TRADICIÓN OSCENSE
Dicen que fue su secreto mejor guardado. Nadie recuerda bien desde cuando, en su pequeño huerto de las proximidades de la ciudad, hacía crecer para el mes de agosto doce hermosas plantas de albahaca. Nueve de ellas, cuan formación militar, se alineaban al lado del patatar. Las otras tres restantes desprendían su olor ganando centímetros a la vida en un rincón cualquiera de ese espacio de tierra que era todo su ser.
Año tras año se fue repitiendo la misma operación. Siempre doce; nueve y tres. Siempre la misma disposición convertida casi en un ritual. Era algo aprendido por todos aunque nadie jamás preguntó sobre el por qué de ese extraño y curioso reparto. Ni por su número. Una docena siempre es una buena cifra.
Sus hijos crecieron mientras él amontonó años. El huerto, ese trozo de tierra que tanto había cuidado y mimado hasta convertirse en un hijo más, también creció con él. Con el paso de los años, el vergel del que tanto presumía se fue tornando en erial. Su mente, su mirada y su caminar se fueron agostando. Nada había ya en el huerto para servir en la mesa. En esa mesa de ayer multitudinaria y festiva, y en la que al final apenas alcanzaron a sentarse los recuerdos. En el huerto sólo doce plantas de albahaca; nueve, en perfecta formación, y otras tres, en un rincón cualquiera de ese espacio de tierra que había sido todo su ser. Era su único quehacer y aunque las fuerzas le limitaban, todavía sacaba el ánimo para seguir dando vida a esa docena de verdes y aromáticas plantas.
Llegado el día de su descanso eterno, sus hijos nada quisieron saber de tierras ni de huerto. Y allí donde antes hubo de todo lo que la tierra puede obsequiar con trabajo, dedicación y entrega, se construyó una piscina y un jardín para disfrute de hijos y nietos. Nada quedó para el recuerdo salvo la extraña práctica del abuelo. Sus hijos, sin pactos, sin previas negociaciones y de forma improvisada, continuaron con lo que entendieron tenía que ser una tradición. El cemento y los miles de metros cúbicos de agua que ahora ocupaban el otrora huerto, no fueron obstáculo para que cada año crecieran en ese trozo de tierra nueve plantas de albahaca, en perfecta formación, y otras tres más, en un rincón del jardín.
Nunca supieron el por qué de las doce plantas de albahaca y su disposición. Fue el secreto mejor guardado del abuelo convertido hoy en una tradición familiar y desde el convencimiento de que las tradiciones no se explican;se sienten y respetan.
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