DA IGUAL SU PROCEDENCIA
Fue con el paso de los años cuando empecé a cogerle el aquel, hasta el punto en que en la actualidad se ha convertido en otro de mis manjares, aunque a estas alturas de la vida, sea para mí un pecado y un cargo de conciencia.
Morcillas y tortetas son productos que se obtienen a partir de la sangre del cerdo. Creo recordar que en aquellas matacías de cerdo familiares, la sangre era lo primero que se aprovechaba. Todavía alcanzo a ver a mis tías Olga y Blanca, con mi abuela Genoveva, tras el sacrificio del animal, remover la sangre constantemente para evitar su coagulación y posteriormente trabajarla hasta convertirla en una masa para la elaboración de morcillas y tortetas. De los ingredientes que llevaban las morcillas "de la abuela", al margen de la sangre y el arroz, no tengo ni la menor idea. Solo sé que eran una fiesta para los asistentes. Ya digo que yo me incorporé a su alabanza algunos años más tarde.
Cuando viajo hasta algún lugar de nuestra rica y bella geografía española y veo morcilla, no dudo en probarla. Resulta un aperitivo o entrante muy reconfortante. De cuantas he llegado a probar, todas me han gustado. Cada una tiene su propia personalidad. Desde las popularísimas y afamadas morcillas de Burgos, elaboradas con sangre, grasa de cerdo, cebolla autóctona horcal, arroz y especias; las asturianas y leonesas con su característico toque ahumado; la gallega, con su dulzor al incorporar a la masa manzana y azúcar, entre otros ingredientes; hasta la andaluza, hecha con papada, panceta, tocino de cerdo, sangre, ajo y especias. Ah! y las de Beasain, en el País Vasco, a las que se les incorpora puerro. Hay más, pero todavía no las he catado. Todo se andará.
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