Crepitan los leños por deseo de algún vago recuerdo y me parece escuchar la voz de la abuela asomada a un pequeño ventano, "a comer, que ya vienen los hombres". No hay ahora olla ni puchero a la lumbre, sólo una sonrisa para una imagen rescatada de una enorme cocina con olor a ancestro, allá, en Alcalá de Gurrea.
Regreso al continuo trasiego de las llamas y el fuego de una tarde sin cuerpo. En mis ojos puedo adivinar destellos al igual que puedo predecir como pasarán las horas. El libro me pide un esfuerzo mientras el crepitar de mis pensamientos reclaman toda la atención. No estoy para nadie. Sólo deseo mirar y volver a mirar.
Las llamas continúan con su ritual al son de un ligero crepitar sin importarles el sofá, el ventanal tras los visillos y el cercano latido de un corazón reconfortado.
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