tantas noches,

me dispuse a ordenar mis adentros.

No sé en qué punto me quedé.

Lo único que recuerdo de aquella noche

fue una blanca luna

custodiada por verde albahaca.

No recuerdo nada más.

                                                                                    El resto sería irrelevante. 






01537 Un Cumpleaños sin Velas

 Y SIN TARTA


El día que cumplí 57 años no tuve velas que soplar, pero sí un motivo más de felicidad. Ese día no tenía ganas de nada. Recientemente, mi vida laboral había sido truncada y por más que intentaba sobreponerme, no había forma. Fueron meses difíciles. Días de nebulosas y altibajos.

Conforme se acercaba mi cumpleaños, anuncié que no quería hacer nada. Ni comida especial, ni tarta, ni velas, ni regalos... Quería que fuese un día como otro cualquiera. Reconozco que convivir conmigo por aquella época era un poco insoportable y descorazonador. Efectivamente, la comida fue de batalla de diario.

Por la tarde salí a la calle para estirar las piernas. En mi caminar sin rumbo me encontré con dos amigos, de los pocos que me quedaron tras mi nueva e indeseada situación en la que aprendí que,  mientras estás eres y cuando ya no estás, dejas de ser. Nos sentamos a tomar una cerveza en un velador. No recuerdo de qué hablamos, pero me lo puedo imaginar. A la hora de pagar las consumiciones, las aboné yo, desvelando que era mi 57 cumpleaños. Recibí de mis amigos las oportunas felicitaciones y antes de la despedida, uno de mis amigos, me imagino que empujado a la vista de mi deterioro físico y psíquico, me indicó que habían abierto un nuevo restaurante, que estaba muy bien, y que si me apetecía, podríamos quedar a cenar al día siguiente para celebrar mi cumpleaños con ellos y mi familia. Contra todo pronóstico, acepté la propuesta con la condición de que quien invitara fuese yo.

Cuando llegué a casa informé sobre mi encuentro. Esa noche, no hubo tarta ni velas, aunque acogí con agrado un aperitivo que habían preparado Gloria y las niñas. 

Al día siguiente, fuimos a cenar al restaurante recomendado por mi amigo y en el que, él mismo había realizado la reserva. Recuerdo que cenamos muy bien y que la velada fue muy gratificante en todos los sentidos. Me encontré a gusto, cómodo y alejado de mis preocupaciones. No sé de qué hablamos durante la cena. Si que recuerdo, que nos reímos mucho. Supongo que en ese momento es lo que necesitaba. Llegaron los postres y con ellos, un brindis con cava. Uno de mis amigos hizo observar que faltaban la tarta y las velas. Nada se podía hacer ya al respecto. De repente, mi hija Jara, que acababa de tomarse su postre favorito, un brownie de chocolate, apartó vasos y copas del centro de la mesa, y colocó un plato en el que sobre los restos de chocolate del dulce postre había escrito "Felicidades". Jara no dijo nada. Solo me miró y con un gesto seductor, desde sus catorce años, me invitó a soplar unas imaginarias velas sustentadas por una también imaginaria tarta de chocolate.

Esa noche, no recuerdo con exactitud qué cenamos, ni de qué hablamos. Lo que nunca olvidaré son los esfuerzos de mi familia y de algunos amigos, pocos, por verme de nuevo feliz. Han pasado ya diez años. 



01536 Siete Euros

 COVA DE ONÇA, CAMINHA, PORTUGAL


Una ensalada de tomate, lechuga, cebolla y zanahoria, bien aliñada, arroz blanco especiado, unas patatas tipo panadera, abundante pollo empanado, un botellín de cerveza de tercio, postre y café. Todo por siete euros, impuestos incluidos. Fue lo que comí recientemente en Portugal, en el restaurante Cova de Onça, en la bella localidad de Caminha, en el distrito de Viana do Castello. 

Cuando con Gloria viajamos a Galicia o Huelva, lugares de referencia de nuestras vidas, nos gusta visitar la vecina Portugal. Nos encanta el país lusitano. Nos resulta siempre muy agradable su visita. 

En nuestro último viaje a Galicia reservamos una jornada para seguir conociendo parajes y poblaciones. Fuimos sin destino prefijado. Pararíamos en algún lugar, todavía no conocido por nosotros, y que a simple vista nos "enganchara". Y así fue como, después de descartar a nuestro paso varios lugares, decidimos detenernos en Caminha, sin conocer dato alguna de la localidad. Simplemente, nos pareció agradable al llegar. En otro momento, traeré aquí esta población, pues me pareció una delicia de villa, digna de formar parte de este blog. El caso es que recorrimos su casco antiguo, nos asomamos a la desembocadura del río Miño y paseamos por un mercadillo acompañados de un molesto viento hasta que se hizo la hora de comer. 

