ADENTROS
A ninguna parte o a todos los destinos. Es tan sólo una atracción, un chaleco salvavidas para los días atracados. Perseguir verdores, colores otoñales y tierras dormidas. Inspirar profundamente antes de pensar, antes de musitar la primera palabra. ¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado desde la última vez?
Conseguir esbozar una sonrisa y notar el estallido de la emoción. Y llegado el caso, no reprimir el grito. Lo leí en alguna ocasión. Es aconsejable gritar al silencio. Intentar comprender el penúltimo desatino mientras se siente el amanecer convencido. Brillan los ojos al alzar la mirada. Un brillo de agradecimiento a la compañía sin gente. No se puede evitar.
El caso es caminar, hacer camino para acumular energía. Las escenas se reproducen al igual que en las comedias las puertas se abren y cierran para ocultar y agrandar los equívocos. Hay que buscar el equilibrio para pasar inadvertido. Si acaso un ligero murmullo sobre las secas y cansadas hojas.
Mirar en modo impresionista, con pinceladas rápidas e impulsivas, ante la escena viva. En la vulnerabilidad, todo transmite. ¿Alguna duda? Todas. ¿Alguna queja? Alguna. ¿Algún aliento? Todos. Hay que agrupar emociones para describir el paisaje con claridad y exactitud. Creer que lo imposible es posible y que algún día los pálidos contornos se tornarán en figura.
Recrear la vista. Esparcir los sentidos. Flota en el aire un familiar y contagioso olor a certeza, duda y reflexión. No hay que mirar atrás. Siempre hacia adelante que es donde está todo por descubrir y donde los reflejos dejan al descubierto lo que hasta ahora es un mero simulacro. Atrás queda el punto de partida. En el recodo próximo, o en el siguiente, quizás se encuentre una nueva oportunidad de discernir sobre el camino a tomar.
Andar sobre el camino es un encargo sencillo.
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