Por lo que he podido leer, la fideuá o fideuada, en valenciano, gran cantidad de fideos, nació en Gandía a raíz de una necesidad tal y como ha sucedido con muchos de nuestros platos tradicionales. Aunque observo que hay dos versiones al respecto, sendas se asemejan y comparten ese mismo principio.
Para unos el invento de la fideuá es atribuido a una picaresca anécdota. Al parecer, un tal "Gabrielo", el del quiosco del Grau de Gandía, era cocinero de embarcación. El patrón era muy aficionado al arroz y al resto de marineros casi nunca les llegaba su ración de arroz a banda cuando "Gabrielo" lo preparaba. Tratando de buscar una solución a esta cuestión, el cocinero pensó en cambiar el arroz por los fideos para ver si al patrón le resultaba menos apetitoso. El invento gustó y la fama del plato se extendió por los restaurantes del puerto para consagrarse como un plato característico e imprescindible.
Otros argumentan que la fideuá fue inventada por unos marineros de Gandía que quisieron cocinar una paella en su barco en alta mar sin darse cuenta de les faltaba lo principal, el arroz. Como aún tenían fideos decidieron hacer una paella de fideos.
Me resulta difícil localizar dónde he comido la mejor fideuá. Han sido muchas y notorias, pero curiosamente ninguna de ellas la asocio a restaurante alguno. Todas han sido caseras. Por significar alguna aquí y ahora, haré referencia a la primera y la última.
Mi conocimiento sobre la existencia de tan sabroso y mediterráneo plato se lo debo a Gloria. Eramos todavía novios. Ella había estado recientemente en Valencia y quiso obsequiarme y sorprenderme con una elaboración propia de algo que había probado y que le había encantado en su viaje a tierras levantinas; la fideuá. Así que quedamos un sábado para gustar lo que dio en llamar una "paella de pasta". La cosa prometía, pero yo, una vez más, tuve que estropearlo gracias a mi falta de puntualidad. Habíamos quedado a las dos de la tarde y aparecí cerca de las tres. Creo que fue la primera vez en la que vi a Gloria realmente enfadada. Algo también nuevo para mí. Un enfado comprensible que no logré ni siquiera amortiguar a pesar de ensalzar repetidas veces la exquisitez del plato. No era peloteo ni la búsqueda del perdón para el niño malo. Era cierto, estaba exquisita por mucho que Gloria insistiera en que la pasta estaba pasada. Durante algunos años la fideuá ha estado presente en nuestro menú doméstico, cuidándome yo de llegar a la hora convenida.
La última fideuá es muy reciente, en Zaragoza, en casa de mi hermana Gemma, el 11 de octubre, en la víspera del Día del Pilar. Quince comensales en la mesa. Me gustan las mesas grandes y de familia. Me gusta ver como Gemma trasiega en la cocina y prepara la intendencia. Es una gran artífice en los fuegos. Sabe cómo contentar a su gente. Siempre algo nuevo. Es inquieta y curiosa en materia gastronómica. Nos anuncia una fideuá para comer. Hace meses, igual algún que otro año que no he tenido la oportunidad o la apetencia de comerla. Sale a la mesa en dos grandes paelleras. El olor promete. Está espectacular, muy sabrosa. Repito. Sólo fideos. No tengo que irme muy lejos para comer una buena fideuá.
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