viernes, 23 de febrero de 2024

01271 Las Gildas

 DEL BAR NEGRESCO DE BILBAO


Mi gusto por esta popular tapa, ya ha quedado latente en este caleidoscopio vital en las entradas números 00608 y 00924. Pero las gildas que traigo hasta aquí en esta ocasión, tienen algo muy, muy especial.

Me refiero a las gildas del bar Negresco, ubicado en la Plaza Nueva de Bilbao. Podría hablar de la excelente oferta de pintxos variados de la que se puede disfrutar en este establecimiento hostelero, de su tortilla de patata, de su berenjena rellena de zancarrón, de sus callos o de sus mejillones con tomate, por poner algunos ejemplos. Pero no, a estas diez mil cosas que me gustan, quiero traer sus gildas. Además de estar deliciosas, lo acredita el hecho de haber ganado el Concurso de Gildas en el Casco Viejo bilbaíno, dos años consecutivos, tienen para mí, apego y nostalgia de días felices.

Acudir simplemente a la Plaza Nueva bilbaína, es ya todo un aliciente, -su historia, el ambiente que se respira, el carácter del lugar-, pero si lo haces en grata y querida compañía para, además, degustar y disfrutar de unas gildas en el Negresco, es un pequeño gran placer difícil de olvidar.

Inevitablemente, hablar de las cosas que me gustan de Bilbao en este caleidoscopio vital, es mentar a mi siempre y permanentemente recordado hermano Antonio. Compartíamos afición, entre otras muchas, por las gildas y por la Plaza Nueva. Así, que, cuando íbamos a visitarle, y conocedor él de lo que me gustaban la Plaza Nueva y las gildas, para complacerme, siempre encontraba un momento para acudir y agasajarnos con unas gildas del Negresco, y empaparnos del amable y cordial ambiente que allí se respira.

En las horas punta, aperitivo y anochecer, que era cuando acudíamos habitualmente a este emblemático lugar bilbaíno, estaba a rebosar. Pero curiosamente, la espera para hacernos con unas gildas no era larga. Antonio tenía muchas habilidades, sobre todo sociales. Y en un visto y no visto, a pesar de las aglomeraciones que pudiera haber, se presentaba con unos zuritos y unas gildas. Un auténtico trofeo. Yo, que soy muy dado a detener el tiempo, este momento era uno de ellos. Gustábamos con deleite de las gildas y de la estancia, entre sonrisas, aúpas y algún que otro canto de los improvisados chiquiteros. Y me sentía feliz.

No hace mucho regresé al Negresco, ya sin Antonio. Y no fue lo mismo. Nada desde su ausencia es lo mismo. Pero algo en mi interior me decía que intentara disfrutar de ese feliz instante como antes. Me costó hacerme con unas gildas, pero al final lo conseguí. Y una voz me decía, “disfruta gigante, disfruta”. Y siguiendo tu mandato, así lo hice, Antonio. Las gildas, en tu recuerdo, como siempre, espectaculares. 




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