miércoles, 12 de junio de 2024

01370 El Alfarero

 DE PEPE ALVIRA, MI MAESTRO


Siempre he sido muy proclive a los apegos. Confieso que he tenido, desde joven, una manifiesta tendencia a encariñarme con la gente y por las cosas. Ahora menos. Será la edad, junto a algún que otro traslado domiciliario y después de vaciar de toda una vida alguna casa, que me cuesta ya coger apego a según qué cosas. Y será el cansancio, fruto de un buen número de desengaños, el motivo por el que ahora marco distancias con el personal.

Hoy, después de 41 años, he enmarcado uno de mis más entrañables apegos. En los primeros años de la década de los 80, inicié mi carrera radiofónica en la ya desaparecida y recordada Radio Heraldo de la capital oscense, que dirigía José Antonio Martín Otín, "Petón". Me estrené con un programa vespertino de dos horas de duración al que titulé "Café con hielo". Un espacio muy loco, cercano, entretenido y con el que, bajo el control de mi querido y admirado Manolo Ortas, comencé a gustar de esta profesión. En este programa había un poco de todo: música, entrevistas, reportajes, alguna que otra pasada de freno, siempre amable, y muchos cafés con hielo sobre la mesa del locutorio. Disfruté de este programa lo que nunca llegué a imaginar, máxime cuando por aquellos años, en mi personal hoja de ruta, no estaba escrito que pudiera dedicarme profesionalmente a la radio.

Entre las muchas secciones que fui incorporando al programa, hubo una que me proporcionó no pocas satisfacciones. Se trataba de entrevistas a artesanos y artistas locales. No venían al estudio, sino que el estudio iba a visitarles a su lugar de trabajo y creatividad. Dicho así, parece algo solemne y aparatoso. Pero nada más lejos de la realidad. El estudio era una grabadora de cinta de casete y mi persona. Se realizaba la entrevista y se emitía desde la emisora sin edición previa, con sus ruidos de ambiente, carraspeos, titubeos y posibles errores. Tal cual. ¡Apasionante".

Una de aquellas entrevistas la protagonizó el pintor oscense Pepe Alvira. Por aquellos días, Pepe, acababa de clausurar una de sus exposiciones que, precisamente, estuvo dedicada, a través de sus hermosos óleos, a la artesanía y sus artesanos. Una tarde, acudí a su estudio y le entrevisté. Al finalizar nuestro encuentro, me señaló un lugar donde había varios cuadros apilados y me dijo de forma escueta: "llévate el que quieras". Me acerqué hasta ellos, los visioné detenidamente y aunque me hubiese llevado todos, cogí entre mis manos el de un alfarero en plena creación artesanal. No es que me gustara más que el resto de cuadros, es que se trataba del alfarero de Bandaliés, Julio Albió, al que había entrevistado para este programa recientemente en su taller. Me hizo gracia la coincidencia, además de gustarme la escena pintada.

Ese día, salí del estudio de Pepe pletórico de satisfacción: "Pepe Alvira me había regalado un cuadro". Nunca desde entonces se ha separado de mí, y aún sin enmarcar, el alfarero de Bandaliés siempre ha sido quien ha dado la bienvenida en todas las casas en las que he habitado. Fue mi madre quien marcó esta tendencia. Cuando llegué a casa y le mostré el cuadro, además de pronunciar un sonoro ohhh de sorpresa, no dudó en decir que lo colgara a la entrada de casa. Allí estuvo hasta que comencé mi periplo viajero, allá donde había que ganarse las habichuelas.

En Monzón, todavía soltero, y en un piso compartido, nada más abrir la puerta de entrada a la casa, justo enfrente, éramos recibidos por el alfarero de Pepe. Ya casado, en nuestra primera vivienda, en el hall de entrada, a mano derecha, y colgado en solitario sobre una pared blanca, controló nuestras salidas y entradas durante seis años. Ya en Huesca, en nuestro nuevo destino domiciliario, el alfarero volvió a ubicarse frente a la puerta de entrada. Era lo primero que se veía nada más abrirla. En el segundo traslado de domicilio en la capital oscense, de nuevo sería colgado en la entrada, a mano derecha.

Ahora, en nuestro último, y espero que definitivo traslado, el alfarero de Bandaliés, de Pepe Alvira, ha roto con la tradición. Ya no recibe en la entrada de casa, sino que está con nosotros en el salón y además, luce marco, tal y como se merecía desde hace 41 años. Su presencia hace que me sienta feliz.

En 2004 me decidí aprender a pintar y acudí al taller que imparte Pepe. Pero esto es otra historia, que algún día compartiré. Porque Pepe, mi maestro, la bondad personificada, así se lo merece. 







 














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