Volvimos sobre nuestros pasos para llegar a la plaza de la villa donde habíamos visto con anterioridad varios restaurantes que disponían de terraza. Mientras Gloria indagaba los menús, yo me desplacé hasta una esquina de la transitada glorieta para tomar una fotografía general del espacio. Fue entonces cuando, en una calle que confluye a la plaza, vi una fila de gente esperando turno para entrar en un restaurante. Llamé a Gloria y le comuniqué lo observado. Acudió al lugar, y sin saber nada más, nos pusimos también en la fila. Pensamos en ese momento que, si había tanta gente esperando para comer, no tenía que ser mal lugar. En la espera para entrar al establecimiento hostelero, próximo a él, me percaté de la existencia de un caballete donde se escribía el menú. Me planté delante de él, leí y regresé a la fila. Le dije a Gloria que no me había enterado de nada, salvo que el menú costaba 7 euros. Un matrimonio que estaba detrás de nosotros, él riojano y ella nacida en la localidad oscense de Sariñena, según nos informaron con posterioridad, y que escucharon mis últimas palabras, nos comunicaron que ellos habían comido aquí hacía dos días y que salieron más que satisfechos. Efectivamente, el menú costaba 7 euros, incluida la bebida. En concreto, ellos habían comido empanado, aunque también había para elegir pescado o ternera. Había otra posibilidad que era bacalao al horno, al precio de 28 euros, y que podían comer, por la cantidad que servían, hasta tres, incluso cuatro comensales.

Sin mucho esperar, fuimos requeridos para sentarnos en torno a una mesa. "El establecimiento tiene el aspecto de una antigua casa de comidas, rústico y sobrio. No es excesivamente grande, pero capaz de albergar a medio centenar de comensales a la vez". Es lo que escribí en mi libreta de viaje, mientras esperábamos ser atendidos. Es todo lo que pude llegar a escribir, pues fue pedir sendos platos de pollo empanado y a los tres minutos, los teníamos frente a nosotros. No sé si habría más personal en el servicio de mesas, pero solo pudimos ver a una joven que era todo nervio. Era ella la que pedía la comanda, la servía, cobraba, limpiaba la mesa y salía a la puerta de la calle para dar paso a nuevos clientes. Tal y como apunté en mi libreta: "...un trajín de señora". Salimos encantados de este restaurante al que no descarto volver para comer su afamado bacalao.

Después de comer nos sentamos a tomar un café en la terraza de uno de los bares de la plaza. Y reflexioné sobre lo vivido en la última hora y media. Pensé lo que tantas veces he meditado. Me imaginé, a tenor del local, del tipo de comida que aquí se ofrece y de los precios, que en el imaginario de sus propietarios no está el hacerse ricos trabajando, sino simple y llanamente, trabajar. Imaginé también que lo de triunfar y ser laureados, tampoco estaba en su hoja de ruta. Poder abrir la puerta cada día y que entren clientes y salgan por la puerta satisfechos, es el mejor premio. En definitiva, vivir sin abusos ni atropellos. Como se hacía hace algunas décadas. Disponer de un negocio para poder vivir de él toda la vida y a ser posible, que las nuevas generaciones tomen el testigo. Muy lejos de la práctica habitual que vivimos en nuestros días. Nada, cosas mías. 




01535 Paisajes Escritos (1)

 LLANTOS CRISTALINOS


Aguas glaciares, llantos cristalinos que mansean con la edad al apoyarse en gleras y bosques amigos. Testigos de su vida, abrazados a su lecho. 

Óleo sobre lienzo de Fernando Herce.
Texto de Antonio Herce
Exposición: Paisajes Escritos. Huesca, junio de 2015


01534 Los Estofados

 DE TODA LA VIDA


Hoy ha amanecido el día con el cielo cubierto, muy cubierto. No sé si al final se mojarán las calles. Lo que sí es cierto, es que me he levantado arrastrando las zapatillas. Algo tendré que hacer para vencer la pesadumbre asentada en mi cabeza. En estos casos, me lo dice la experiencia, lo mejor es meterme en la cocina para distraerme entre cacharros y fuegos. Lo que me sobra es tiempo, así que no importa la dedicación empleada en tal menester. Opciones, varias. Finalmente, me decanto por un guiso. Me apetece cocinar, como popularmente se dice, un guiso de los de toda la vida, de los de siempre, cocinado sin prisa, a fuego lento, de los que tanto me gustan, de los que dejan un grato olor en la cocina y rememora recuerdos de la infancia. Todo lo dicho se traduce en un buen estofado de ternera. No puede ser más sencillo y resultón: carne condimentada con aceite, vino, ajo, cebolla, zanahoria, pimienta y laurel. Olla tapada y cocer a fuego lento.

