En alguna ocasión leí que a través de los libros que atesoramos en nuestras librerías, podemos hacer un perfil de quien los posee. Puede que sea cierto, pero en mi caso, volvería loco a quien lo tuviera que realizar. Mi postura y gustos ante la lectura, como en tantas otras cosas de mi vida, es bastante ecléctica.
En mis cuatro saturadas librerías domésticas y una decena de cajas que se apilan en el ya también rebosante trastero, "vive" el más del millar de libros que he ido recopilando a lo largo de toda mi vida. Poesía, novela, narrativa, cuentos, enciclopedias, colecciones, literatura, viajes, biografías... Libros que han sobrevivido a cuatro traslados de domicilio y a un buen número de avatares. Hago hincapié a esta situación porque habitualmente es en un cambio de casa cuando aprovechamos a desprendernos de objetos que el paso del tiempo los ha convertido en obsoletos o inútiles. Algo que no ha sucedido con ejemplar alguno. Todos tienen su interés, su pequeña o gran historia, su momento estelar. Creo que nunca me he desprendido de un libro, salvo aquellos que en su día dejé y que nunca más regresaron.
Los libros forman parte de mi ADN y de mis vivencias. Todos tienen su razón de ser y estar. A todos les debo algo e incluso me recuerdan a alguien. Hubo un momento que hasta llegué a hacer fichas según los iba leyendo. Aún conservo el fichero que me hace sonreír cuando lo veo.
He de confesar que ahora leo muy poco y que últimamente se han incorporado escasos libros a mis estanterías. He perdido el hábito. Ahora tengo más tiempo y he vuelto a dedicar a la lectura el protagonismo que nunca debió perder. Pero cuesta. Mi cabeza se dispersa y pierde el hilo argumental más de lo habitual. Supongo que será cuestión de práctica y dedicación. De hecho, recientemente limpié una de las librerías y al leer algunos títulos, volvieron a recorrerme gusanillos por el estómago. ¡Eso está bien!, me dije. Es buena señal.
Finalizada la labor de aseo de los ejemplares, pensé que los libros son como los buenos amigos; no siempre puedes estar con ellos, pero sabes que están allí. Y eso, me tranquiliza
.
Los libros forman parte de mi ADN y de mis vivencias. Todos tienen su razón de ser y estar. A todos les debo algo e incluso me recuerdan a alguien. Hubo un momento que hasta llegué a hacer fichas según los iba leyendo. Aún conservo el fichero que me hace sonreír cuando lo veo.
He de confesar que ahora leo muy poco y que últimamente se han incorporado escasos libros a mis estanterías. He perdido el hábito. Ahora tengo más tiempo y he vuelto a dedicar a la lectura el protagonismo que nunca debió perder. Pero cuesta. Mi cabeza se dispersa y pierde el hilo argumental más de lo habitual. Supongo que será cuestión de práctica y dedicación. De hecho, recientemente limpié una de las librerías y al leer algunos títulos, volvieron a recorrerme gusanillos por el estómago. ¡Eso está bien!, me dije. Es buena señal.
Finalizada la labor de aseo de los ejemplares, pensé que los libros son como los buenos amigos; no siempre puedes estar con ellos, pero sabes que están allí. Y eso, me tranquiliza
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