SIEMPRE EN LA DESPENSA
No hace muchos años que descubrí los tomates deshidratados.
Me encantaron, además de comprobar que son unos grandes aliados en la cocina. Desde
entonces, siempre he tenido algunos botes dispuestos en la despensa para un “nunca
se sabe”.
Habitualmente los consumimos en casa como condimento o
aderezo en los platos de pasta o ensaladas. También como aperitivo con un queso
fresco tipo mozzarella, feta o de rulo de cabra o en tostadas junto a unas
anchoas, bonito o sardinillas. Aunque no les sacamos todo el provecho, todo se
andará, poco a poco los vamos incorporando a otras propuestas gastronómicas,
sobre todo aquellas que vienen de Italia, donde son unos expertos en esta materia.
Allí se les conoce como “pomodori secchi” o “pomodori essiccati”.
Durante el proceso de secado, que dura algunos días, los
tomates pierden su volumen y se arrugan. Queda una textura reseca por la parte
no expuesta al sol y algo más carnosa por la cara oculta, manteniendo las
semillas. Después se envasan al vacío o en botes esterilizados, aunque resultan
más prácticos en conserva con aceite de oliva y algunas hierbas aromáticas.
Salvo en rara ocasiones, en casa acostumbramos a consumir
los tomates deshidratados en conserva con aceite de oliva. Resultan más
cómodos, pues no hay que desalarlos ni hidratarlos. Tal cual salen del frasco,
van directamente al plato ideado.
Para mí, la verdad que es un mundo este del tomate
deshidratado, al que poco a poco le voy cogiendo el tranquillo, que no el
gusto, pues me encantan de cualquier manera.
Las imágenes que ilustran esta entrada se corresponden con una
ensalada a base de diferentes tipos de lechuga, mozzarella, tomate deshidratado
y conservado en aceite de oliva, y un poco de aceite, vinagre y sal. El sabor
que el tomate le confiere a la ensalada es excepcional.
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