DE ORIGEN MEDIEVAL
El último domingo de agosto, se celebra en la localidad altoaragonesa
de Ansó, el Día del Traje Típico Ansotano; declarada Fiesta de Interés Turístico
Nacional. Una jornada en la que la atractiva villa pirenaica se convierte en un
museo viviente y donde sus vecinos recrean costumbres típicas y tareas
cotidianas de otros tiempos, ataviados con sus trajes tradicionales. Unas
vestimentas únicas y centenarias, que según he podido leer, María Mendiara
Navarro y Jorge Puyo, fallecidos en 1986 y 1992, respectivamente, vistieron de
modo habitual a lo largo de sus vidas. En la actualidad su uso se limita a
celebraciones y actos culturales.
El traje ansotano, de origen medieval, es uno de los de
mayor edad y mejor conservados de toda Europa. Si por algo se caracteriza,
además de por su vistosidad, es por sus robustas y coloridas telas, la
infinidad de motivos y detalles decorativos, sus laboriosos peinados y la
amplia diversidad de modelos, uno para cada momento y necesidad del día a día.
Se dice que “la diversidad de trajes nunca estuvo reñida con
la igualdad, que tradicionalmente imperó en la sociedad ansotana. Pobres o
ricos lucían vestimentas similares, únicamente diferenciadas por la calidad de
ciertos tejidos o las joyas con las que se engalanaban las mujeres, es decir,
por aquellos elementos que se importaban del exterior. Por contra, aquellos
otros de elaboración autóctona no sabían de diferencias de clases, y su mayor o
menor vistosidad dependía de la habilidad de quien los confeccionara”.
Durante mi vida profesional siempre me vi obligado a coger
vacaciones en la segunda quincena de agosto. Así, que nunca tuve la oportunidad
de asistir a este gran día que se vive en Ansó. No sería hasta que “me
jubilaron”, cuando sin pensarlo dos veces, el último día de agosto, allí que me
fui. Si ya de por sí esta villa es bella, vivirla con cientos de gentes por sus
calles y participar del colorido y del ambiente festivo con el que se impregna
la localidad, es una delicia. Llegué temprano para no perderme el más mínimo
detalle y abandoné la villa después de comer. Durante mi estancia, pude
comprobar en primera persona cuanto había oído y leído sobre este gran día. Y
no me decepcionó. La villa bullía, y los ansotanos y ansotanas, niños, adultos
y mayores, vestidos con los centenarios trajes no pudieron ser más atentos y
amables. No sé cuántas fotografías llegué a disparar. Apetecía todo. Gestos,
trajes, detalles… Y a la pregunta de si podía hacerles una fotografía, siempre
obtuve un sí, una sonrisa y hasta alguna gentil pose por respuesta.
Pude admirar e incluso tocar, trajes de bautismo, el de periquillo
para la confirmación, el de “pa diario d’os críos”, el de la primera comunión de
las niñas, el de fiesta de “mullé”, el de trabajo para las labores diarias, el
de “saigüelo” de misa de las mujeres, el de novios para la iglesia, de calle y
para después de la ceremonia y hasta el de alcalde, exclusivo para la máxima
autoridad municipal. Y muchos más. También pude recrearme con la escenificación
en distintos lugares de la vida, de algunas costumbres típicas y tareas cotidianas
de la vida en familia. Todo esto en un ir y venir, pues todo me llamaba la
atención y en todos los sitios quería estar. Fue un día inolvidable. En mi
despedida, agradecí a los vecinos de Ansó, el tesón y la dedicación por
mantener vivas sus tradiciones y no dejar que caigan en el olvido. En 2024, si
no estoy en el error, cumplirán su 53 edición, dedicada a la exaltación del
Traje Ansotano.
Muy recomendable, por cierto, la visita al Museo del Traje
de Ansó, ubicado en la ermita de Santa Bárbara, en la calle Santa Bárbara, 2. El museo hace un completo recorrido por las
distintas etapas y transiciones de la vida de los ansotanos a través de su
indumentaria, ligada a su vida cotidiana y, de forma muy relevante, a los
diferentes actos litúrgicos.
Desde este caleidoscopio vital, vaya mi más sincero aplauso.
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