Vamos, que me gusta la anchoa. De lata, albardadas, encebolladas, como elemento imprescindible en algunos platos y que seguro pasarán por este blog... Si hago especial referencia a las salmuera es porque quizás para mí tenga un plus añadido traído del recuerdo y de personales vivencias de mi infancia más lejana y de mi presente más cercano.
Esta forma de presentar la anchoa para su consumo la asocio a encuentros y reuniones, a aperitivos, a recientes bienvenidas de años nuevos, a tascas, ya desaparecidas, de mesa de mármol y patas forjadas, a improvisados tapeos, a fiesta de pueblo y a salida de misa. Sabor inequívoco de cualquier cata a ciegas.
Superviviente a cuantas incorporaciones y novedades se exhiben cada día en los mostradores de las barras de bar, allí están para complacer el gusto y el deseo con sabor a vinagre, aceite, ajo y sal. Abanderadas del "vermú" de antiguo, de la tapa de un bocado y de la mancha segura en pantalón, corbata, jersey o camisa.
Grandes, pequeñas, con un poco de pan, solas, en su punto y a ser posible con espacio físico para comerlas. Que puedas levantar bien brazo y cabeza y que la anchoa penetre en la boca sin obstáculos para inundarla de sabor y sutil textura. Tres, el número perfecto, pero si son seis, tampoco importará tamaña imperfección.
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