Las sardinas me gustan de cualquiera de las maneras que se puedan presentar en la mesa, pero si tuviera que hacer un ranking, éste estaría encabezado por las cocinadas a la brasa. Me consta que a mucha gente, gustándole el pez, lo rechaza, precisamente, por su olor. Un aroma que en mí produce todo lo contrario y ejerce de inequívoco reclamo. Cuántas veces sin tenerlo previsto ni planeado, el olor a sardina ha variado mi rumbo para conducirme hasta el lecho de una parrilla en la que chispeaban hermosos ejemplares de tan característico pescado.
Si son grandes, con cuchillo y tenedor; si pequeñas, me apeo de las buenas maneras para comerlas con los dedos. Luego ya me lavaré. Acompañadas preferentemente de una buena jarra de cerveza y un poco de pan. Para qué pedir más. Comerlas sin prisa, degustando cada bocado mientras aspiras su olor. Disfrutarlas como se hace con las cosas a las que se accede de forma ocasional. Media docena son suficientes. Es la justa medida. Ni ansías ni te excedes.
La gastronomía como la jardinería o el fútbol son temas de conversación recurrentes cuando no hay mucho por decir o no apetece contar. En una ocasión, tras la cena de una convención empresarial, coincidí en amable conversación con un compañero de por aquel entonces profesión, gaditano por más señas. No apetecía contar y tampoco había nada por decir. Así que recurrimos a la gastronomía. No recuerdo cómo ni por qué, el caso es que salió el tema de las sardinas y sus olores. Nos confesamos nuestros gustos por este pescado y me contó que a su mujer también le encantaba pero que no podía con el olor que desprendía. De hecho, el fin de semana tenía previsto ir al mercado y hacer una "sardinada" con unos amigos en su casa con una receta que compartió conmigo y que yo traslado. No tardé en ponerla en práctica y doy fé de que están exquisitas y no dejan olor, aunque insisto, a mí me gustan con olor incluido.
Sobre una fuente de horno se hace un lecho de sal gorda. Se colocan alineadas las sardinas sobre el lecho y se cubren de sal dejando al descubierto sólo las cabezas. Finalizada la operación se introduce la fuente en el horno pre calentado a una temperatura de 200 grados. Cuando los ojos de las sardinas se vuelven completamente blancos, significará que están ya hechas. Sacamos la fuente del horno y dejamos enfriar de 5 a 10 minutos. Antes de que se compacte la sal vamos desenterrando las sardinas y las emplatamos. Si realizamos bien la operación, la sal se desprende con facilidad de la piel del pescado. Las podemos tomar tal cual salen del horno o bien, preparamos una picada de ajo, perejil y aceite que echaremos sobre la sardina una vez abierta.. Si lo hacéis, ya me contaréis vuestro parecer.
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