Estofar viene de antiguo, de cuando se echaba a los pucheros todo lo que se encontraba y se dejaba cocer a la lumbre durante horas. Es muy similar a otras formas de cocer, salvo que, en esta ocasión, ha de cocerse a fuego lento y tapado para que los sabores no se pierdan y se entremezclen armoniosamente.

Ingredientes: 1 kilo de carne de ternera para guisar, ½ litro de caldo de carne, un vaso de vino tinto, un par de cebollas, otro par de zanahorias, dos dientes de ajo, una hoja de laurel, sal, pimienta y aceite de oliva virgen extra.

Elaboración: Salpimentar la carne, enharinarla y marcarla con un poco de aceite en la misma olla en la que se vaya a cocinar el guiso. Reservar. Cortar en rodajas las zanahorias, picar las cebollas, pelar los dientes de ajo, y rehogar con un poco de aceite, junto a una hoja de laurel, con el fuego medio y la olla tapada. Cuando las verduras empiecen a reblandecerse, incorporar la carne. Remover e incorporar el vaso de vino tinto. Cocinar durante un par o tres de minutos. Transcurrido este tiempo, añadir el caldo de carne, que cubra bien el guiso. Tapar la olla y dejar guisar a fuego medio/bajo. Remover de vez en cuando. Dejar cocinar durante unos noventa minutos o hasta que observemos que la carne está tierna. Servir caliente.


01533 Puede Que Fuese un Sueño

 SOÑAR PARA VIVIR


Puede que fuese un sueño. Últimamente, el sueño es lo que me salva. Pero vi como al paso de la luna llena, llena de encanto y belleza, una flor estiró su tallo para ganar altura y no perderse el tránsito de la luna llena, llena de embrujo y de luz.

Puede que fuese un sueño. Necesito soñar para vivir. Un sueño de embrujo, encanto, luz y belleza en una noche de luna llena en la que una flor estiró su tallo para soñar.


01532 Los Cachopos del Restaurante Urumea

 UNA FIESTA GASTRONÓMICA


En una reciente visita en familia a Madrid tomé mi segundo cachopo. Sí, aunque parezca mentira, a tenor de lo que todavía disfruto comiendo, fue mi segundo cachopo. El primero se lo debo a mi hermana Gemma que, en noviembre de 2022, enterada de que todavía no lo había probado, en una comida en su casa me sorprendió con semejante manjar. (Ver entrada 01200)

El caso es que, en ese viaje a la capital de España, una de las comidas programadas tenía como objetivo comer cachopo, pero no en un lugar cualquiera, sino en el restaurante Urumea, afamado por sus cachopos de un metro. Y para allí que nos fuimos, previa reserva de mesa. Ya la entrada al establecimiento hostelero prometía que algo rico iba a suceder con la visión de unos tomates espectaculares y que posteriormente pude averiguar que era de procedencia navarra.

Sentados a la mesa y hechas las pesquisas a la carta, teníamos claro qué íbamos a comer: tomate con ventresca, un cachopo de metro y unos trozos de tarta casera. Apostamos fuerte. No tardó mucho en atendernos el maître y enterado de nuestras intenciones, con una pícara sonrisa, nos hizo saber sin mentar palabra alguna que quizás nos estábamos equivocando en la comanda elegida. Intuido lo cual, le pregunté si lo que queríamos comer era mucho para tres. Volvió a sonreír, señalando con la mirada una mesa próxima en la que ocho fornidos y jóvenes comensales no habían podido acabar con dos metros de cachopo y solicitaban unos recipientes para llevarse los restos a casa.

Así las cosas, el gentil maître nos propuso que pidiéramos, además del tomate con ventresca, dos “cachopos más pequeños”. Haciéndole caso, nos decantamos finalmente por el cachopo tradicional de jamón ibérico y tres quesos asturianos, y otro de cecina, queso de cabra y cebolla caramelizada. El tomate con ventresca, un plato delicioso; los cachopos, una pasada de buenos; y los postres, un buen colofón para el fin de fiesta gastronómico.

En cuanto a los cachopos, tampoco soy un experto, pues como he mencionado fueron mis segundos, me parecieron tiernos, muy, muy sabrosos, con un empanado sobresaliente, y difíciles de olvidar. Por supuesto, no pudimos acabar con ellos y pedimos que nos los pusieran, por favor, para llevar. Todo, no excedió de 100 euros. Ese día, en Madrid, cenamos fruta. No nos entraba en el cuerpo otra cosa.

