SENTADO Y EN COMPAÑÍA
Traigo en esta ocasión un doble placer. De una parte, el
alimento. De otra, el momento de tomarlo y disfrutarlo. Juntos, helado y
momento, me parecen un escándalo. ¡Y qué grandes helados he llegado a consumir
y qué enormes momentos me han deparado!
El helado es uno de los grandes protagonistas del verano. Es
bien cierto. Pero no lo es menos, decir
que un buen helado siempre tiene su hueco en cualquier época del año. Hasta en
pleno invierno me siento incapaz de darle una negativa. También tiene
sus momentos precisos. Entiendo que el helado ha dejado de ser un producto de
temporada y que, gracias a los nuevos sabores y a las sorpresivas combinaciones
gastronómicas, nos llega a acompañar durante todo el año.
Mientras escribía hace dos líneas “nuevos sabores”, me han
venido a la cabeza los gustos más curiosos que he llegado a probar y todos han
sido de mi agrado. Por ejemplo, recuerdo en una Feria del Jabalí que se
celebraba en la localidad altoaragonesa de Boltaña, -no sé si sigue existiendo
esta cita ferial-, llegué a probar, gentileza de la empresa Helados Sarrate,
afincada en la localidad oscense de Alcampell, un helado de torteta blanca, (La
torteta es un alimento típico altoaragonés elaborado a base de sangre de
cerdo, pan rallado, harina y manteca. Las tortetas blancas, más dulces,
sustituyen la sangre por manteca de cerdo), que me resultó todo un espectáculo al paladar,
no así a mis acompañantes. En mi caso, hacía mucho tiempo que no probaba la
torteta blanca y cuando la caté en versión helado, se me llenó la boca de
gratos e inolvidables recuerdos. En Asturias, también hace muchos años, llegué
a probar un helado de fabada. Curiosamente, por aquella época había visto en la
televisión un reportaje sobre este helado. Mientras observaba la información
pensé, ¡qué excentricidad! A los pocos meses en un viaje a esa hermosa tierra
tuve la oportunidad de probarlo y me encantó. Estaba muy logrado. Sí, me gustó.
Ya, más cercano a nuestros días, en un reciente viaje a Girona me acerqué hasta
la heladería “Rocambolesc”, fundada por Alejandra Rivas y Jordi Roca, el
reconocido pastelero de Celler de Can Roca. ¡Menudo espectáculo tanto de
presentaciones como de sabores! No sabría reproducir en estos momentos el
contenido del helado que llegué a tomar. Solo sé que estaba delicioso. Y ya no
digo nada de los helados que he llegado a disfrutas en mis viajes a Italia y Cerdeña; son de
otra división.
Como he comentado, tomarme un helado tiene su pequeña
liturgia y su momento. Nunca lo tomo de pie o paseando, al igual que tampoco lo
consumo en solitario. Para que su ingesta sea una dicha plena, tengo que degustarlo
sentado, pausadamente y en compañía. Me da lo mismo que sea en cucurucho, copa
o tarrina; depende del momento elegido. Y en cuanto a los sabores del helado,
me gustan todos. Si bien, tengo especial querencia por los de stracciatella, los
de menta after eight y los de vainilla acompañados con otros tradicionales sabores.
Por cierto, acabo de leer que el de stracciatella es uno de los helados más
consumidos del mundo. El padre de este helado fue Enrico Panattoni a principios
de los años 60 del siglo pasado en su pastelería La Marianna.
También acabo de leer que el origen del helado data de al menos
hace 3.000 años y que fue inventado por los chinos, quienes preparaban una
especie de pasta de leche de arroz mezclada con nieve para su mejor
conservación. Sería, según la tradición, Marco Polo, “después de viajar 20 años
por Oriente”, quien lo introduciría en Italia a finales del siglo XIII. No
obstante, hay historiadores que este dato lo ponen en duda, ya que, en sus
escritos no se habla nada sobre los helados.
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