FASCINANTES
Al igual que cuando voy al sur de Portugal me hincho de
hacer fotografías a las puertas de las casas y me quedo embobado con ellas, por
su originalidad y colorido, lo mismo me sucede con las galerías, cuando voy al
norte de España. Me fascinan.
Se me antojan escenarios confortables, acogedores, plenos de
luz. Nunca he vivido en una casa con galería. Bueno falto a la verdad. En una
ocasión, soltero todavía, malviví, junto con dos compañeros, en una casa que
tenía una galería interior que daba a un corral. Era enorme y muy luminosa, en
una ciudad donde la niebla era una constante. A los tres nos decidió alquilarla
por su atractiva galería. Los primeros días, apenas una semana, fueron jornadas amables y placenteras. Las horas que estábamos en casa, hacíamos la vida en
torno a la galería. Pero llegó un repentino frío. El termómetro bajó
considerablemente y la niebla se apoderó de todo. Entraba el frío por todos los
rincones de la casa. Solo estábamos a gusto en nuestras respectivas camas y con
media docena de mantas que intentaban abrigarnos. No exagero. Era como vivir en
plena calle.
Según he podido leer, la galería, como elemento constructivo,
“nació casi de forma fortuita”. Se trata de un espacio en el que, debido a sus
características morfológicas, constructivas y a su particular orientación, es
capaz de proporcionar un lugar confortable en ausencia de un foco de calor
impuesto. Así, la galería actuaba como un acumulador de calor.
Durante estos dos últimos días, he podido leer interesantes
estudios sobre estos elementos arquitectónicos, que no traslado aquí para no
cansar más de la cuenta, pero que han despertado, más si cabe, mi curiosidad. A
partir de ahora, cuando vea galerías que tanto llaman mi atención, a mi
sensación romántica del elemento arquitectónico, sumaré su razón de ser.
Galería de un edificio en la Avenida de Pereda, en Santander |
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