UN VIAJE A LA ÉPOCA MEDIEVAL
Esta localidad, situada en la costa noroeste de la isla de
Cerdeña, la he visitado en dos ocasiones. La primera vez fue en un visto y no
visto. Acababa de llegar con la familia después de 14 horas de navegación y
todavía nos quedaba un trecho para llegar en coche a nuestro destino. Dimos un
rápido paseo por las calles céntricas, por el entorno de sus murallas que miran
al mar, comimos, muy bien por cierto y barato, y poco más. Pese a la brevedad
de la visita, me llevé una buena impresión.
Después de siete días de disfrutar de la hermosa isla,
otrora territorio de la Corona de Aragón, en la despedida, apostado a la popa
del barco que nos regresó a casa, mi último pensamiento, mientras se alejaba la
tierra, escribió en mi mente: “Volveré. No sé cuándo, pero volveré”. Fue en la
Semana Santa de 2018.
Cinco años después, en octubre, regresé. En la hoja de ruta
de los días vacacionales en la isla, marqué con mayúsculas la ciudad de Alghero
para dedicarle toda una jornada. Y así lo hice.
El nombre original de la ciudad es L'Alguerium, en
referencia a un alga que se encontraba en la costa. Fundada en el siglo XI por
los genoveses, no pasó de ser un pequeño asentamiento de pescadores. No
obstante, su posición estratégica no tardaría en ser motivo de atracción de
otros pueblos. Así, los pisanos fueron los primeros en llegar y gobernar la
ciudad durante un corto periodo de tiempo. A partir de 1354, colonos catalanes
procedentes en su mayoría del área de Tarragona y del Penedés, traídos por Pedro
IV, repoblaron la ciudad, mientras que la población originaria sarda fue
expulsada o deportada a la cercana Villanova Montelone. A partir de ahí, se remonta
el uso de un dialecto del catalán oriental que todavía perdura. La ciudad
pasaría a manos de los Saboya en 1720. En la década de 1920, Alghero contaba
con diez mil habitantes. La población se redujo considerablemente cuando la
ciudad fue bombardeada en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, por la
aviación estadounidense, dejando, además, grandes daños en su centro histórico.
En la actualidad, el número de habitantes censados ronda los 45.000.
Alghero se ha convertido en un atractivo destino turístico. Caminar por su casco antiguo, como he mencionado, es toda una delicia. Casas de arquitectura tradicional,
murallas medievales, calles estrechas y sus vías empedradas invitan a un paseo
de ensueño. Rodear la ciudad al amparo de la muralla que la protege, me
fascinó. Una muralla que se extiende desde Porta Mare hasta Piazza Sulis y con la
compañía de un mar Mediterráneo de fantasía y aventura.
A modo de resumen diré que la Torre Porta a Terra data del
siglo XIV, mide 23 metros de altura y alberga un museo multimedia que cuenta la
historia de la ciudad. Desde la terraza del segundo piso se puede disfrutar de
una fabulosa vista de 360 grados. La Catedral de Santa María, construida en el
siglo XVI, de estilo gótico catalán, con varias modificaciones. La Iglesia y
Claustro de San Francisco donde se puede observar la gran influencia que la
cultura catalana ejerció sobre la arquitectura de la ciudad. El Museo del
Coral, próximo al puerto, donde conocer uno de los recursos y símbolo de
identidad de la localidad. La Plaza Cívica, junto a Porta a Mare, centro
neurálgico de la ciudad. Y la Vía Príncipe Umberto, jalonada de atractivos
edificios antiguos.
La oferta gastronómica en Alghero, por lo que pude observar,
es muy amplia. Reconocido esto, me incliné, a la hora de comer, por una
focaccia en la Focaccería Milese. Ya me quedé con ganas de probarla en mi viaje
anterior, pero en aquella ocasión estaba cerrada. No me decepcionó para nada la
que llegué a comer a base de “atún, huevo, tomate, lechuga, cebolla y jamón,
con alguna salsa que no llegué a determinar”.
Se me hizo corta la jornada, así, que en la despedida, tal y
como hiciera la primera vez que la visité, no le dije adiós, sino hasta pronto.
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