No hace mucho trasladé aquí mi gusto por las moras silvestres al que acompañé con algún que otro recuerdo al hilo de la exposición de motivos. Igual tenía que haber acabado en ese entonces con la suma de esta otra debilidad como es la mermelada de moras. Estuve tentado, pero pensé que los dos gustos por separado podían tener personalidad propia. De cualquier manera, una acción, la de recolectar moras, lleva a la otra, a la de elaborar su mermelada.
La experta en su elaboración es Gloria. Yo estoy para los avíos, la intendencia, los trabajos manuales, la fotografía y para dar el visto bueno al resultado final. Dicho así, de seguido, parece que hago cosa. Pero no, quien verdaderamente se lo trabaja es Gloria. Limpiar una a una las moras y desprenderles el rabillo, que los hay, elaborar de principio a fin la mermelada y hacer provisión de tarros, gomas y tela... Eso sí, a mí me toca la escritura de las etiquetas.
Es otoño y la vida doméstica invita. La luz natural todavía entra por la ventana de la cocina. Cuando la mermelada se embote se habrá hecho ya la tarde noche. No sé cuanto tiempo habrá transcurrido desde que comenzara a limpiar la primera mora. Tampoco importa mucho. Es entretenido, distendido. Mientras tanto hablamos, guardamos silencio o simplemente miramos el color cambiante de las moras antes de mudar de forma. La cuchara de madera da vuelta y más vueltas hasta sacar brillo a la mezcla de fruto y azúcar. Es sencillo. Sólo es tiempo. Es otoño. Y la vida doméstica invita.
Ingredientes: 500 gramos de moras silvestres y 250 gramos de azúcar moreno de caña.
Elaboración: Lavar las moras y una vez limpias se introducen en una olla con el azúcar. Remover a fuego medio bajo. Cuando veamos que se ha formado la textura deseada, sacamos la mermelada del fuego y la pasamos por la batidora. Una vez esterilizados los tarros, vertemos dentro la mermelada y los disponemos al baño maría.
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