No es habitual que en este caleidoscopio vital cite marcas comerciales ni establecimientos hosteleros, salvo que dejen en mí un poso muy especial. Un fondo que no solo valora, en este caso, lo comido, queda claro que me encantó, sino la atención, simpatía y profesionalidad de todo el personal que, desde que entras por la puerta del restaurante hasta que te despides, no te deja indiferente. Hacía mucho tiempo que no veía tanta sonrisa y atención reunidas. Algo digno de destacar y de traer hasta estas diez mil cosas que me gustan.

Ya en la calle, mientras esperábamos al taxi para que nos regresara al hotel, me interesé por el restaurante que se ubica en la calle de Cochabamba, número 7, en el madrileño barrio de Hispanoamérica del distrito de Chamartín, cerca del Santiago Bernabeu, del Paseo de la Castellana y del Auditorio. La decoración del restaurante es de estilo rústico. Cuenta con tres salones diferenciados en tonos arcilla y madera, con capacidad para 80 comensales, y que mantiene el aire de las antiguas casas de comida que en un tiempo poblaron todos los rincones de Madrid.

Me llamó la atención la historia de quien regenta el establecimiento. Su nombre, Tito. Un asturiano que llegó a Madrid en 1992 para trabajar en hostelería. Leí que un amigo suyo le recomendó para trabajar en un restaurante en el Paseo de la Habana, por nombre Urumea. Su carrera como hostelero no comenzaría en este establecimiento, sino en otro restaurante en el Mercado de la Cebada y, qué cosas tiene la vida, también se llamaba Urumea. Tras nueve meses de aprendizaje en el oficio, volvió al primer Urumea. En 2016, Tito apostó por el emprendimiento y montó su propio restaurante al que llamó, como no podía ser de otra forma, Urumea. Ofrecía comida asturiana, pero la pandemia le “hizo reinventarse”. Su clientela habitual dejó de acudir y había que seguir pagando sueldos, impuestos y proveedores. Fue entonces cuando ideó el cachopo de un metro para la gente joven. Tito dio en la diana.

Aunque el cachopo parece haberse convertido en bandera del Urumea, no descuidar sus otras propuestas como las morcillas, sus variadas croquetas, puerros confitados, la merluza a la sidra con almejas, el bacalao, el chuletón asturiano o la falda de ternera estilo Urumea, por citar algunas. Pero esto es otra historia. 







01531 Ilusionada y Paciente Espera

 EN EL DEVENIR DE LOS DÍAS


No son de exposición, ni optan a galardón alguno. Como tantas otras cosas en el devenir de los días, que no es otra cosa que la vida, son solo producto de la satisfacción y de la ilusionada y paciente espera.


01530 Comer Sardinas a la Brasa

 EN UN CHIRINGUITO DE PLAYA


El olor a sardinas a la brasa me atrapa. Es algo superior a mis fuerzas. Y como fanático que soy de los aromas y olores, este es uno de los que hasta me hace sentir bien. Digamos que son como mi flautista de Hamelin. Aunque no esté previsto en mi agenda, como por un casual, me tope con su olor, rara vez no sucumbo a la dicha de sentarme ante un plato de ellas. Además de su olor, supongo que tiene que ver mucho con la cantidad de recuerdos, felices recuerdos, que me traen su sola presencia.

No hace mucho, he tardado 67 años, añadí un plus a este pequeño/gran placer: comer sardinas a la brasa en un chiringuito de playa. Me pareció el colmo de la ventura. En realidad, nos dejamos caer con Gloria por el chiringuito, que algún día traeré a este caleidoscopio vital, atraídos por las sensoriales puestas de sol que desde este lugar se podían disfrutar, según pudimos leer y como posteriormente certificamos. El caso es que la idea era picar alguna cosa y recrearnos con los ocasos. Pero fue llegar, sentarnos a una mesa y oler a sardinas a la brasa, que todo cambió. Nos miramos con Gloria, a la que le encantan más que a mí las sardinas, y nos lo dijimos todo. A los pocos minutos estábamos "chupándonos los dedos" con unas sardinas. 

Mientras me recreaba con ellas, pensé que la sardina sabe distinta cuando el plato se ubica en un lugar desde el que se puede ver el mar, oler el salitre y contemplar fabulosos atardeceres. Será difícil olvidar estas sardinas, en un momento de mi vida, en el que cualquier atisbo de felicidad, lo recojo y guardo en mi memoria como un tesoro.

Sí, me fascinó comer unas sardinas a la brasa en un chiringuito de playa, mientras el sol se escondía en el horizonte, dejando en el cielo un sinfín de caprichosas, sugerentes y bellas imágenes de despedida.